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Las raíces del problema migratorio de Europa
A lo largo de los años, la “Europa fortaleza” ha recurrido a una combinación de sobornos y fuerza para impedir el ingreso de inmigrantes indocumentados que huyen de las guerras, el hambre y las condiciones de extrema pobreza en el África subsahariana. Pero esas medidas no son una solución a un problema que, en última instancia, se origina en fuerzas históricas y mundiales mucho más grandes.
LONDRES. En 2023, 150,000 migrantes cruzaron el Mediterráneo central desde el norte de África en pequeñas embarcaciones, huyendo de guerras, enfermedades y hambrunas en sus países. A lo largo de los años, miles han muerto en este viaje al volcar las naves o incendiarse. Pero así como estas tragedias periódicas despiertan la inquietud humanitaria, el flujo constante de migrantes también ha dado aliento a partidos nativistas de derecha en el mundo democrático.
Una película de 1990, profética en su momento pero hoy casi inhallable, insinuaba desenlaces peores. The March, dirigida por David Wheatley sobre la base de un guion de William Nicholson, cuenta la historia de varios miles de refugiados sudaneses famélicos que tras abrirse camino hasta el Mediterráneo para intentar cruzar a Europa en el estrecho de Gibraltar, son recibidos por un muro de ametralladoras. A estas alturas, una crisis como la que muestra la película tendría que ser una mera fantasía. Pero hoy Sudán enfrenta una vez más una hambruna catastrófica de una magnitud nunca antes vista. ¿Qué salió mal? O mejor dicho, ¿qué no salió bien?
Los Objetivos de Desarrollo del Milenio se idearon para evitar situaciones como la que describe la película. En 2000, 191 estados miembros de Naciones Unidas se comprometieron, con plazo en 2015, a reducir a la mitad la pobreza extrema (definida como vivir con menos de 1.25 dólares al día). La atención estaba centrada en África, y en particular África subsahariana, que debía recibir 165,000 millones de dólares en ayuda para el desarrollo.
Pero el cumplimiento de los ODM sólo fue parcial. La pobreza extrema se redujo a la mitad antes de lo previsto, pero esto se debió en gran medida al asombroso 10% anual de crecimiento del ingreso per cápita real (deflactado) que logró China entre 2000 y 2015. Como este país alberga alrededor del 18% de la población mundial, su crecimiento generó una reducción drástica de la cifra global de pobreza. Además, el crecimiento del ingreso real de China se debió no sólo a la productividad de su economía, sino también a la estabilización de su población. Al no aumentar la cantidad de bocas que alimentar, nada frenó ni revirtió el proceso por el que China salió de la pobreza. Luego la India siguió una trayectoria similar, aunque no tan espectacular.
En África subsahariana, en cambio, Malthus impera a sus anchas. Entre 2000 y 2015, el PIB de la región creció a una tasa anual promedio del 5%, pero la población aumentó de 670 millones a 1,000 millones. Esta tendencia limitó el crecimiento real per cápita a alrededor del 1%, muy insuficiente para reducir a la mitad la pobreza extrema. Aunque entre 1990 y 2015 el porcentaje de africanos que viven en la pobreza extrema disminuyó del 54% al 41%, la cantidad de pobres aumentó en términos absolutos, de 278 a 413 millones. Resultados deseables, como la caída de la tasa de mortalidad infantil, han mejorado los índices de sobrevida, adelantándose a cualquier reducción de la fertilidad.
Las razones por las que África no pudo escapar al ciclo maltusiano incluyen la violencia, la extorsión, el cambio climático y la ideología. Algunos países africanos llevan mucho tiempo bajo dominio de juntas militares y capitalistas prebendarios que luchan por el control de recursos escasos como el petróleo, los minerales y el agua; en tanto, grupos extremistas como Boko Haram y Al Shabaab siguen expandiendo el terror por la región del Sahel.
Estas “nuevas guerras”, como las denomina la politóloga Mary Kaldor, provocan desplazamientos poblacionales a gran escala; además, el Cuerno de África ha tenido varios años de sequía grave, lo que genera hambrunas para millones de personas. La comunidad internacional responde formulando nuevos objetivos de reducción de la pobreza más ambiciosos y con un plazo más lejano en el futuro.
Diferentes análisis económicos de la situación se pueden hallar en los trabajos de economistas del desarrollo, como Jeffrey D. Sachs y Paul Collier. Sachs sostiene que para crecer, los países pobres necesitan ayuda extranjera que les permita cubrir el faltante de ahorro local. La pobreza extrema se podría erradicar con inversiones selectivas en salud, educación, agricultura e infraestructura; pero África subsahariana no ha tenido financiación suficiente, porque en general los países ricos no cumplieron sus promesas de aportar un 0.7% del PIB para los ODM.
Collier, por el contrario, sostiene que aunque la ayuda externa es importante, el diagnóstico de Sachs no tiene en cuenta el papel de la gobernanza. Sin buenos gobiernos, los fondos ingresantes caerán en manos de milicias rivales que los usarán para financiar sus guerras, y los préstamos privados a estados frágiles terminarán en cesación de pagos. Sachs sugiere que los países tienen mala gobernanza porque son pobres, mientras que para Collier es exactamente al revés.
Estas dos miradas se corresponden con diferentes estrategias de desarrollo. Mientras que Sachs tiende a ver la ayuda extranjera selectiva como condición suficiente para el crecimiento económico, Collier sugiere que, en algunos casos, para que la ayuda sea eficaz se necesita intervención extranjera. Esto implica que en el conjunto de herramientas de desarrollo hay que incluir fuerzas de paz internacionales, normas globales para la gestión de recursos naturales y el control extranjero de ministerios estratégicos. Por supuesto que sus conclusiones han provocado acusaciones de neocolonialismo. Pero mirando más allá de ideas como imperio y soberanía nacional (aunque sin resolver la cuestión), Collier plantea una pregunta crucial: ¿cómo sería un sistema político exitoso en África?
Lo que ambos argumentos no tienen en cuenta es hasta qué punto el fracaso de los estados es atribuible (al menos en parte) a la globalización (que hizo posible el libre comercio de armas, alimentos y materias primas) y a la rivalidad geopolítica (que introdujo a China en la competencia por los minerales y la influencia en África). La destrucción de los sistemas agrícolas tradicionales en nombre de la eficiencia ha dejado a los países más pobres del mundo en una peligrosa dependencia de volátiles importaciones de alimentos. Como hemos visto tras la invasión rusa de Ucrania en 2022, los bloqueos, las sanciones y otros impedimentos a las exportaciones de trigo y fertilizantes provocaron enormes daños colaterales en las economías africanas. En Europa, el encarecimiento de los alimentos puede causar estrecheces, pero en África causa hambrunas.
La “Europa fortaleza” lleva años tratando de evitar el ingreso de migrantes indocumentados, con una mezcla que incluye el soborno (pagar por la instalación de campamentos de refugiados en Turquía y las islas griegas) y la fuerza. Pero el mensaje de The March sigue siendo válido. Europa no podrá aislarse de África apelando a esos métodos. Mientras no se resuelva el hambre a gran escala en África, los problemas de Europa con la inmigración continuarán.
El autor
Robert Skidelsky, miembro de la Cámara de los Lores del Reino Unido y profesor emérito de Economía Política en la Universidad de Warwick, es autor de una premiada biografía de John Maynard Keynes y de The Machine Age: An Idea, a History, a Warning (Allen Lane, 2023).
Traducción: Esteban Flamini
Copyright: Project Syndicate, 2024