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La subsistencia no es suficiente
Para ayudar a quienes luchan contra la pobreza extrema a acceder a elementos esenciales, los formuladores de políticas deben mejorar la asequibilidad y fomentar el crecimiento económico. Al crear empleos de calidad y reducir costos de bienes y servicios, las empresas están bien posicionadas para impulsar el desarrollo.
![There are many poor houses in slums with high population density. The concept of poverty in third World countries.](https://imagenes.eleconomista.com.mx/files/image_853_480/uploads/2025/01/28/6799b5a40929d.jpeg)
There are many poor houses in slums with high population density. The concept of poverty in third World countries.
MINEÁPOLIS/MILÁN/MÚNICH. En 1990, más de un tercio de la población mundial vivía debajo de la línea de pobreza extrema del Banco Mundial (2.15 dólares al día). Desde entonces, la proporción ha caído a menos del 10%, un logro notable y alentador. Pero las personas que padecen pobreza aspiran a mucho más que la mera subsistencia.
En este sentido, el McKinsey Global Institute (MGI) ha introducido la línea de empoderamiento, un concepto basado en el trabajo de los economistas del desarrollo, que representa los ingresos requeridos para satisfacer necesidades esenciales como la alimentación, la vivienda, la atención sanitaria, la educación, el agua, el transporte y la energía y, al mismo tiempo, poder ahorrar lo suficiente para hacer frente a emergencias.
Los ingresos son esenciales para el empoderamiento económico, pero igual de importante es la asequibilidad de bienes y servicios. El nivel de ingresos que permite satisfacer las necesidades básicas varía según el país, pero el valor de referencia mundial es 12 dólares por persona y por día, según la paridad de poder adquisitivo. A pesar de décadas de avances, un 80% de las personas en las economías de bajos ingresos y el 50% en las de ingresos medios todavía no alcanzan este umbral. Incluso en los países más desarrollados del mundo, el 20% de la población todavía padece desempoderamiento económico.
Una de las razones de la permanencia de estas diferencias en empoderamiento es que el aumento del PIB per cápita no siempre se traslada a beneficios económicos para toda la población. Es común que el costo de los bienes esenciales (por ejemplo, la vivienda en los países de ingresos altos y los alimentos en los de ingresos bajos) aumente más rápido que los salarios; en la práctica, esto anula las mejoras de ingresos y erosiona los niveles de vida.
Abaratar bienes y servicios esenciales puede ser crucial para promover el desarrollo inclusivo. El MGI calcula que reducir los precios en los países más costosos hasta equipararlos con los de países más baratos con niveles de ingresos similares podría llevar a unos 230 millones de personas (el 2.8% de la población mundial) por encima de la línea de empoderamiento. Por ejemplo, en países con una renta per cápita de entre 2,500 y 5,000 dólares, es común que haya grandes variaciones en el costo de los alimentos, y algunos hogares pagan más del doble que otros por productos de primera necesidad. Reducir estas diferencias no solo aliviaría las presiones financieras, sino que también permitiría a millones de familias alcanzar seguridad económica duradera.
Cuando los mercados son eficientes, ayudan a mantener los precios controlados; en cambio, las ineficiencias aumentan costos y limitan el acceso a bienes y servicios básicos. Un informe reciente del MGI subraya la necesidad de que los gobiernos mejoren la asequibilidad de bienes y servicios y hace hincapié en la eficacia de fomentar la competencia (en los niveles nacional e internacional) mediante normativas y políticas comerciales.
También el sector privado, que emplea a la inmensa mayoría de la mano de obra en todo el mundo, tiene herramientas para dar apoyo al empoderamiento económico; y hay tres razones de peso por las que las empresas deberían hacerlo.
Para empezar, el sector privado ya es motor de empoderamiento económico, mediante la creación de empleos de calidad y la provisión de bienes y servicios. Según el MGI, las empresas estadounidenses canalizan cada año cuatro billones de dólares hacia el empoderamiento de empleados, proveedores y comunidades, mientras que la cifra para las europeas es 2,1 billones. Con estos volúmenes, incluso pequeñas mejoras pueden generar importantes beneficios.
Además, las empresas enfrentan una creciente presión para que valoren no sólo sus resultados financieros sino también su impacto social. Hay investigaciones que demuestran que las empresas que tienen en cuenta los efectos más amplios de sus actividades pueden aumentar la satisfacción de los empleados, mejorar la lealtad de los clientes y fortalecer la productividad.
Por último, la atención al empoderamiento puede revelar nuevas oportunidades de mercado. El objetivo principal de los proveedores de telefonía móvil para entrar en África subsahariana o el sur de Asia no era empoderar a las comunidades locales, pero es lo que lograron al conectar a los pequeños agricultores con los mercados mundiales y acelerar la inclusión financiera. Una tendencia similar se está produciendo en el sector de venta minorista, donde el modelo de negocio de bajo costo de las tiendas de descuento ha aumentado el acceso a alimentos para millones de personas en todo el mundo.
Para entender cómo las empresas pueden promover el empoderamiento, el MGI analizó iniciativas de cien grandes empresas de diversos sectores en todo el mundo, en ámbitos como la atención médica subsidiada, la provisión de programas internos de formación para ayudar a los empleados a ascender a puestos mejor pagados y actividades filantrópicas como donaciones a bancos de alimentos y ayuda en caso de catástrofe. También hay cada vez empresas que se comprometen a pagar a sus empleados un salario digno (y algunas exigen lo mismo a sus proveedores).
Pero determinar cuál es la estrategia más eficaz no deja de ser difícil. En el área de la reducción de emisiones de gases de efecto invernadero, las curvas de costo marginal son una herramienta ampliamente aceptada para evaluar la rentabilidad de diversas alternativas, pero en lo referido al impacto de las iniciativas sociales no existe una referencia comparable. Para subsanar esta falencia, el MGI ha desarrollado un indicador de «impacto de empoderamiento» para medir los beneficios de los programas en relación con sus costos. Un valor igual a 1,0 implica que por cada dólar gastado se obtiene un dólar en beneficios para los hogares por debajo de la línea de empoderamiento; valores más bajos implican más eficiencia.
Las empresas pueden usar esta métrica para mejorar el diseño y la implementación de programas sociales. Por ejemplo, el MGI calcula que si las empresas y fundaciones estadounidenses mejoraran apenas un 10% la eficiencia de sus donaciones benéficas (que llegan a 140 000 millones de dólares al año), podrían llevar a cinco millones de personas más por encima de la línea de empoderamiento económico.
Echando mano de su experiencia, las empresas pueden identificar a los grupos con mayor riesgo de caer por debajo de la línea de empoderamiento y adaptar las soluciones a los diversos problemas, por ejemplo la escasez de vivienda en Alemania, el alto costo de los alimentos en Vietnam y China y el encarecimiento de la atención médica en Estados Unidos. Reconocer las circunstancias locales puede ayudar a las empresas a crear iniciativas que aprovechen sus respectivas fortalezas. Por ejemplo, una empresa farmacéutica tal vez apunte a ampliar el acceso a medicamentos vitales, mientras que un banco puede invertir en proyectos de vivienda asequible.
Por supuesto que el crecimiento económico es el motor más potente de reducción de la pobreza, sobre todo en los países de ingresos bajos y medios. Pero por sí solo no basta. Para lograr avances significativos se necesita una amplia distribución de sus beneficios, con el respaldo de sólidos mecanismos sociales y una mejora de la asequibilidad de bienes y servicios. Sin estos cimientos, el empoderamiento económico seguirá siendo un objetivo lejano, y millones de personas se verán privadas de alcanzar su pleno potencial.
La autora
Kweilin Ellingrud es socia principal de McKinsey & Company en Mineápolis y directora en el McKinsey Global Institute.
El autor
Marco Piccitto es socio gerente de la oficina de McKinsey & Company para el Mediterráneo en Milán y presidente del Consejo del McKinsey Global Institute.
El autor
Tilman Tacke es socio del McKinsey Global Institute en Madrid.
Traducción: Esteban Flamini
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