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Política

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En espera de la normalidad

Luego de los sismos del 7 y 23 de septiembre que sacudieron al Istmo de Tehuantepec, en Oaxaca, ahora su hogar es una casa de campaña naranja, “nevera” le nombran ellos, donde apenas caben los dos.

En Santa María Xadani, Porfirio Vázquez Matus y Angelina Vicente Aquino, de 63 y 64 años, desgranan maíz en el solar de lo que alguna vez su vivienda fue. Luego de los sismos del 7 y 23 de septiembre que sacudieron al Istmo de Tehuantepec, en Oaxaca, ahora su hogar es una casa de campaña naranja, “nevera” le nombran ellos, donde apenas caben los dos.

Campesinos, sin salario fijo y sin apoyos sociales, luchan cada día para hacerse de algún tipo de ayuda que les permita reconstruir al menos un cuarto que los proteja de la temporada de lluvias que inicia en mayo. El único espacio que quedó en pie tiene agrietado el techo lo que asegura goteras que lo hacen inhabitable.

“Me dieron 15,000 pesos. Se cayó toda mi casa, ahora estoy viviendo en la nevera. Estoy esperando si viene ayuda para levantar una casa. Tenemos una lona para cuando llueve. Este otro cuarto quedó cuarteado el techo y entra el agua”, cuenta con voz pausada y con un español que se dificulta en un municipio donde el 95% de sus pobladores son de origen zapoteca.

De acuerdo con el Informe anual sobre la situación de pobreza y rezago social 2016 de la Sedesol, en Xadani hay 2,067 viviendas. La cifra puede no significar nada hasta que en contraste con el censo del ayuntamiento se da cuenta de la destrucción de más de la mitad del pueblo de más de 9,000 habitantes.

La autoridad local reportó 1,582 viviendas afectadas. 893 con daño parcial habitable, 295 con daño parcial no habitable y 395 demolidas y colapsadas. Una tragedia para un municipio con alta marginación.

Los pobladores aún recuerdan la visita del presidente Enrique Peña Nieto luego del primer sismo. Un 13 de septiembre marca su memoria cuando acompañado del gobernador, Alejandro Murat, les prometió no dejarlos solos.

“Les quiero asegurar que no los vamos a dejar solos, que aquí está el gobierno y vamos a seguir estando y acompañándoles hasta que las cosas regresen a la normalidad”, dijo el ejecutivo en esa primer y única visita.

Pero la “normalidad” en Santa María Xadani es precaria de antaño: de acuerdo con el informe de la medición de la pobreza 2015 a nivel municipal del Coneval, para ese año este municipio tenía una población de 9,069 habitantes. En pobreza estaban 7,878, es decir el 86.9%; de estos 3,527 en pobreza extrema, correspondiente al 38.9% y en pobreza moderada 4,351, equivalente al 48 por ciento.

En carencia por calidad y espacios de la vivienda se encontraban 3,203 personas, el 34.2% de la población y en carencia por acceso a los servicios básicos en la vivienda, 5,410 personas, el equivalente al 59.7 por ciento.

Entonces esa “normalidad” se ve aún más lejana pues el censo con el que cuantificaron los daños fue antes del sismo del 23 de septiembre, problemática común en el Istmo que colocó a damnificados en el estatus de daños parciales en sus viviendas cuando el segundo temblor vino a derrumbar lo que había quedado en pie.

La diferencia es significativa pues en la primera categoría la ayuda es por 30,000 y en la segunda por 120,000. Aún y con estos recursos para la reconstrucción parece insuficiente: de la promesa de la primera cantidad han llegado apenas 15,000 y a pesar de la demolición de las viviendas por los daños a esos 120,000 sólo accedieron unos cuantos.

El padre de Eulalia López Toledo construyó un refugio colgando una lona y una hamaca de dos chicozapotes. Un par huaraches con las señales evidentes del trabajo, un altar improvisado con la imagen de la virgen de Guadalupe, espirales para repeler los insectos hechos ceniza.

De su casa sólo queda una plancha de cemento al aire libre, una cocina exterior desvencijada, un baño derruido y la promesa de 30,000 pesos de los cuales sólo han recibido 15,000 y que por los daños tendría derecho a los 120,000 pesos.

“Ya vienen las lluvias y dónde van a dormir ellos”, lamenta Eulalia, mientras que como muestra de consuelo refiere que su mamá, diabética de 64 años vive con una de sus hermanas.

“El temblor pasó y dañó la casa, luego se derrumbó, pero cuando nos vino la tarjeta vino en parcial, después vino una lista en el ayuntamiento, fui a preguntar y me dijeron que ya había venido en total, pero que esperemos que llegue la tarjeta, pero hasta ahí, no nos ha llegado nada, nos dijeron que en enero pero no ha llegado nada”, se suma al reclamo María Elena Morales Ruiz de 61 años.

Perder en esta zona la vivienda es solo una parte de la gravedad. Las cocinas son parte del ganarse la vida con la elaboración de totopos que vende a peso la pieza en Juchitán, municipio de por sí severamente dañado por los sismos.

“Ahora vivimos en ese cuartito, ahí vendía tlayudas, mi cocina también se reventó, se abrieron los hornos y no estamos haciendo nada de totopos, no tenemos con qué trabajar. Como no tengo a donde ir a hacer totopos, ahorita lo que hago es comprar un poquito de camarón y lo revendo, y pues de ahí”, y así se va el día a día de María Elena, mientras esperan se cumpla la promesa presidencial de regresar a la “normalidad”.

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