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Ahí viene el lobo
Desde el triunfo de López Obrador en 2018, las advertencias con respecto a una posible crisis económica derivada de un manejo irresponsable del presupuesto público fueron una constante entre financieros y analistas del área, y más aún después de la renuncia de Carlos Urzúa al frente de la Secretaría de Hacienda. La idea de que los proyectos faraónicos no eran rentables, ni financiables por sí mismos avizoraban una rápida debacle económica
Pero con lo que no contaban los expertos era con la habilidad del presidente y sus funcionarios hacendarios para saquear fideicomisos y reestructurar un presupuesto donde lo equilibrios fiscales se mantenían, destruyendo sectores como Salud y Educación, para utilizar esos recursos en regalar dinero a la gente, mantener vivo a Pemex, o construir una inútil refinería que por lo pronto ni siquiera produce combustible alguno.
Esto le permitió a la 4T dilapidar dinero sin consecuencia alguna hasta el 2024, cuando las necesidades electorales llevaron al país a un déficit fiscal cercano a 6% del PIB. Las voces de alarma empezaron a sonar cada vez más fuerte ante el hecho de que ya no había ni ahorros ni capacidad de generar un crecimiento que permitiese salir del hoyo al Estado mexicano. La llegada de Trump a la presidencia norteamericana agrava esta percepción de que se avecina una crisis por carecer de los mecanismos adecuados para contener la política proteccionista del vecino del norte.
Esta advertencia según la cual “ahí viene el lobo”, aludiendo no únicamente a Trump, sino a la tormenta que se cierne sobre un país cuyo gobierno finalmente demostró que el llamado “peligro para México” era cierto. La enorme popularidad con la que cuenta Claudia Sheinbaum, producto de la estrategia mediática de las mañaneras, y de repartir efectivo a diestra y siniestra, no es suficiente para poder detener al lobo que finalmente aparece en el escenario nacional.
Mantener la tesis de que el nuevo modelo político-económico instrumentado por Morena en los últimos seis años es sostenible, tanto en su definición de democracia como en el ámbito del desarrollo nacional, es un autoengaño que terminará explotándonos en la cara sin remedio alguno. Y es que ni el régimen de un sólo partido, ni mucho menos una economía estatizada, pueden funcionar como proyectos a corto y largo plazo.
El fracaso derivado de su dogmático intento por adaptar la realidad al discurso, y de la obsesión por el poder concentrado, aunado al reparto indiscriminado de recursos para controlar a la sociedad y pretender así combatir la pobreza, tiene un denominador común que es la inexistencia de un dinero inacabable y la anulación de la democracia representativa.
El lobo finalmente ha llegado.