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Opinión

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La tormenta perfecta

El panorama que se perfila para México no es halagüeño. Por un lado está el desmantelamiento institucional que emprendió el expresidente López Obrador y que ha continuado con plena convicción la presidenta Claudia Sheinbaum, quien se ha empeñado en negar que tendrá efectos adversos no solo sobre la actividad económica y el bienestar de las personas, sino también sobre la calidad de la democracia bajo la cual se desenvuelven los mexicanos. 

Por otro lado, el resurgimiento potente de Donald Trump, elegido con amplio margen para ser presidente de los Estados Unidos por segunda ocasión, y que ya ha dejado claro que iniciará su nuevo mandato con un agenda de gobierno contruida claramente para apelar al apoyo de una amplia base a la que no le importa en lo más mínimo si la política económica del segundo mandato de Trump tendrá sustento teórico o práctico, o si la oferta de deportaciones masivas es sensata o atenta contra los derechos humanos. Es un apoyo que se basa en sentimientos de insatisfacción, combinados con una relativa ignorancia que ha convertido a millones de estadounidenses en presas fáciles de las noticias falsas y de las promesas sin sustento.

En México, el desmantelamiento institucional caracterizado por una masiva sustitución de ministros, magistrados y jueces que necesariamente atravesarán por una complicada curva de aprendizaje que hará que la impartición de justicia, la resolución de conflictos entre particulares o la resolución de conflictos entre particulares y el Estado Mexicano, no solo se vuelvan más lentas de lo que son hoy, sino peor aún, decisiones menos consistentes y menos predecibles; también, caracterizado por autoridades reguladoras disminuidas en sus capacidades de actuación, propensas permanentemente a las presiones políticas por parte de actores relevantes dentro del Poder Ejecutivo o del Poder Legislativo, que harán del proceso de emisión de decisiones regulatorias uno más basado en la actuación discrecional, que uno basado en las reglas y en criterios consistentes, y desde luego, menos transparente, necesariamente se traducirán en un ambiente donde la certeza sobre los derechos de propiedad se verá mermada y donde tendrán más peso el amiguismo, el compadrazgo o incluso la corrupción, como elementos que expliquen el éxito de múltiples proyectos. Bajo un ambiente así, es inevitable que la economía mexicana asborba un costo importante, reflejado en el largo plazo en una tasa de crecimiento potencial menor incluso a la que tiene hoy, menor a la de 2018.

En paralelo a ello, México estará expuesto a la actuación caprichosa de un presidente Trump que se sabe investido con un gran poder, que lejos de tomar nota de las supuestas clases de economía que se le quieren dar desde las conferencias mañaneras en Palacio Nacional, responde a las emociones de su electorado. Ya lo vimos en su primer período presidencial. El presidente Trump opera a través de manotazos o desplantes mediáticos. Enfrentar ese desafío requiere una actuación de gobierno mucho mejor estudiada, que tome en consideración no solo el balance de fuerzas al interior del Congreso de los Estados Unidos, sino también la prospectiva económica, política y social de los principales estados con los que nuestro país comercia, y que esté menos sustentada en lances patrióticos o pretendidas lecciones de economía para el nuevo gobierno. En términos políticos, ellos están hablando un lenguaje completamente diferente, por lo que insistir en la estrategia desplegada hasta ahora por el gobierno de la presidenta Sheinbaum, augura un frustrante resultado para el país.

Para que la estrategia de México sea creíble, necesita estar construida con mucho más de lo que se ha mostrado hasta ahora. Se requiere capital humano, que conozca el andamiaje político de los Estados Unidos, que entienda las relaciones de poder. Se requiere también una gran capacidad de análisis sobre las variables que explican el desempeño de la economía de nuestro mayor socio comercial y se requieren aliados del otro lado de la frontera. No sirve tener voceros con desplantes que no son creíbles, y por tanto, que son ineficaces o inútiles para mover la postura de negociación del nuevo gobierno de los Estados Unidos, como esa locuaz idea de que entonces haremos de China nuestro principal socio comercial.

¿Dejaremos de jugar al ocurrente para reducir los riesgos futuros?

*El autor es economista.

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