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Teuchitlán, el exterminio
México está de luto. El macabro hallazgo de 200 pares de zapatos y ropa de cientos de personas presuntamente desaparecidas en el municipio de Teuchitlán, Jalisco, reveló la brutal realidad de un país donde el tejido social se ve constantemente desgarrado por la violencia y la impunidad.
Las imágenes son dolorosas y los testimonios desoladores, pues refieren que los cárteles del crimen organizado llevaban a ese sitio a las personas que secuestraban, luego las entrenaban para matar y después eran ejecutadas porque no accedían a formar parte de sus filas. Literalmente, un campo de exterminio.
No es la primera vez que la sociedad se estremece con este tipo de casos. Las fosas clandestinas de San Fernando, Tamaulipas, localizadas en 2011, y la desaparición de los 43 jóvenes de Ayotzinapa, en 2014, ya habían sacudido las conciencias de una sociedad lastimada por la violencia y aterrada por la repetición de un mismo patrón en estas atrocidades: la colusión de criminales y autoridades.
La infiltración de cárteles en diversos niveles de gobierno y sus redes de poder han facilitado el secuestro, el reclutamiento forzado y el asesinato sistemático de miles de jóvenes y adultos, muchos de los cuales simplemente desaparecen sin dejar rastro. Esta complicidad, ya sea por acción o por omisión, es una constante que ha permitido que estos horrores se multipliquen a lo largo y ancho del país.
La reciente decisión de la presidenta Claudia Sheinbaum de fortalecer la Comisión Nacional de Búsqueda (CNB) y la Comisión Ejecutiva de Atención a Víctimas (CEAV), representa una inesperada pero necesaria reconsideración sobre una tragedia que alcanza 120 mil personas desaparecidas, de las cuales, el 74% son menores de edad y 54% son mujeres.
Se trata de un intento crítico por revertir la insensibilidad que caracterizó la administración de Andrés Manuel López Obrador, quien minimizó y silenció el dolor de miles de familias que claman desesperadamente por la verdad y el regreso de sus seres queridos.
Sólo a los partidos opositores a la 4T les hace falta escuchar que Sheinbaum se desmarque de López Obrador, porque a la sociedad le viene bien que las acciones hablen más que las palabras. Eso sí, sería deseable que, en esta lógica de deslindes tácitos, la presidenta de México establezca una interlocución real, sincera y directa con los cientos de grupos de búsqueda que han surgido desde la sociedad civil.
No podemos olvidar que estos colectivos han emprendido una labor titánica: indagar todo rastro posible que pueda llevarlos a la ubicación de sus familiares. Su perseverancia es un testimonio de valentía y amor, pero también un recordatorio constante de la omisión del Estado en su deber de proteger y servir a sus ciudadanos.
También es imprescindible limpiar y fortalecer las Fiscalías, tanto la federal como las locales, a fin de garantizar que funcionen sin interferencias delictivas. No sólo se trata de dar continuidad al rescate de los cuerpos y la identificación de las víctimas, sino de erradicar de raíz los nexos corruptos que alimentan esta maraña de injusticia.
El camino para solucionar la crisis de las desapariciones en México es largo y está lleno de obstáculos. Hay demasiado luto, dolor, ira y frustración.
Ya es tiempo de empezar a cerrar las heridas abiertas. Es hora de mirar de frente el pasado, reconocer que la violencia es el resultado de años de negligencia y complicidad, y dar pasos firmes hacia un futuro donde todos los mexicanos, sin excepciones, tengamos derecho a la dignidad y la justicia.