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¡La Revolución vive!
Si Adelita se fuera con otro
Le seguiría la huella sin cesar
Si por mar, en un buque de guerra
Si por tierra, en un tren militar
Corrido Revolucionario inspirado en los amores
de la soldadera Adela Velarde y el sargento Antonio Gil del Río
(Fragmento)
Entre la leyenda, el mito y el dato duro, la Revolución mexicana es una de las narrativas más exitosas del México moderno.
Sustentada en el perfecto contraste entre la sabiduría y la justicia representadas Francisco I. Madero y Venustiano Carranza, el valor y arrojo encarnadas por Pancho Villa, las soldaderas y Emiliano Zapata y la perversidad, la traición y la explotación personalizadas en el villano Victoriano Huerta y el “dictador” Porfirio Díaz, la lucha revolucionaria ha establecido códigos, acuerdos y valores que han marcado el camino, las creencias y la manera de ver la vida de las generaciones de mexicanos.
El problema para ella, e indirectamente para su herencia, es que por haber servido de estandarte y discurso para el grupo político que acabó convirtiéndose en el PRI, su espíritu y legado se desdibujan bajo los paradigmas y agenda de la 4T.
Intercambiar la suspensión de labores obligatoria del 20 de noviembre por la práctica del fin de semana largo y con esto limitar la audiencia y quitarle importancia a su desfile militar es un primer paso hacia el debilitamiento de la tradición, si bien creo que el transfondo es más profundo y meditado.
En su texto dedicado a la justificación histórica de la llegada de MORENA al poder como una Cuarta Transformación, AMLO verifica el primero de estos cuatro grandes cambios con la independencia y “la autodeterminación”, a las que otorga continuidad con un segunda renovación, igual de importante que la inicial, representada por la separación de la iglesia y el Estado.
El punto de quiebre es que, cuando se espera que la tercera transformación reconozca los principios del sufragio efectivo, la no reelección, la democracia y que el pueblo que tomó las armas para evitar más abusos del poder, el texto elige como el momento cumbre al Cardenismo y la construcción de una “estatalidad” en la economía que, además de superar en importancia al grito de “tierra y la libertad”, nos conducen a la década de los setenta, mencionando la deuda externa y los errores de los gobiernos neoliberales que dieron pie a su necesaria Cuarta Transformación, inspirada en el liberalismo austero de Benito Juárez.
A pesar de lo que apunta su texto fundacional y de que los rituales políticos de MORENA nieguen el pasado representado por los gobiernos que institucionaron la Revolución, ésta tiene un poder difícil de minimizarse y un repertorio inagotable.
Hoy las primarias del país lucirán en sus salones y sus fachadas el verde, el blanco y el rojo de la nación y habrá millones de niños y niñas cantando corridos, recordando la huelga de Río Blanco y vistiéndose como Madero, Carranza, Villa, Zapata o la célebre Adelita.
Además, siempre estarán los murales, el resultado material de la voluntad de José Vasconcelos y el apoyo de Álvaro Obregón en la construcción del discurso visual de la Revolución, gracias a la creatividad e inspiración del grupo que recibiría la denominación de “Escuela mexicana de pintura” o simplemente, Muralismo mexicano.
Encabezado por Diego Rivera, José Clemente Orozco y David Alfaro Siqueiros, la organización de artistas configuraría una nueva forma de narrar, pero más que nada, de enseñar e incluso moralizar a través de la eterna confrontación del explotador con el soldado, el obrero y el campesino, representantes del México moderno y renovado que surgió de la lucha.
Quizá hoy la 4T no advierta la profunda influencia que la narrativa revolucionaria tiene en su cosmovisión, pero aunque lo niegue y elija el liberalismo y la austeridad republicana de Juárez, parte de su éxito se debe a lo que ha aprendido del atractivo liderazgo y poder de sus caudillos.
¡Viva México!