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Opinión

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Salud sexual: el pilar olvidado de la salud mental

Recientemente, en consulta, conocí a Diego, un joven de 22 años que se sentía atrapado por la compulsión hacia la pornografía. La constante exposición a imágenes distorsionadas y prejuicios arraigados le impedía disfrutar de una relación íntima satisfactoria. Las ideas preconcebidas y el estigma social habían moldeado su visión del sexo, provocándole ansiedad, inseguridad y una lucha interna que comprometía su salud mental. Su caso no es aislado, sino el reflejo de una problemática creciente que nos desafía, desde lo clínico, a reconectar la educación sexual con el bienestar emocional y relacional.

Hablar de salud sexual sigue siendo, para muchos, un tabú. A pesar de vivir en el siglo XXI, con acceso casi ilimitado a la información, seguimos cargando con silencios heredados, culpas desde lo religioso, estigmas sociales y una educación deficiente —cuando no ausente— sobre nuestra sexualidad. La salud sexual es un pilar fundamental del bienestar mental, y su descuido ya está teniendo consecuencias.

Las disfunciones sexuales son más frecuentes de lo que suele pensarse. Se estima que el 43% de las mujeres y el 31% de los hombres experimentan alguna a lo largo de su vida, desde deseo sexual hipoactivo, trastornos del orgasmo, disfunción eréctil o dolor genital. Pero más allá de las cifras, lo preocupante es que muchas de estas personas no saben a quién acudir o ignoran que existe tratamiento. Llevan su malestar en silencio, marcados por la vergüenza, la culpa o la frustración, y con frecuencia terminan por normalizar relaciones insatisfactorias o incluso dolorosas.

Hoy más que nunca enfrentamos una crisis: millones de personas no saben cómo vivir su sexualidad. No saben expresar lo que desean, explorar su cuerpo ni reconocer sus emociones. Y lo más doloroso: muchas ni siquiera se permiten sentir. Hemos perdido la conexión entre el cuerpo y la mente, entre el placer y el respeto, entre el erotismo y el amor propio.

La salud sexual también es diversa

Hablar de salud sexual también es hablar de diversidad: de orientaciones, identidades, cuerpos y formas de amar que han sido, históricamente, invisibilizadas, reprimidas o patologizadas. Aún hoy, muchas personas LGBTQ+ crecen sin referentes de una sexualidad saludable, enfrentando discriminación, violencia o la falta de acceso a servicios de salud informados y libres de prejuicios. La exclusión de estas experiencias en los discursos médicos y educativos no solo es injusta: perpetúa el sufrimiento psicoemocional. Promover una salud sexual plena implica también garantizar espacios seguros, inclusivos y respetuosos para todas las formas de vivir y expresar el deseo humano.

La “generación porno”

Uno de los factores más nocivos en esta ecuación es el consumo masivo y sin filtros de pornografía. Aunque la industria la promueva como simple entretenimiento, su impacto psicológico es profundo, especialmente entre los más jóvenes. Estudios recientes revelan que el consumo suele comenzar entre los 9 y 11 años, y que el 60 % de los adolescentes la utilizan como principal fuente de “educación sexual”. ¿El resultado? Una generación hipersexualizada, con expectativas distorsionadas, relaciones vacías y un aumento preocupante de disfunciones sexuales, ansiedad de rendimiento y dificultades para establecer vínculos afectivos genuinos.

Lejos de enseñar sobre placer, consentimiento o intimidad, la pornografía refuerza narrativas de violencia, cosificación y dominio. Fomenta una desconexión emocional que afecta no solo la vida sexual, sino también la autoestima, la empatía y la capacidad de amar.

Un espejo de nuestra cultura

El descuido de la salud sexual refleja una cultura que prioriza el rendimiento por encima del bienestar, y el castigo por encima del deseo. Pero la sexualidad no es un lujo: es una dimensión esencial del ser humano. Una vida sexual plena —ya sea en solitario, en compañía, libre, diversa o pausada— mejora la salud cardiovascular, fortalece el sistema inmune, eleva la autoestima, mejora el estado de ánimo y favorece la conexión con otros. Vivida con consciencia, la sexualidad es también medicina para el alma.

¿Qué podemos hacer?

  1. Educar desde el placer, no desde el miedo. Necesitamos una educación sexual integral que incluya consentimiento, placer, diversidad, anatomía, afectividad y vínculos saludables.
  2. Hablar del tema sin vergüenza. En casa, en consulta, en los medios. Mientras siga siendo un tema tabú, seguirá condenado al silencio.
  3. Buscar ayuda profesional. Existen sexólogos, terapeutas y especialistas en salud mental capacitados para acompañarte. No tienes que resignarte al malestar.
  4. Reconectar con el cuerpo. La salud sexual comienza por conocer y respetar el propio cuerpo, sin juicios, sin apuro y sin culpa.
  5. Limitar o eliminar el consumo de pornografía. Si sientes que interfiere con tu vida íntima, tus relaciones o tu capacidad de disfrutar el contacto real, es momento de hacer una pausa.

Conclusión

Vivir una sexualidad libre, consciente, informada y saludable no es solo un derecho: es un camino hacia la plenitud. Apostar por nuestra salud sexual es también cuidar nuestra salud mental. Porque una vida sin deseo, sin intimidad, sin gozo… no es una vida plena. Y, como en el caso de Diego, todos merecemos romper los tabúes que nos limitan para alcanzar un bienestar auténtico, en cuerpo, mente y alma. Es momento de hablar, de sanar y de reconectar. Porque vivir bien también significa vivir con placer, con libertad y con amor.

Me encantaría conocer tus dudas o experiencias relacionadas con este tema. Sigamos dialogando; puedes escribirme a dra.carmen.amezcua@gmail.com o contactarme en Instagram en @dra.carmenamezcua. ¡Hasta la próxima!

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Carmen Amezcua es consultora, conferencista y experta en psiquiatría integrativa. Tiene mas de 17 años de experiencia, dentro de la industria farmacéutica y de la salud.

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