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¡Hasta siempre Derrida!

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OpiniónEl Economista

El pasado 9 de octubre, Jacques Derrida filósofo francés nacido en Argelia, cumplió 20 años de muerto. Su obra, nos deja un legado invaluable, fundamental para no renunciar al ejercicio de pensar, tan necesario en nuestro tiempo, donde la apuesta por el diálogo, el compartir, proponer y discutir ideas se ha vuelto un acto revolucionario, en un entorno donde las certezas se vuelven implacables y dificultan la dicha de enmudecer y reflexionar. No es casualidad observar lo que sucede en algunas partes del mundo para dar cuenta de esto, donde la toma de decisiones, y las nuevas condiciones de posibilidad no dejan espacio al cuestionamiento, a la diferencia, a la alteridad, y a la ausencia -términos complejos de asumir en nuestra sociedad y presentes en la obra derridiana.

Derrida nos convoca a asumir la herencia, a escogerla y a activarla de otro modo. En una conversación sostenida con Elizabeth Roudinesco y transcrita en el texto ¿Y mañana qué?, el diálogo parte de la siguiente interrogante ¿De que está hecho el mañana?, a lo cual Derrida expondrá la relevancia de la figura del heredero y su doble exhortación, donde nos recuerda, que todos somos herederos sin elección -ya que la herencia nos escoge violentamente en un primer momento, de ahí, la posibilidad de asumirla en la fidelidad, pero que para mantenerla con vida habrá que ser infiel a la misma, es decir “activarla de otro modo”. Así un heredero es quien acepta la herencia y se pone a prueba decidiendo, dando nuevas posibilidades en la misma imposibilidad, que se da en el reflexionar de otro modo lo que se hereda, preocupado por dar vida a la herencia.

Derrida nos recuerda el problema de la filiación, donde la pasividad del heredero no debe ser asumida sin más, al contrario, se trata del don, de esa posibilidad imposible que apuesta por la vida…” habría que pensar la vida a partir de la herencia y no a la inversa. Por lo tanto, habría que partir de esa contradicción formal y aparente entre la pasividad de la recepción y la decisión de decir “sí”, luego seleccionar, filtrar, interpretar, por consiguiente, transformar, no dejar intacto, indemne, no dejar a salvo ni eso que se dice respetar ante todo”. Así, para mantener con vida la herencia -cultura, lenguaje, historia-, habría que asumir su historicidad misma que nos convoca como legatarios a la tarea de no renunciar a reflexionar e interpretar, entre un firmar y reafirmar constante…” reafirmar siempre la herencia es el modo de evitar esa ejecución…reinterpretar, desplazar, o sea intervenir activamente para que tenga una transformación digna de tal nombre: para que algo ocurra, un acontecimiento, la historia, el imprevisible porvenir”. Hoy el espectro de Derrida nos convoca a no renunciar a esta doble exhortación, a no resignarnos a la pasividad de una recepción, ya que como nos lo recuerda, para dar vida y ser en la vida es importante “saber dejar, para poder vivir”, no en el pasado absoluto o de un pasado a la medida, donde la desmesura de una memoria que no cesa, aniquile toda añoranza, esperanza y anhelo para vivir de otro modo. Así a 20 años de su muerte, Derrida nos interpela, y nos recuerda nuestro deber como herederos, donde “saber “dejar” y lo que quiere decir “dejar “es una de las cosas más bellas, más arriesgadas, más necesarias que conozca. Muy cerca del abandono, el don y el perdón”. Así la herencia nos recuerda el valor de nuestra finitud y la riqueza de la estrategia deconstructiva, que es nuestra posibilidad en tanto para aceptar lo heredado, pero para asumir la exhortación de transformarlo con amor y responsabilidad, ya que ser responsable, nos recuerda Derrida, es responder a lo que nos procede, pero también a lo venidero, a lo que esta delante de uno. Así, reflexionar en torno a nuevos presupuestos, nos orienta hacia nuevas posibilidades para vivir de otro modo, en una incesante reelaboración indeterminada y abierta al por venir tan urgente y necesaria en nuestro tiempo, ya que la crueldad no tiene la última palabra…

Dedicado al Dr. Ricardo Nava por su incansable lectura y reescritura -fiel e infiel- a los textos de Jaques Derrida.

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