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Alianzas electorales, en ciernes
Las alianzas y coaliciones se establecen para lograr una mayoría que permita ganar holgadamente una elección, logrando así una legitimidad incuestionable, cuando un solo partido no puede lograrlo.
Desde la elección de Adolfo López Mateos en 1958 hasta la de Miguel de la Madrid en 1982, el candidato del PRI era también candidato de otros dos partidos, del Auténtico de la Revolución Mexicana (PARM) y del Popular Socialista (PPS), ambos satélites del Revolucionario Institucional. No eran alianzas, sino candidaturas comunes.
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Pero a partir del proceso electoral 1999-2000, la legislación en la materia ha permitido alianzas electorales, lo que significa que más de dos partidos presenten un mismo candidato para un cargo de elección popular, independientemente de las diferencias en las plataformas ideológicas y programáticas de los partidos que la integran. Generalmente, los partidos pequeños buscan aliarse o coaligarse para mantener el mínimo indispensable que le garanticen la mayoría, mientras que los partidos mayores buscan asegurarse la bisagra .
Las coaliciones suponen un compromiso posterior a la elección, en el cual elementos programáticos mínimos comunes de los distintos partidos que integran la coalición se pueden convertir en programas de gobierno. Por ello, las coaliciones, normalmente, se efectúan entre partidos con más afinidades dentro del espectro y dan origen a gobiernos de coalición, en los que el jefe del Ejecutivo incluye en su gabinete a miembros de los otros partidos que integran la coalición. Esto es propio de los regímenes parlamentarios y semipresidenciales.
Alianzas y coaliciones tienen en común que se establecen para lograr una mayoría que permita ganar holgadamente una elección, logrando así una legitimidad de origen incuestionable, cuando un solo partido no puede lograrlo. Eso, por lo menos, en la teoría. En la práctica, son muchos los intereses, tanto personales como partidistas, que requieren concatenarse para que semejante unión rinda frutos positivos, más allá de la jornada electoral.
En el 2000, Fox ganó siendo candidato de la alianza PAN-PVEM; en el 2006, Calderón se enfrentó a dos alianzas: la Alianza por el Bien de Todos, integrada por el PRD, PT y Convergencia y encabezada por Andrés Manuel López Obrador, y la alianza PRI-PVEM, cuyo candidato era Roberto Madrazo. En el 2012, la alianza Compromiso por México, integrada por el PRI y el PVEM ganó la Presidencia de la República frente a la alianza del PRD y el PT en el Movimiento Progresista.
También se han conformado alianzas en las elecciones legislativas federales intermedias, así que ha habido legisladores que formalmente representaron una alianza en un determinado distrito, pero a la hora de integrar los grupos parlamentarios, se le adjudica al partido al que pertenece.
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Por supuesto, los partidos más grandes son los que se han llevado el mérito de haber ganado la elección y la verdad es que se les olvida que ganaron gracias al voto útil de la clientela de otros partidos
La teoría política dice que las alianzas izquierda-derecha son las más infrecuentes, por diferencias ideológicas de fondo. En cambio, las alianzas centro con izquierda o centro con derecha son bastante comunes.
Lo curioso es que a nivel estatal, las alianzas han sido precisamente PAN-PRD, con resultados extraños o patéticos, pues a la hora de gobernar, al candidato ganador parece que se le olvidan las promesas de campaña del partido aliado. Querétaro, Quintana Roo, Veracruz y Durango hoy son gobernados por esta alianza pragmática.
Una característica especial de las alianzas en México es que a veces suceden cuando un político de cierto nivel quiere ser candidato por su partido de toda la vida a la gubernatura de su estado y resulta que otra persona resulta agraciada. Los casos anteriores y Sinaloa, con Malova en el 2010, dan cuenta de ello. Como generalmente se trata de un personaje con arraigo y arrastre, otro partido lo ficha, por así decirlo, y lo hace su candidato. Algunas veces, el candidato proveniente de otro partido integra a otras fuerzas a su candidatura, forjando así las alianzas.
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El que primero me viene a la memoria es Gabino Cué, exgobernador de Oaxaca. Originalmente priista, igual que su jefe y antecesor, Diódoro Carrasco, Gabino Cué ganó la presidencia municipal de Oaxaca en el 2002 bajo las siglas del Partido Convergencia (Dante Delgado, hoy Movimiento Ciudadano); en el 2004 buscó la gubernatura con el apoyo del PAN, del PRD y de Convergencia, pero ganó el priista Ulises Ruiz; en el 2006, fue electo senador por la Coalición por el Bien de Todos (PRD-PT-Convergencia), y ganó la gubernatura en el 2010 mediante una alianza de todos los anteriores y el PAN: la alianza Unidos por el Bien de Todos.
Al final, el gobierno de Gabino Cué fue un desastre, pues Oaxaca capital permaneció por años tomada por las huestes magisteriales de la sección 22 del SNTE, lo que significó el retraso escolar de los niños oaxaqueños, entre otras consecuencias nefastas. En mayo pasado, la Comisión Permanente Instructora de la LXIII Legislatura local acordó iniciar juicio político contra Cué Monteagudo por un presunto saqueo de más de 30,000 millones de pesos.
El segundo caso que me viene a la memoria es el de Rafael Moreno Valle en Puebla, que al igual que Cué, fue priista, luego se pasó al PAN, por cuyas siglas fue senador del 2006 al 2009 y contendió en el 2010 por la Coalición Unidos por Puebla, integrada por el PAN. PRD, Panal y Convergencia. Su gobierno estuvo lleno de claroscuros, por la deuda interna que dejó, pero hoy es precandidato presidencial panista y se ha manifestado en diversas ocasiones en favor de las alianzas.
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Otras alianzas ganadoras PAN-PRD se han dado en Guerrero, Nayarit y Sinaloa. Las alianzas PRI-PVEM-Panal han ganado en Tlaxcala, Hidalgo, Oaxaca, Colima y hace unas semanas en el Estado de México.
La alianza más extraña, que ganó en Puebla, fue la del PAN-PT-Panal y dos partidos locales más.
Por la izquierda, el PRD y el PT han ganado en conjunto Michoacán, Morelos, Tabasco y en algún momento, Guerrero. La Ciudad de México es caso aparte, porque es bastión de la llamada izquierda.
Las combinaciones pueden ser diversas debido a que la legislación electoral mexicana no repara en la afinidad ideológica a la hora de conformar una coalición o una alianza, ni las define con toda propiedad.
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En el 2018 se prevé que las alianzas serán bastante socorridas, quizá más que las candidaturas independientes. Hasta el momento, a los que se han manifestado como independientes Pedro Ferriz de Con y Emilio Álvarez Icaza, así como la candidata de los pueblos indígenas, Marichuy Patricio- no se les ve principio ni buen fin. Jorge Castañeda, él si con buen conocimiento de las lides gubernamentales, ya renunció al intento, y el único independiente que parece tener posibilidades es Armando Ríos Piter. ¿Qué queda? Aliarse.
Veremos las uniones más variopintas, con la excepción de Morena, el que sólo se coaligará con el PT. Así las cosas, antes de los banderazos de salida internos. La temporada electoral 2017-2018 promete ser intensa, por las crisis internas de los partidos -ninguno luce bien- y la necesidad de establecer alianzas y coaliciones exitosas más allá de la jornada electoral. Del 12 de noviembre al 12 de enero del 2018, se definirán candidatos y alianzas. Seguramente habrá sorpresas, empellones, sustos, traiciones y todo lo que implica la elección interna. Desde la emergencia de un Macron a la mexicana, pasando por cualquier escenario, todo puede suceder.
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