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Semiconductores en México: entre el triunfalismo y el escepticismo
La industria de los chips no es monolítica: comprende múltiples etapas, desde el diseño hasta la fabricación, el ensamblaje, las pruebas y la producción de insumos clave. En algunos de estos eslabones, México tiene ventajas competitivas que pueden convertirlo en un actor relevante.

Cuando se habla de semiconductores en México, las opiniones parecen dividirse en dos extremos: por un lado, están quienes creen que lo único que falta es voluntad política y audacia para entrar de lleno en la producción de chips; por otro, están los que descartan la idea como un sueño imposible, una fantasía sin sustento. Ambas posturas, aunque opuestas, comparten un problema común: la falta de una comprensión realista del sector y de las oportunidades que México sí puede aprovechar en esta industria.
Es cierto que la fabricación de semiconductores es un sector de altísima complejidad y capital intensivo. No basta con desearlo ni con atraer inversión extranjera sin una estrategia clara. Para ponerlo en perspectiva, la CHIPS Act de Estados Unidos, que busca revitalizar la manufactura de chips en ese país, implicaba una inversión total de aproximadamente 280,000 millones de dólares, de los cuales 52,000 millones están específicamente destinados a la fabricación e investigación de semiconductores. La inversión total equivale a cerca de una quinta parte del PIB de México, mientras que los 52,000 millones representan alrededor del 4% del PIB. Pensar que nuestro país puede competir contra esa capacidad de financiamiento del gobierno de Estados Unidos es imposible.
Sin embargo, también es falso que México deba resignarse a la irrelevancia en la cadena global de semiconductores. La industria de los chips no es monolítica: comprende múltiples etapas, desde el diseño hasta la fabricación, el ensamblaje, las pruebas y la producción de insumos clave. En algunos de estos eslabones, México tiene ventajas competitivas que pueden convertirlo en un actor relevante.
El país ya cuenta con una base industrial sofisticada, particularmente en el sector automotriz y electrónico, lo que le permite posicionarse en áreas como el ensamblaje y prueba de chips, donde la precisión manufacturera y la logística eficiente son clave. Además, México podría desarrollar una industria robusta de insumos para semiconductores, como materiales químicos ultrapuros o equipos de encapsulado, atrayendo inversión extranjera y fomentando la integración con proveedores locales.
Lo que México necesita no es ni el triunfalismo ni el derrotismo, sino una estrategia realista. Justo esto es lo que se está buscando dentro del Plan México: una postura realista que tenga claras las fortalezas y los límites del país, pero que nos ayude a integrarnos en esa cadena. Hay tres cosas en las que claramente podemos enfocarnos: 1) aprovechar el nearshoring para atraer empresas de ensamblaje y prueba, 2) fortalecer el ecosistema de proveedores locales en segmentos donde ya existen capacidades industriales y 3) invertir en la formación de talento especializado para que, en el mediano plazo, el país pueda ascender en la cadena de valor.
No se trata de construir fábricas de última generación de la noche a la mañana, sino de integrarse estratégicamente en el sector y desarrollar capacidades progresivamente. Con un enfoque bien dirigido, México puede pasar de ser un espectador a un jugador clave en una de las industrias más estratégicas del siglo XXI.