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Opinión

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Con pura risa y carcajada

No es momento de discutir sobre las pruebas de la existencia, del enorme, bonachón y rubicundo personaje que, carcajeándose y en trineo, desciende por las chimeneas para llevar regalos a los niños. Tampoco es propicio enfurecernos por su condición de símbolo de la mercadotecnia gringa, ser ajeno a las tradiciones de los pueblos originarios y lo más lejano a la austeridad republicana.

Sepa usted, lector querido, que Santa Claus fue efectivamente un santo y se llamaba Nicolás. La primera noticia que se tiene de él se remonta al siglo IV, cuando fue obispo de Mira (Licia) y sobre él hay un gran número de anécdotas e historias. En la leyenda cristiana sobre su persona se lee: “Nicolás nació de ricas y santas personas. Cuando lo bañaron el primer día, se paró solito en la tina, fue un niño de excelente salud e inclinado a la ascética desde siempre, pues –como añade el texto– los miércoles y los viernes rechazaba la leche materna y ya más grandecito rehusaba las diversiones y las vanidades para frecuentar la iglesia”.

Nicolás se ordenó sacerdote muy joven y al morir sus padres tras una epidemia, heredó una inmensa fortuna. Entonces, transido de dolor, repartió sus riquezas entre los pobres y emprendió un largo camino para hallar consuelo. Llegó hasta Tierra Santa y pasando por la ciudad de Mira, en Turquía, se encontró con monjes y sacerdotes que estaban discutiendo a quién deberían nombrar nuevo obispo de la ciudad, pues el anterior había muerto. Acordaron elegir al primer peregrino que llegara al templo y en ese momento entró Nicolás. Por aclamación general fue elegido obispo. Es por ello que, en Oriente, lo llaman San Nicolás de Mira.

En otras regiones de Europa, sin embargo, lo nombran San Nicolás de Bari, ya que cuando los mahometanos invadieron Turquía, un grupo de católicos sacó en secreto las reliquias del santo y se las llevó a la ciudad italiana de Bari para rendirle culto. Allí, alcanzó gran fama y multitud de fanáticos, todos atestiguando que, al rezarle, se obtenían tan admirables milagros -incluida protección ante incendios, naufragios, cautiverios y pobreza-, que la figura- del santo se popularizó en aquel continente y hoy es patrono de Rusia, Grecia y Turquía.

San Nicolás de Bari.

San Nicolás de Bari.Foto EE: Especial

Cuando comenzaron sus representaciones, gráficas aparecía siempre rodeado de niños, a consecuencia de la historia terrorífica de un criminal que había asesinado a cuchillo a varios infantes para hacer salchichas. Los dolientes aseguraron que Nicolás se había puesto a rezar y así los resucitó y obtuvo para ellos olvido y curación instantánea.

Además de las imágenes típicas de la iglesia, Nicolas también fue representado junto a tres jovencitas, producto de otra historia que narraba que un campesino local, encontrándose en grandísima pobreza, había ordenado a sus tres hijas vírgenes exponerse al comercio carnal para obtener su sustento de tan vil mercado. Nicolás, para evitar tan despiadado lenocinio pasó tres noches frente a la casa del campesino, tres veces arrojó una bolsa de monedas de oro y las tres hijas, por supuesto, haciendo uso de tales dotes consiguieron un tercio de buenos maridos.

En la vida de Nicolás, sin embargo, no todo fueron carcajadas, confites y canelones, hubo episodios dramáticos como cuando el emperador Licino decretó una persecución contra los cristianos, donde fue detenido, azotado y encarcelado. Algunos años después, gracias al emperador Constantino, fue liberado.

En la Edad Media, muchas comedias y cuentos tuvieron como protagonista al santo Nicolás y con el tiempo, su nombre y su figura se fueron transformando. Todavía hoy quedan resquicios que lo igualan al antiguo Nicolás, pero parece que su actual nombre navideño viene del diminutivo del alemán Nikklauss y que de tanto repetir “Klaus” y por ser santo, quedó como Santa Claus. Dicen también que lo rojo de su traje se origina en el color de la capa que llevaba como obispo y el costal lleno de juguetes se explica porque se asegura que cuando iba a repartir trigo, monedas o alimentos siempre usaba grandes bolsas de tela sobre su espalda para transportarlos.

Los años pasaron y la figura más delgada, morena y rasurada del santo, tuvo varios cambios de imagen y de ubicación. En el siglo XIX, llegó definitivamente a Norteamérica y artistas y escritores como Washington Irving, John Pintard y Clement Clarke Moore, que buscaron imprimirle un sentido nacional a las fiestas de Navidad implantadas por los inmigrantes europeos. El sentido cambió y las celebraciones se convirtieron en más comerciales y profanas. En 1821, por ejemplo, se publicó un libro de litografías llamado “Santa Claus, el amigo de los niños,” donde ya aparecía el trineo volador tirado por renos, llevando a San Nicolás a toda prisa para cumplir su misión del 24 y 25 de diciembre.

Fue en 1863, cuando Thomas Nast, caricaturista político, comenzó a dibujar a Santa Claus con gorro rojo, abundante barba blanca y más abundante vientre. Y sí, en 1920, apareció por primera vez en un anuncio de Coca Cola, contagiado de frivolidad e imperialismo yankee.

Sin embargo, lector querido, nos conviene compartir, con espíritu navideño, a pura risa y carcajada, la alegría de buena parte del mundo, festejando, como cada año, el nacimiento del niño Dios.

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