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Opinión

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Todas dignas de un museo

Foto: Especial

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La tentación siempre es grande. Casi siempre irresistible. Y si se trata de marzo, mes de la Primavera –única estación del año de género femenino– imposible de sortear. Inútil deshacerse de la idea de que apenas antier fue el Día Internacional de la Mujer y difícil no ceder a conmemorar también, como la evidencia del calendario indica, la vida o la muerte de varias féminas notables; desde Margarita Maza de Juárez hasta Josefa Ortiz de Domínguez. Por ello la resistencia cede al escribir estas líneas, pues otra vez hablarán sobre mujeres.

En todos los ámbitos de las letras –la poesía, la narrativa, el ensayo, la crítica, el análisis, el drama, el teatro y la comedia– las mujeres son personajes principales. Siempre logran que una trama lenta avance, dan una vuelta de tuerca a todas las historias, llegan a ser las responsables de que los finales sean felices o nos sumen en una miseria insoportable. A veces, hasta parece que algunos ya entienden que en la historia de la humanidad y el pensamiento pasa exactamente lo mismo. Gabriel García Márquez, por ejemplo, parecía saberlo cuando alguna vez confesó: “En todo momento de mi vida hay una mujer que me lleva de la mano en las tinieblas de una realidad que las mujeres conocen mejor que los hombres y en las cuales se orientan mejor con menos luces”. Tenía toda la razón, ¿no es así lectora querida?

La ilustre Corregidora María Josefa Ortiz de Domínguez

La ilustre Corregidora María Josefa Ortiz de DomínguezFoto: Especial

Nos consta que no todos los grandes hombres –por ilustres o arrojados que hayan sido– han tenido tan excelente impresión de las mujeres. Más allá de un amable Rubén Darío que decía que “sin las mujeres la vida es pura prosa”, muchos siguen instalados en su bestial patriarcado. Sin embargo, ni los comentarios, ni los escritos de los varones son el tema de hoy. Mejor, seguir poniendo el acento en que siglos enteros hubieron de pasar para que algunos aceptaran que, desde el principio de los tiempos, las mujeres eran capaces de gobernar naciones, dominar la ciencia, inventar magníficos instrumentos, manejar lo filosófico, lo mecánico, lo matemático, lo histórico, lo mágico y lo espiritual. Seguir hablando del proceso doloroso y lento que todavía no termina y de la espera de un reconocimiento cabal de los derechos inherentes de las mujeres que tampoco ha llegado.

No cabe duda de que novedades hay y esfuerzos se hacen. Ayer, por ejemplo, nos levantamos con la noticia de que, en el marco del Día Internacional de la Mujer, la presidenta Claudia Sheinbaum inauguró en Palacio Nacional una sala abierta a todo público llamada “Mujeres en la Historia” en la que se rinde homenaje a 401 mexicanas, entre ellas 99 víctimas de la violencia de Estado, como parte de las 100 acciones que impulsa el Gobierno de México para reivindicar la memoria histórica.

Todavía no vamos y por lo pronto, sólo nos podemos imaginar qué mujeres están allí y hacernos mil preguntas. En un sueño incluyente, histórico y democrático ¿estarán las privilegiadas y pudientes como María Antonia de Godoy y Álvarez, esposa del virrey del mismo apellido, que gracias a su declaración de que “las perlas estaban pasadas de moda” y era mejor usar corales, permitió que sus empleados se hicieran de dinero vendiendo a muy buen precio sus collares? ¿Habrá alguna mención a María Francisca de la Gándara, viuda de Félix María Calleja –el acérrimo enemigo de los insurgentes– que soportó las batallas militares y castigos corporales de su esposo, además del descrédito de sus paisanos para acabar en el exilio llevándose seis hijos y muriéndose de cólera en Valencia? ¿Estarán mujeres mexicanas disruptivas como Juana de Asbaje, que para poder dedicarse al estudio tuvo que convertirse en monja y defendió sus derechos diciendo a sus enemigos que escribir nunca había sido dictamen propio, sino una fuerza ajena que jamás comprenderían?

Seguramente estarán mujeres de la Independencia como Josefa Ortiz de Domínguez, Gertrudis Bocanegra y Leona Vicario, valerosas y solidarias con ideología irreductible. Tal vez, también mujeres de cuando hubo presidente, leyes y República, de la fundación y caída de nuestros dos imperios, mujeres resistentes a un par de intervenciones, activistas de los tiempos de la Reforma y activas participantes en la Revolución.

Seguro está presente Rita Cetina, la que en Mérida fundó “La Siempreviva,” un grupo que se transformó en una Sociedad Editorial y Docente formado exclusivamente por mujeres cuya base ideológica era el derecho de las niñas a educarse para mejorar por ellas mismas sus condiciones de vida. Una ocasión gloriosa para guardar en la memoria. Aquel proyecto que por primera vez en nuestra historia generó un espacio femenino que abrevó en el Instituto Literario de Niñas Siempreviva, institución de tan largo alcance y con un impacto tal que provocó que las egresadas de él utilizaran el término “hermandad” como “sororidad” tal y como fue evidente en el Primer Congreso Feminista mexicano de 1916, también posibilitado por ellas.

Muchas faltan en este recuento y seguro más en nuestra desmemoria, pero en la nueva sala de Palacio Nacional no lo sabemos de cierto. Solo podemos recomendarle –lector, lectora querida– asistir y comprobar si todas las mujeres que están allí son

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