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Política

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A los narcos les patea eso de “abrazos, no balazos”: Miguel Ángel Vega, un fixer en los territorios de los cárteles del norte de México

En una plática con El Economista, esboza ese mundo violento integrado por personas de carne y hueso que han decidido transitar la vida por el carril de alta velocidad, decididos a no morir de viejos.

Ilustración EE: Nayelly Tenorio

Ilustración EE: Nayelly Tenorio

Cuando un reportero se traslada a los territorios de un cártel de narcotráfico está a muchos contactos de separación de los líderes criminales que lo controlan y sin la ayuda de un fixer, esos personajes que conocen la ruta para intentar llegar a ellos, conseguir los permisos para adentrarse en sus sitios de operaciones y documentar sus actividades, es imposible, casi como regresar a salvo, con información valiosa y su consentimiento para publicarla.

Miguel Ángel Vega, un fixer que, como pocos, está bien conectado con punteros, sicarios, narcomenudistas, pilotos, cocineros de droga, funcionarios policíacos y forenses del territorio del Cártel de Sinaloa y territorios del norte de Chihuahua, esboza, en una plática con El Economista ese mundo violento, integrado por personas de carne y hueso que han decidido transitar la vida por el carril de alta velocidad, decididos a no morir de viejos.

Dice que a esa gente se les ha deshumanizado, que hay una mitología muy grande en torno a ellos, entre quienes cuentan sus historias. Que con frecuencia inflan ciertas figuras. Por ello, uno de sus principales logros en este singular oficio que alterna con el de reportero y director de cine, es desmitificar a esos personajes, así como documentar y ayudar a documentar sus actividades.

Si bien son criminales, también son humanos, remarca. Cada uno de ellos constituye un fracaso de nuestras sociedades y gobiernos, recalca aún más. 

Luego suelta: en el mundo del narcotráfico hay gente con un ego muy grande, otros con sorprendente inteligencia y grados de preparación, similares a los de algunos empresarios exitosos que no andan en esos pasos. Al final ellos también prominentes empresarios pero del lado ilegal.

Miguel Ángel comparte el terrorífico episodio de una entrevista que terminó por las ráfagas de metralla, donde el final fue la muerte del entrevistado.

También, parte de lo que los narcos piensan de la política del presidente Andrés Manuel López Obrador de “abrazos, no balazos”. Dice “que les patea”.

Apenas un asomo a lo que expone en su libro “El Fixer” editado por Aguilar, que ya circula en México.

—¿Por qué es importante contar las realidades de los narcotraficantes, particularmente los narcotraficantes mexicanos?

—Yo estoy contando la historia de un fixer que se mete entre las redes criminales para documentar cómo opera el fenómeno del narcotráfico en México.

En ese trayecto, voy contando la historia de vida de muchos de esos personajes. Muchos de ellos terminan deshumanizados. Al final, además de ser criminales, también son seres humanos y como tal deben ser tratados, aunque muchos sean terribles.

Me enfoque en esas personas que las mismas circunstancias de vida los pusieron en una situación, donde se les hizo fácil tomar por el camino equivocado y hacer de su vida un papalote, lo que los llevó a consecuencias trágicas.

Yo soy de la idea de que en cada criminal que existe hay un fracaso de nosotros como sociedad y ya ni se diga del gobierno, porque antes de ser criminales fueron niños, inocentes, como los puedes ver ahorita en cualquier lugar si te vas a Iztapalapa, si te vas a la sierra de cualquier zona conflictiva en México o si te vas a las zonas urbanas de las grandes ciudades, donde vas a ver niños pequeños, inocentes creativos, simpáticos, pero, si no tienen la dirección adecuada, van a terminar siendo criminales, como (Joaquín) El Chapo (Guzmán Loera), por ejemplo.

—¿Cómo periodistas, cómo estamos contando la historia de los personajes de la delincuencia organizada?

—Hay una mitología muy grande respecto a esto. Por ejemplo, a todas las personas que están involucradas en una red criminal de narcotráfico les llaman narcos y no todos lo son. Hay pistoleros, mulas, cocineros de heroína, personas que lavan dinero, personas que siembran la droga y el narcotraficante, que es el que compra un tipo de droga ilegal en cierto territorio, mueve esa droga y la revende en otro. Ese es el narcotraficante.

Otra cosa que yo vi es que se “inflan” ciertas figuras, como la de El Chapo, de quien siempre se dijo que era un criminal de lo peor, que era un asesino, que era un sin escrúpulos. Que todo lo que se movía en el país siempre era él. Cuando en realidad no era ni uno ni otro.

Claro que era un criminal, porque tenía una red criminal, porque movía droga. Claro que era un criminal porque ordenó en más de una ocasión la muerte de una persona, pero no era el asesino sanguinario que muchos piensan.

—¿Cuál es el incentivo de una persona que se dedica a estas actividades para hablar con un reportero?

—El ego. También lo hacen como una forma de dejar testimonio de quienes ellos son.

Hay un nivel de ego muy grande en casi todos ellos, sobre todo en los pistoleros.

Con sus armas y toda la parafernalia que hay en ellos que incluye chaleco antibalas, pistolas, cargadores, etcétera. Parecen integrantes de un grupo paramilitar y entonces eso les da mucho orgullo y quieren mostrar eso.

Lo hacen por una especie de favor. Mi trabajo es conseguir acceso. Yo tengo que solicitar apoyo a personas que yo creo que los conocen. Ellos me conectan y ellos me conectan con otros, hasta que, al final, llego con la persona que “va a dar la bendición” para que nosotros grabemos, documentamos, como realmente opera el narcotráfico.

—¿Cuál ha sido tu mayor aprendizaje en este trabajo?

—Para mí, lo más importante ha sido desmitificar muchas de las cosas que se ven en televisión y documentar, de primera mano, cómo realmente funcionan estos grupos delictivos. 

Por ejemplo, cómo cruzan la droga de México a Estados Unidos, cómo la esconden, todos los compartimentos secretos que tienen, de dónde vienen esas personas.

Por ejemplo, me he entrevistado con capos de nivel medio y tú pensarías que los narcotraficantes, los capos son ignorantes. ¡Te sorprenderías lo inteligentes que son!, ¡lo emprendedores que son!, ¡lo visionarios y también lo bien informados que están!

Es natural, al final ellos tienen a su cargo una empresa. Si bien es una empresa criminal, al final de cuentas no deja de ser una empresa.

El narcotráfico es un negocio. Es ilícito, cierto, pero es un negocio donde una persona compra estas sustancias ilegales y las lleva a otro lugar y las revende. 

Ellos tienen que ver cómo le hacen porque existen retenes, existen militares, gente de gobierno. En algunos casos tienen que corromper al gobierno, a las policías. 

También hay enemigos y tienen que armarse hasta los dientes porque sus enemigos también están armados.

Todo eso lo vas aprendiendo con tu propio oficio, como periodista y como fixer y obviamente vas identificando la figura del pistolero que hay crueles, salvajes, sanguinarios, que no tienen escrúpulos de ningún tipo y que disfrutan de jalar el gatillo y quitarle la vida a una persona, pero hay otros que no quieren eso, pero que las circunstancias de vida los pusieron en esa situación, relativamente fácil, pero no quisieran eso.

Ahí es cuando te das cuenta de que se puede evitar eso pero ellos tomaron un camino y en su momento van a enfrentar las consecuencias y seguramente todo el peso de la ley les va a caer.

—¿Ha habido un episodio que te haya hecho pensar por qué estoy aquí, haciendo esto?

—Muchos. Cada vez que estás investigando crimen organizado por definición es peligroso. Es complicado, nunca sabes qué puede ocurrir, cuándo, dónde y cómo puede ocurrir una situación en la que tu vida está pendiendo de un hilo.

Hay un episodio en particular que a mí me marcó, donde sí me hice esa pregunta. Me la he hecho muchas veces, pero me la hice en ese momento y todavía lo recuerdo.

Una vez, en Ciudad Juárez, estábamos entrevistando a un grupo armado, cuando llegó un grupo rival, sitió la casa de seguridad en donde estábamos haciendo la entrevista y nos empezaron a tirar.

Nosotros escuchamos los disparos, comenzaron a zumbarnos por los oídos. El primer segundo es de confusión, porque no te lo esperas. El segundo es de mucho temor. Te da mucho miedo y el tercero es de reacción.

Tú piensas: tres segundos no es nada, pero cuando tienes disparos que te están zumbando es mucho.

En esos momentos no piensas nada, afortunadamente sales ileso, son situaciones que te marcan de por vida.

Ese día en particular la persona que estábamos entrevistando fue muerta a balazos.

Nos salvamos de milagro.

—¿Qué piensan los narcotraficantes de la política de “abrazos, no balazos” del presidente Andrés Manuel López Obrador?

—Les patea. No les gusta. Sienten que es una estrategia ridícula. 

Por otro lado, recientemente estuve cubriendo la situación en Michoacán donde hay varios grupos peleando, pero hay una unión de cárteles unidos: Los Viagras, Autodefensas, Caballeros Templarios, peleando contra el Cártel Jalisco Nueva Generación y todo mundo lamenta esa postura. 

Te estoy hablando de las personas involucradas en este tipo de situación. Lamentan que el gobierno no haga nada. La sociedad civil lamenta esta situación. No es posible que estos grupos criminales tomen estas regiones como campos de batalla y no hagan nada porque tienen esta política de abrazos, no balazos.

Eso lo dicen la población civil y los criminales, pero también los militares lamentan esto.

Hace poco fueron atacados unos soldados en Michoacán y los militares que están entrenados para responder cualquier tipo de ataque no pudieron hacer nada porque la política de López Obrador es de “abrazos, no balazos”.

Cuando se dio el culiacanazo, en octubre de 2019, sitiaron la ciudad, la tomaron, pusieron al estado de rodillas y qué hizo López Obrador, nada. Por la política esta de abrazos no balazos.

Entiendo su postura de que no quiso caer en el mismo error que Felipe Calderón, donde México se convirtió en un campo de batalla, pero se fue al otro extremo.

diego.badillo@eleconomista.mx

Periodista mexicano, originario de Amealco, Hidalgo. Editor del suplemento Los Políticos de El Economista. Estudié Sociología Política en la Universidad Autónoma Metropolitana. En tres ocasiones he ganado el Premio Nacional de Periodismo La Pluma de Plata que entrega el gobierno federal. También fui reconocido con el Premio Canadá a Voces que otorga la Comisión Canadiense de Turismo, así como otros que otorgan los gobiernos de Estados Unidos y Perú.

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