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Una vez más era la economía, estúpido
La economía jugó un papel fundamental en la carrera presidencial de 2024, al crear las condiciones no solo para que Donald Trump derrotara a Kamala Harris, sino también para que una contraélite marcara el comienzo de una nueva estructura de poder. ¿Entenderán el mensaje los demócratas y los expertos del “sistema”?
CAMBRIDGE. “¡Es la economía, estúpido!”. Este famoso mantra, acuñado por el estratega político James Carville, ayudó a Bill Clinton a desbancar al presidente George H. W. Bush en 1992, y ahora explica otra elección. La economía desempeñó un papel crucial en la carrera presidencial de 2024, al crear las condiciones no solo para que Donald Trump se impusiera a Kamala Harris, y para que los republicanos se hicieran con el control del Senado y de la Cámara de Representantes, sino quizá también para que una contraélite diera paso a una nueva estructura de poder.
El resultado de la elección reflejó dos visiones aparentemente opuestas de la economía, ambas correctas. La interacción entre ellas habla tanto de las estrategias económicas básicas de las dos campañas políticas, buenas y malas, como del estado de la comunicación económica experta en los Estados Unidos de hoy.
El mensaje de las encuestas de los votantes era inequívoco: la economía era uno de los dos temas principales en esta elección (el otro era la inmigración ilegal). Cuando se les preguntaba por cuestiones específicas, muchos respondían “la inflación” y, si se les insistía un poco más, decían estar sumamente influenciados por lo que consideran unos precios excesivamente altos y la falta de alguna señal de que vayan a bajar.
La campaña de Trump explotó magistralmente la insatisfacción de los votantes con el costo de vida. Siguiendo el ejemplo de Ronald Reagan en 1980, planteó repetidamente variaciones de la pregunta: “¿Está usted mejor hoy que hace cuatro años?”.
Una de las razones por las que los demócratas no respondieron es que estaban obsesionados por otra caracterización (irónicamente correcta) de la economía. La campaña de Harris hizo hincapié en el “excepcionalismo económico” de Estados Unidos, haciéndose eco de una afirmación que han venido formulando muchos economistas profesionales. Los demócratas señalaron el sólido crecimiento de Estados Unidos, que ha superado al del resto del G7, y los recientes aumentos de los salarios reales, debidos a la caída de la tasa de inflación. Y, por supuesto, se han registrado múltiples picos históricos en el mercado bursátil.
Pero esta estrategia dio a entender a muchos votantes que los demócratas sencillamente no entendían lo que estaba pasando, que estaban fundamentalmente desconectados de la realidad de los bolsillos en el terreno. En algunas ocasiones, hasta dieron la impresión de estar llenos de arrogancia.
Al fin y al cabo, una “economía en forma de K” significa que las mejoras asociadas con un crecimiento robusto no se reparten de forma equitativa. Algunos sectores y hogares prosperan; otros pasan apuros. Entre los que más difícil la tienen están los hogares de muy bajos ingresos que han agotado sus ahorros de pandemia, que han llegado al límite de sus tarjetas de crédito, que carecen de colchones financieros y, por lo tanto, que viven con un grado inquietante de inseguridad económica.
Michael Spence, el economista galardonado con el Premio Nobel, lo explicó muy bien en una conferencia reciente en la Escuela de Negocios Judge de la Universidad de Cambridge. En alusión a datos que ilustraban la fragilidad financiera de la mitad inferior de la distribución del ingreso, observó que esos hogares que oyen hablar de excepcionalismo económico en los medios de comunicación tradicionales pueden tener una o más de las siguientes reacciones: “los medios no saben de lo que están hablando”, “los medios son sesgados” o “no se puede confiar en los medios”. Desde estos puntos de partida, fácilmente se puede llegar a creer que quienquiera que diga que la economía va bien no entiende o representa mis intereses.
Los demócratas también perdieron el control de la narrativa sobre la inflación. No sirvió de mucho decirle a la gente que la tasa de aumentos de los precios, aunque seguía siendo positiva, había caído bruscamente de su máximo de 2022, cuando lo que les preocupaba era el nivel general de precios. El efecto acumulativo de la inflación ha hecho subir su costo de vida y, por tanto, ha reducido su calidad de vida.
De la misma manera, las alzas récords del mercado de valores significan poco para los hogares que tienen pocas acciones, si es que las tienen. Por otra parte, un alza de los precios de la vivienda está lejos de ser una bendición para quienes quieren comprar su primera vivienda.
Pero la cuestión no tiene que ver solo con la manera en que cada partido se comunicó con los votantes. El consenso económico tradicional de los expertos también ha resultado insuficiente, sobre todo por su incapacidad para describir de forma clara y amplia la interacción entre estos dos puntos de vista. Los economistas de la corriente dominante tampoco tenían muchas posibilidades de hacer cambiar de opinión a los votantes sobre el otro gran tema de esta elección: la inmigración.
Al reforzar el lado de la oferta de la economía estadounidense, la inmigración ilegal, de hecho, ha favorecido el crecimiento. Pero los expertos que formulan la opinión económica de consenso nunca iban a poder comunicar esto a los votantes escépticos, menos aún porque pertenecen a un club que ha recibido un golpe a la credibilidad tras otro en los últimos 16 años.
Todo empezó con la incapacidad de anticipar la crisis financiera mundial de 2008 y la Gran Recesión subsiguiente, que estuvo a punto de provocar una depresión aún más devastadora. De la misma manera, en 2021, el consenso económico de los principales expertos insistía en que el alza de la tasa de inflación de Estados Unidos sería “transitoria”, es decir, temporal y reversible. Pero esta opinión se vino abajo cuando la inflación siguió subiendo, llegando a un pico por encima del 9% en junio del año siguiente.
Esta saga también sirvió para recordar un hecho insólito: el jefe del banco central más poderoso del mundo, la Reserva Federal de Estados Unidos, no es economista, sino abogado. ¿Tendríamos a alguien sin una formación médica formal a cargo de los Institutos Nacionales de Salud?
Todos estos hilos son coherentes con un tema más amplio que resultó evidente en estas elecciones. No solo el establishment, incluidos los medios de comunicación tradicionales, ha sufrido un duro golpe, sino que las élites que lo han liderado se ven seriamente amenazadas por el ascenso de una contraélite. Como dijo el historiador Niall Ferguson, esta elección también ha sido una victoria para “la nueva generación de constructores cuyas cualidades autistas-viriles ejemplifica [Elon] Musk”. Hay muchos mensajes importantes en la victoria decisiva de Trump y en los resultados electorales. Los demócratas y la profesión económica harían bien en prestarles atención.
El autor
Mohamed A. El-Erian, presidente del Queens’College de la Universidad de Cambridge, es profesor en la Escuela Wharton de la Universidad de Pensilvania, autor de The Only Game in Town: Central Banks, Instability, and Avoiding the Next Collapse (Random House, 2016) y coautor (junto con Gordon Brown, Michael Spence y Reid Lidow) de Permacrisis: A Plan to Fix a Fractured World (Simon & Schuster, 2023).
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