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Mérida, un destino de experiencias

Rodeada por exuberante vegetación, la capital yucateca ofrece un abanico de atracciones que van desde blancas playas hasta cenotes y vestigios mayas

lunes 21 de noviembre de 2016 - 22:10

MÉRIDA, Yucatán. Les habían contado que las calles de la capital yucateca narran la época de bonanza de la región, que sus playas y cenotes muestran la otra riqueza, la que deslumbra con su blanca arena y sus aguas cristalinas, y que su pasado ancestral lo cuentan, entre susurros, sus imponentes zonas arqueológicas.

Pero aquellos viajeros no lograban entender cómo Mérida podía ser un abanico de experiencias sin estar, propiamente, a la orilla del mar, además de no resguardar una antigua ciudad maya o un gran pulmón verde para tener cenotes. Y fue justamente una gran curiosidad por comprobar lo que les decían, lo que los condujo a esta metrópoli yucateca de toques afrancesados, gastronomía milenaria y atmósfera relajada.

La ciudad

Desde el primer piso del Palacio de Gobierno, los viajeros ven las dos torres de la Catedral de San Ildefonso, y aquella imponente, pero sobria construcción, capta sus miradas, y eso que aún no saben que fue la primera en erigirse sobre tierra firme en el continente americano.

Y es que su estilo románico, digno de los años de bonanzas de Yucatán, es un imán que acapara, sin titubeos, la atención. Al enterarse que en su interior yace el cruci?jo más grande de Latinoamérica, nadie duda en ingresar a ese templo, que asegura Gerardo Oliviero, el guía, es una de las grandes sorpresas de esta ciudad.

Tras abandonar la catedral, esa que fue erigida por los frailes franciscanos e incendiada en 1915, atraviesan la Plaza de la Independencia, conocida por los locales como Plaza Grande, para admirar la casa más antigua de Mérida, que data de 1549.

Por su estilo plateresco, la Casa de Montejo es considerada la obra civil más bella de México, les dice el guía. Ellos a?rman con la cabeza, pues la fachada de piedra esculpida les roba el aliento.

Ahora, deciden dirigirse al famoso y emblemático Paseo de Montejo, pues quieren ver de cerca las mansiones afrancesadas de principios del siglo XX, de las que todos hablan en Mérida.

Hacen una parada, inesperada, en la Casa Museo Montes Molina para atestiguar el estilo de vida de los hacendados. Esta mansión, edificada en 1902, de arquitectura ecléctica con tendencia neoclásica, guarda la elegancia de aquella época. Sus pisos de mármol originales, sus muebles europeos, candiles de cristal de Baccarat y un sinfín de antigüedades, dan cuenta de la in?uencia europea que tenían los acaudalados yucatecos.

Atraídos por el pasado glorioso de la ciudad, se dirigen al Parque Hidalgo, el segundo espacio de este tipo fundado en Mérida. Ahí yacen dos simbólicas construcciones: el Gran Hotel, primer establecimiento de hospedaje de la capital yucateca, y el hotel boutique Mansión Mérida, este último fue, a principios del siglo XX, un club para la aristocracia de México.

La playa

La curiosidad por conocer la playa de la que todos hablan los hace subirse al auto para ir al afamado Progreso. La primera sorpresa es la corta distancia, y piensan, en voz alta, que sólo 20 minutos separan la ciudad colonial de la brisa del mar.

La playa blanca los invita a andar sobre ella. No se resisten, se desprenden de sus zapatos para sentir la suavidad de la arena y dejar que la espuma del mar acaricie también sus pies. Desde ahí observan la imponente infraestructura del puerto de cruceros, ese donde llegan barcos provenientes de diversas regiones del mundo.

Después de recorrer aquella franja y de imaginar una imponente embarcación arribando, deciden caminar por el Malecón e ir en busca del restaurante Crabster, del chef Christian Bravo, un cocinero que enaltece en cada platillo los ingredientes locales y los productos del mar.

Tras sugerirles algunas de sus especialidades, el chef aprovecha para recomendarles una escapada al Parque Ecoturístico El Corchito, un paraíso natural muy cerca del puerto.

Los tres cenotes

De regreso al auto, se dirigen a esa reserva natural, que llama su atención no sólo por la posibilidad de caminar en medio de su espesa vegetación, sino por la idea de sumergirse en alguno de sus tres cenotes.

Para llegar a la Ciénega toman una pequeña lancha para cruzar un canal de no más de 200 metros de ancho. La exuberante selva parece avisar que han llegado. La embarcación se detiene en un rústico muelle de madera y unos simpáticos mapaches dan la bienvenida a sus nuevos amigos o, quizás, nuevas víctimas. Y es que los encargados aconsejan no descuidar sus pertenencias, pues esos pequeños peludos son expertos en abrir las bolsas y salir corriendo con el trofeo.

Sólo han caminado un par de pasos desde que se bajaron de la embarcación, cuando aparece el primer cenote que invita a sumergirse en sus cristalinas aguas, así que deciden refrescarse antes de explorar este ecoturístico parque.

Mientras disfrutan de la frescura de estas aguas, escuchan que hay dos cenotes más. No dudan en salir del agua en busca de esos dos tesoros. Un pequeño puente de madera conecta con el cenote Venado y un espacio con mesas y hamacas se torna ideal para el descanso.

Al fondo, siguiendo un camino resguardado por la espesa vegetación, aparece el cenote Pájaros, el más grande de los tres. Sus aguas turquesas motivan a los visitantes a sumergirse una y otra vez.

El legado maya

Cuando piensan que esta ciudad ya no puede sorprenderlos, descubren que aún tiene un tesoro escondido: Dzibilchaltún. Sí, una zona arqueológica ubicada a menos de 20 minutos del centro histórico de la capital yucateca.

La vasta vegetación oculta, instantáneamente, las construcciones de piedra, pero sólo es necesario internarse para descubrir, en los lados opuestos de imponentes edi?caciones. Del lado izquierdo, está el Templo de las Siete Muñecas, que debe su nombre a las siete ofrendas de muñecas halladas en su interior. Del otro lado, yace la capilla abierta, que data de la época colonial, con su santuario de bóveda corrida, y la construcción poco común en una antigua ciudad maya, los asombra.

La intensidad de los rayos del sol los hacen pensar en las aguas frescas de los cenotes del parque El Corchito, pero aquel oasis desaparece de su imaginación al encontrar el cenote Xlakáh, el más grande que han visto en la Península.

Entre sonrisas, se preparan para sumergirse en las azuladas aguas de este cenote abierto con más de 35 metros de ancho y profundidades variadas. Un ?n de semana en la ciudad fue su?ciente para descubrir que, efectivamente, Mérida tiene playa, cenotes, zonas arqueológicas y un gran legado colonial.

arcelia.lara@eleconomista.mx

Dato de viaje

La capital yucateca fue fundada en 1542 por Francisco de Montejo, sobre la antigua ciudad maya T´ho.

Sabías que

Para la construcción del Paseo de Montejo se tomó el modelo de la famosa avenida Les ChampsÉlysées de París. Por ello, es posible ver las grandes mansiones afrancesadas, amplios andadores, prados y árboles ?oridos.