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Seguridad alimentaria mundial ¿Quién la garantiza?
El pasado 19 de noviembre concluyó la cumbre del G-20 en Río de Janeiro, Brasil, donde se dieron cita los jefes de Estado de las 20 principales economías del mundo (85% del PIB mundial y el 80% de las emisiones de GEI). Como resultado de la cumbre, se emitió una declaración conjunta en la que destacaron temas como la inclusión social y la lucha contra el hambre y la pobreza, medidas conjuntas para la transición energética y el compromiso de que, respetando la soberanía tributaria de cada país, se buscará incrementar el gravamen a los individuos de mayores ingresos para financiar el combate a las crisis climática y alimentaria que aquejan al planeta.
El presidente Lula da Silva, anfitrión del encuentro, logró la aceptación general de su propuesta Hambre Cero para el mundo y un financiamiento para la protección del Amazonas. Todas buenas intenciones en espera de materializarse.
Es muy importante que el combate al hambre y a la desnutrición continúe siendo una preocupación global y que forme parte de la agenda del G-20, pues aunque la tasa de crecimiento de la producción agrícola en los últimos años ha sido superior a la tasa de crecimiento poblacional, persisten problemas serios en el acceso económico y social a los alimentos, además de la evidente desigualdad entre países, algunos con una muy alta productividad y otros incapaces de producir lo suficiente.
Esto ya ocurre en naciones como Somalia, Malawi, Mozambique, Mali, Sudan y Haití, entre otros. Según datos de la FAO, existen en el mundo cerca de 730 millones de personas que padecen hambre crónica; de éstos, alrededor de 43 millones son latinoamericanos.
Además, los efectos del cambio climático ponen en riesgo la capacidad mundial de producir suficientes alimentos. Es evidente que, hasta ahora, los esfuerzos por revertir el proceso de deterioro ambiental en el planeta, que se expresa en el calentamiento global, sequías prolongadas, temperaturas extremas y enfermedades y plagas, han fracasado. Por no mencionar las externalidades negativas, como los conflictos bélicos en curso.
Hay que decir que no se cumplieron los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM) y, dado el limitado avance, es muy probable que tampoco se logren los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) para el 2030, entre los que se encuentra la erradicación del hambre y la desnutrición. Así lo han expresado autoridades, organizaciones no gubernamentales y científicos. ¿Qué nos queda ahora?
Los foros regionales y cumbres mundiales son importantes porque dan cuenta de la gravedad de la seguridad alimentaria mundial y los impactos del cambio climático, entre otros grandes retos que enfrentamos, pero su incidencia efectiva es muy limitada y sus costos económicos muy elevados.
La gran pregunta es: ¿Qué debemos hacer, desde la perspectiva de la producción, para garantizar la seguridad alimentaria global y enfrentar los desafíos del cambio climático? La realidad es que, de continuar con las mismas prácticas agrícolas y pecuarias, los sistemas de producción en el mundo disminuirán su capacidad para alimentar a la humanidad en el futuro.
¿Quién garantiza la seguridad alimentaria? La respuesta es llana: los productores agropecuarios. Evidentemente inciden muchos factores en todos los procesos y cadenas productivas agropecuarias, pero siempre son y seguirán siendo los agricultores, los campesinos y los ganaderos quienes transformarán los recursos naturales y los insumos en alimentos.
De modo que, en los tiempos actuales y tomando en cuenta la incertidumbre y las amenazas de diferente índole, principalmente climatológicas, es muy importante reivindicar el papel de los productores del campo y reconocer que en la medida en que se les provea de apoyo y facilidades, podremos sostener la productividad de los alimentos que demandan las sociedades del mundo.
Sin embargo, incrementar la capacidad para producir dependerá de lograr transitar de una agricultura que poco tomó en cuenta el adecuado uso y manejo de los recursos naturales, preponderantemente el agua y los suelos, y abusó del uso de agroquímicos, hacia una agricultura sustentable.
Se dice con razón que las prácticas agrícolas no sustentables contribuyen al calentamiento global. Pero eso es solo una parte de la historia, habrá que aclarar también que además de los bosques, selvas y manglares, la agricultura es una alternativa real para secuestrar el carbono de la atmósfera en los suelos. En otras palabras, todas las plantas absorben carbono y lo retienen en raíces y suelos, lo que evita la emisión de los gases a la atmósfera.
La transformación hacia una agricultura sustentable y que continúe contribuyendo a la lucha contra el hambre y la pobreza solo será exitosa de la mano de los propios agricultores. Aquí algunas recomendaciones:
Necesitamos incrementar la productividad por unidad de superficie, no debemos seguir ampliando la frontera agrícola a expensas de bosques y selvas; en México tenemos lamentables ejemplos en algunos estados.
Ser más responsables con el uso del agua agrícola y los suelos agropecuarios; actualmente, en México perdemos más del 40% del agua destinada a la agricultura por el uso de sistemas de riego obsoletos y faltos de infraestructura, así como la poca conciencia que existe entre la población sobre su uso adecuado.
Acercar la tecnología y la innovación a los productores; hay mucho conocimiento desarrollado, pero se queda en las tesis y publicaciones académicas y científicas.
Combatir plagas y enfermedades con la adecuada asistencia técnica para evitar el abuso de los plaguicidas, pues generalmente quienes recomiendan su aplicación son quienes los comercializan.
Fomentar las alianzas público-privadas porque la innovación y los adelantos tecnológicos se dan principalmente en el sector privado, por lo cual, la alianza es necesaria y estratégica.
Fortalecer los bienes públicos en apoyo al sector agropecuario en su conjunto, como la sanidad agropecuaria o la conservación de los recursos genéticos.
Disminuir el desperdicio de alimentos. Se hace mucho esfuerzo en aumentar la producción, pero buena parte de ella se pierde después de las cosechas, por lo cual se deben mejorar las tecnologías de postcosecha. Según la FAO, se desperdicia alrededor del 30 % de los alimentos producidos en el mundo.
Finalmente, deben implementarse políticas públicas que apoyen a los productores, fortalecer su trabajo, crear normas y leyes que incentiven su labor para que encuentren en sus actividades productivas dignidad y respaldo, y que no emigren de sus territorios rurales expulsados por la miseria y la violencia.
Los productores del campo son quienes nos garantizan los alimentos todos los días, todos los años; así pues, en la medida en que comprendamos y facilitemos su trabajo, garantizaremos la seguridad alimentaria.