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Todos los orates del presidente
Donald Trump dijo hace unos días que sería bueno dispararle a Liz Cheney, una republicana de cepa que, sin embargo, lo ha criticado abiertamente. “Pongámosla con nueve cañones disparándole. Veamos cómo se siente cuando las armas estén apuntando a su cara”, dijo en el mismo mitin en el que la llamó “muy tonta”, “estúpida” e “imbécil”.
Ha llamado a usar las armas contra todo aquél que osa criticarlo, como los generales de alto rango que de hecho sirvieron en su mandato pero que se dieron cuenta de su ruina moral y advierten sobre ello. A éstos y a los demócratas los ha llamado “el enemigo interno”, y ha expresado que se debe usar el ejército contra ellos. Su historial de dichos violentos es abundante. Debemos recordar que estuvo a favor de la brutalidad policiaca y aprueba que ciudadanos “justicieros” ataquen a la gente que hace uso de su derecho a manifestarse.
Cuando el general retirado Mark Milley, quien presidió del Estado Mayor Conjunto, lo criticó, Trump dijo que debería ser ejecutado. Otro general que goza de una gran reputación, John Kelly, quien fuera secretario general de la Casa Blanca, también es receptor de sus ataques, luego de que declarara que estuvo en una reunión (no fue el único testigo que lo ha revelado) en la que Donald sostuvo que le gustaría tener el tipo de generales que tenía Hitler. Contemplando la magnitud de lo que se juega el 5 de noviembre, Kelly sostiene que Trump se ajusta “a la definición general de fascista”.
La verborrea del expresidente, siempre biliosa, se volvió cada vez más oscura en los últimos días antes de la elección. En cada acto de campaña repite que hay una invasión de migrantes de países que envían a propósito a sus delincuentes, violadores y asesinos. Él y los suyos siguen mintiendo con que los “ilegales” están votando masivamente.
Ante hordas de idólatras, dijo que el primer día lanzará el mayor programa de deportación de la historia “para sacar a estos criminales, rescatar cada ciudad que haya sido invadida y conquistada (sic), y meter a estos criminales crueles y sedientos de sangre en la cárcel”.
En el colmo de su retórica enfermiza, y lo que fue calificado por una línea roja que de hecho lo acerca al supremacismo blanco, dijo que esos migrantes “envenenan la sangre de nuestro pueblo”.
En su ya célebre mitin en el Madison Square Garden, tanto él como sus teloneros salpicaron tal cantidad de odio, racismo y xenofobia, que los analistas no dudaron en compararlo con el evento que tuvieron 20 mil filo-nazis estadounidenses en ese mismo recinto en 1939, ante gigantescas esvásticas. Ahí fue donde un comediante de poca monta se burló de Puerto Rico, diciendo que era una isla basura, y los demás oradores mostraron sus cartas más envenenadas contra los afroamericanos y las minorías.
Vociferaron con que Kamala es “el anticristo” y Hillary Clinton “una enferma hija de puta”. Desde hace semanas circula en las redes sociales de ultraderecha la calumnia de que Harris subió en el escalafón judicial de California por haberse acostado con los hombres que tenían poder en ese entonces, y Donald no duda en republicar ese embate lleno de sexismo y bajeza.
¿Cómo llegamos hasta aquí? Anne Aplebaum, una de las mayores expertas en los regímenes autocráticos, en un texto titulado “Trump quiere que normalicemos esto”, afirma que toda esta insensatez es parte de “la campaña que está preparando psicológicamente a los ciudadanos para un asalto al sistema electoral, un segundo 6 de enero, si Trump no gana, o un asalto al sistema político y al estado de derecho si lo hace”.
Trump lleva nueve años esparciendo bulos, empezando por la más inconcebible de todas, la Gran Mentira, que es negar que perdió la elección de 2020. Los mismos republicanos que lo calificaron como un asalto a la legalidad en su momento, como Mitch McConnell, se negaron después a ratificar sus dichos. “Se está preparando al electorado MAGA (Make America Great Again) para que equipare a su oposición política con la infección, la contaminación y el poder demoníaco, y para que acepte la violencia y el caos como una respuesta legítima y necesaria a estas amenazas primarias y letales”, apunta Applebaum. “Este tipo de lenguaje es importado de la década de 1930”.
El “nazi negro”
Otra experta en fascismo, Ruth Ben Ghiat, explicó en una entrevista con León Krauze que los regímenes autoritarios empiezan por deslegitimar las instituciones, para que la gente acepte un golpe”, “y en Estados Unidos se ha hecho un gran esfuerzo por deslegitimar a todo tipo de autoridades que dependen de los hechos objetivos. Los autoritarios siempre atacan a la verdad, y en la vieja escuela como Mussolini y Hitler, el líder siempre tiene la razón”.
Cuando azotaron los huracanes Helene y Milton, los grupos de extrema derecha dijeron que habían sido provocados por los demócratas para ganar las elecciones. Aplaudidores trumpistas como Elon Musk y Tucker Carlson contribuyen a toda esta desinformación, como hizo el mismo Trump, que acusó falsamente a Joe Biden de desviar miles de millones de dólares del presupuesto de la agencia federal de emergencias, FEMA, para programas de apoyo a migrantes. Difundieron tantas mentiras, que sus empleados empezaron a recibir amenazas de muerte y agresiones.
“Cada vez es más difícil describir hasta qué punto un porcentaje significativo de estadounidenses se ha desvinculado de la realidad”, escribió Charles Warzel en The Atlantic, en medio de la catástrofe de los huracanes, y cuando una avalancha de “disparates absolutos” acumulaban millones de vistas en internet. Alex Jones, el difamador en jefe (quien acusó a los padres que habían perdido a sus hijos en el tiroteo masivo de Sandy Hook de hacer un “montaje” para afectar la imagen del lobby armamentista) aseguró que los huracanes eran “armas meteorológicas” (Tucker Carlson, el ex diseminador de mentiras en Fox News, que aseguró que el asalto al Capitolio fue obra de actores para desacreditar a los republicanos, dijo de Jones que era “la persona más extraordinaria” que había conocido).
Elon Musk, escribió en X que FEMA estaba “bloqueando activamente la ayuda y confiscando bienes”. “Es muy real y aterrador hasta qué punto han tomado el control para impedir que la gente ayude”, mintió, en un post tuvo más de 40 millones de vistas.
Otra adoradora de Trump, Laura Loomer, subió a la red: “no obedezcan a FEMA, es cuestión de supervivencia”. Otros llamaban a las milicias de ciudadanos armados a enfrentar a FEMA. Un estudio halló que el 30% de las publicaciones de esas redes “contenían odio antisemita manifiesto”. En vez de reflexionar sobre el calentamiento global, los fanáticos amenazaron de muerte a los meteorólogos, quienes, en sus mentes, no son más que ‘mentirosos programados para arrojar estupideces para apoyar la mierda del calentamiento global’, como posteó alguien en X.
El desfile de personajes esperpénticos en que se ha convertido el movimiento MAGA, es imparable. Una lista para nada exhaustiva incluiría por supuesto a Mark Robinson, el candidato a gobernador en Carolina del Norte que años atrás solía visitar una red de pornografía en la que escribió que le gustaba el porno transgénero, a pesar de que él es transfóbico. Decía que era un “nazi negro” y que estaba bien si regresaba la esclavitud, que él mismo disfrutaría teniendo esclavos.
También se refirió a Martin Luther King como “peor que un gusano” y “maldito bastardo comunista”. “Preferiría a Hitler que a cualquier mierda que haya en Washington ahora mismo”, declaró, en los tiempos de Obama, y según algunos de sus comentarios, se puede concluir que es un negacionista del Holocausto. Por si faltara poco, insultó a los niños que han sobrevivido a los tiroteos masivos en los que han muerto sus compañeros, llamándolos “prosti-niños”. Ese es el hombre al que Donald llama “su amigo” y al que “apoya completamente”.
De hecho, todo indica que mientras más fanáticos y más insultantes son, mejor se alinean con el movimiento MAGA. La diputada Marjorie Taylor Greene, por ejemplo, acusó a los judíos de lanzar un “láser espacial” para provocar los incendios forestales en California, y ha dicho, como tantos otros, que los demócratas lideran una red de tráfico de personas y abusan de bebés. Esa es la teoría de QAnon, que tantos creen ciegamente en la ultraderecha: que le extraen la sangre a los infantes para permanecer jóvenes.
Uno más de los personajes delirantes, que creen en todas las teorías conspirativas, es Robert Kennedy Jr., descendiente directo de John F. Kennedy y a quien menosprecia toda su numerosa familia. Era candidato independiente, pero ahora es más trumpista que Trump, como suele suceder en los movimientos que se asemejan a sectas. En la pandemia, sostuvo que fueron “los políticos” los que impusieron el confinamiento para hacerse ricos. Y cree que los químicos en el agua convierten a los niños en transgénero.
Otras de sus chifladuras: “las vacunas causan autismo”. “Por el Prozac se dan los tiroteos en las escuelas”. La tecnología 5G es el instrumento totalitario que “podría controlar nuestro comportamiento”. El SIDA lo crearon las farmacéuticas para vender medicinas. El apoyo que ha dado Biden a Ucrania ante la invasión rusa, es porque quiere “alentar la guerra”. Y dice que Putin tiene buenas intenciones.
¿Alguien más? JD Vance, el candidato a vicepresidente, es quien inventó que los haitianos se comen a los perros y a los gatos en Ohio, mentira que mueve a risa y que Trump repitió en el debate ante Kamala. Cuando el moderador le preguntó de dónde sacaba ese infundio, Donald dijo que “lo había visto en la televisión”.
Vance fue quien expresó que el país estaba gobernado por oligarcas corporativos y “un grupo de mujeres amantes de los gatos sin hijos, que son miserables con sus propias vidas”, a lo que, con elegancia, la cantante Taylor Swift respondió después en un post diciendo que ella, una mujer “con gatos y sin hijos”, apoyaba a Harris.
“Exhibición de fenómenos”
Los representantes Paul Gosar y Lauren Boebert son una fuente inagotable de chifladuras. El primero publicó un video en el que le corta la cabeza a una congresista demócrata. La segunda, dijo que en las escuelas las autoridades estaban poniendo cajas de arena “para las personas que se identifican como gatos”. El senador Lindsey Graham, en un exabrupto, dijo que se debía arrojar una bomba atómica sobre Gaza.
En un evento para conmemorar el 11 de septiembre, Trump llevó a Laura Loomer, una teórica de la derecha radical, que sostiene que ese ataque terrorista fue orquestado por el gobierno y que Kamala Harris es una “prostituta que usa drogas”, además de que los demócratas deberían ser “ejecutados”. Donald dijo de ella que era una “mujer con coraje y espíritu libre”.
Michael Flynn, ex asesor de seguridad con Trump y quien se ha sentado a cenar con Putin, opinó que se debería declarar la ley marcial para “rehacer” las elecciones de 2020 y que hay un “nuevo orden mundial” por el cual personalidades como Bill Gates y George Soros “tienen la intención de rastrear a cada uno de nosotros”, usando un chip.
Vivek Ramaswamy, exprecandidato republicando, amenazó que iba a deportar a los hijos de inmigrantes aunque hayan nacido en Estados Unidos, y dijo que las mentiras sobre el cambio climático son las que provocan muertes, no el cambio climático, que no es real. Cuando MSNBC publicó una enumeración de las locuras de Ramaswamy, llegó a una desalentadora conclusión: “los votantes republicanos no buscan candidatos honestos”.
“Esto no es normal”, escribió Peter Wehner, en un artículo titulado “The Republican Freak Show”. “Desde 2016 los MAGA han estado en guerra con la realidad, deleitándose en su nihilismo barato, creando explicaciones retorcidas para justificar la anarquía, la depravación moral y el trastorno de su líder”.
“No hay deber más alto para un ciudadano que repudiar a un hombre que traicionó a la nación y ahora amenaza con perseguir a quienes se han alejado de él. En los casi 250 años desde la fundación de la nación, ningún presidente antes de Trump ha traicionado tanto a Estados Unidos”, escribió Michael Luttig, un ex juez republicano, horas antes de la elección.
“Nada de esto está oculto: está a la vista en luces de neón, casi a todas horas y cada día. Nadie que apoye al Partido Republicano, que vote por Trump y por sus acólitos, puede decir que no sabe”, finaliza Wehner.
Efectivamente, nadie se puede llamar a engaño. Hoy se termina de decidir todo.