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Renace la industria satelital
La industria satelital vive una era de resurgimiento impulsada por avances tecnológicos, nuevos modelos de negocio y transformaciones en conectividad.
Lo que antes se percibía como una tecnología cara relegada a usos militares, costosos proyectos gubernamentales o comunicaciones de nicho como aerolíneas o cruceros, hoy es un actor fundamental para cerrar la brecha digital y llevar conectividad de alta velocidad a lugares remotos.
La convergencia de avances tecnológicos, reducción de costos, modelos de negocio disruptivos y urgencias globales —desde crisis climáticas como huracanes devastadores hasta guerras— coloca los satélites en el centro de una renovación silenciosa.
El primer motor de este resurgimiento es técnico. La miniaturización de componentes (como los satélites CubeSat, del tamaño de una caja de zapatos) y la reducción de costos de lanzamiento —gracias a cohetes reutilizables de SpaceX, Rocket Lab y otros— han democratizado el acceso al espacio. Mientras en la década de 1980 lanzar un kilo al espacio costaba 85,000 dólares, hoy ronda los mil dólares.
La industria se divide en dos arquitecturas complementarias: los satélites geoestacionarios (GEO) y las constelaciones en órbita baja (LEO).
Los satélites geoestacionarios han sido la columna vertebral de las telecomunicaciones satelitales. Su posición fija relativa a la Tierra permite mantener una cobertura constante sobre áreas extensas (continentes, océanos), ideal para servicios de televisión, comunicaciones gubernamentales y aplicaciones meteorológicas. Su principal ventaja radica en la estabilidad de la señal, pero su desventaja son las latencias mayores debido a la elevada altitud (36,000 km).
La otra arquitectura son las Constelaciones en Órbita Baja (LEO a 500-2,000 km) y Media (MEO, 8,000-20,000 km). Son satélites como los de Starlink (SpaceX), Hughes, OneWeb (Eutelsat) o Project Kuiper (Amazon) que mejoran muchísimo la latencia y se equiparan a la conectividad de las redes terrestres. Su principal reto es que requieren cientos o miles de unidades para lograr una cobertura global. Estas redes tienen el potencial de democratizar el acceso a Internet en aplicaciones de misión crítica y entornos donde la rapidez en la transmisión de datos es esencial.
El mercado global de comunicaciones satelitales alcanzará los 159.60 mil millones de dólares para 2030 (Grand View Research), impulsado por servicios de Internet de banda ancha como Starlink, que ya tiene 2.6 millones de usuarios (2023), o para servicios y programas de gobierno mediante aplicaciones de defensa (como la provisión de Internet en Ucrania por su conflicto bélico con Rusia), seguridad nacional, respuesta a desastres naturales o cierre de la brecha digital.
La gran novedad satelital es la tecnología Direct-to-Device (D2D). Esta modalidad rompe con esquemas tradicionales al hacer posible la conexión directa con dispositivos móviles, tabletas y otros equipos sin necesidad de infraestructura terrestre, lo cual permite conectar comunidades aisladas y regiones con dificultades de acceso a redes fijas y móviles.
Los operadores tradicionales de telecomunicaciones están probando conexiones directas entre satélites y smartphones, lo cual elimina la necesidad de las típicas antenas satelitales. En 2024 en Estados Unidos, SpaceX y T-Mobile lanzaron el servicio de mensajería vía satélite. En América Latina el pionero en D2D fue el operador chileno Entel. Otros operadores ya están haciendo pruebas.
El D2D representa un salto cuántico en la conectividad. Imagine agricultores en el Amazonas recibiendo alertas climáticas en su teléfono Android básico, o alpinistas en el Himalaya enviando su ubicación vía SMS satelital (como lo permite el iPhone 14). Esta tecnología no sustituye las redes móviles terrestres, las complementa. D2D puede llevar conectividad básica a los millones de personas que aún permanecen desconectadas por falta de redes en lugares inaccesibles. La clave de D2D está en las alianzas entre los proveedores satelitales y los operadores para extender su alcance sin construir torres en zonas inviables.
La comunicación satelital ha dejado de ser sólo para las élites. En Mozambique, drones conectados vía satélite entregan medicinas en aldeas remotas; en Alaska, escuelas usan Starlink para clases virtuales. El verdadero impacto del renacimiento satelital es la conectividad significativa: acceso a telemedicina, bancarización rural y democratización educativa.
Desde luego que toda tecnología trae riesgos. Para el caso de los satélites, más de 9,000 toneladas de basura espacial orbitan la Tierra, lo cual amenaza con colisiones en cadena, lo que se denomina Síndrome de Kessler. Además, la coordinación satelital es compleja. La Unión Internacional de Telecomunicaciones gestiona el espectro radioeléctrico, pero no existe un "tránsito aéreo" unificado. Mientras que países emergentes exigen equidad, nada garantiza que las constelaciones de Estados Unidos o de China monopolicen las órbitas bajas.
La industria satelital no resucita: se transforma. De ser una industria costosa y un lujo estratégico, pasa a convertirse en una infraestructura crítica para la inclusión digital. El resurgimiento satelital demuestra que no se trata de reemplazar tecnologías, sino de integrarlas. La convergencia tecnológica entre satélites GEO/LEO, redes terrestres y tecnologías emergentes como Inteligencia Artificial construyen un nuevo modelo de conectividad híbrido. El futuro de la conectividad no es satelital ni terrestre, son ambos. Los satélites son un andamio en el espacio para que otras tecnologías alcancen los últimos rincones del mundo.
X: @beltmondi