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Política

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Morena, la nostalgia y el nuevo clientelismo

La elección del 1 de julio parece haber desactivado los pesos y contrapesos y coloca al sistema a merced de las decisiones presidenciales.

Foto: Zulleyka Hoyo

Foto: Zulleyka HoyoZulleyka Hoyo

El triunfo de Andrés Manuel López Obrador tiene un impacto en el sistema de partidos que habla de un cambio profundo, de una nueva larga duración con otra correlación de fuerzas.

La presencia de actores emergentes y la desaparición total o parcial de los protagónicos habituales implica una configuración distinta del sistema de partidos. Los resultados de la elección presidencial indican un voto masivo e inercial por una opción.

Desde la época de partido hegemónico y prácticamente único, me refiero al PRI antes de 1988, no había habido un carro completo tan claro. Hoy Morena ganó la Presidencia de la República con 53% de la votación y cuenta con la mayoría en el Legislativo, al menos 69 senadores, más de la mitad, y 310 diputaciones. Así, el equilibrio de poderes quedó comprometido, máxime porque Morena cuenta con el apoyo de 17 congresos locales y esto quiere decir que sería facilísimo hacer una reforma constitucional, como en los tiempos del sistema político posrevolucionario clásico: la iniciativa sale del Ejecutivo o de la bancada de Morena (hasta hoy capto que el color de su logo es el púrpura imperial), es aprobada por mayoría calificada, gracias a la alianza con algunos diputados de la chiquillada; en el Senado sucede lo mismo con la revisión: se aprueba, pasa a las legislaturas locales y en menos de un mes, cualquier cambio constitucional sería posible, con todo lo que ello pudiese significar. 

La elección del 1 de julio parece haber desactivado los pesos y contrapesos y coloca al sistema a merced de las decisiones presidenciales. Si Andrés Manuel López Obrador, como lo prometió a los empresarios, no va a ser prepotente en el uso del poder, se atenúa el desequilibrio de poderes ¿Y si no? De ahí la importancia del voto diferenciado, elemento que la ciudadanía no ha entendido y que espero entienda de una buena vez.

Resulta paradójico que la lucha por la democratización de sistema que inició en la década de los 80 haya tenido un resultado cómo éste: el retorno al presidencialismo del carro completo y del pacto corporativo, a juzgar por los resultados de la reunión del presidente electo con el Consejo Coordinador Empresarial. Después de que los empresarios habían denostado ferozmente a López Obrador, incluso, según se dice, pidiendo a Enrique Peña Nieto que José Antonio Meade declinase en favor de Anaya. Cuatro días después de los comicios, grandes empresarios como María Asunción Aramburuzabala, Daniel Servitje, José Antonio Fernández (FEMSA) y Carlos X. González, entre otros, hicieron un video reconociendo el triunfo de AMLO, apoyándolo casi irrestrictamente. El acuerdo fue sencillo, los empresarios capacitan a jóvenes y el gobierno paga. Esa es la parte visible, la otra, es un pacto corporativo… Recordemos cómo nació el PRI.

Pese a los rumores sobre la inminencia de un fraude electoral, la elección presidencial fue impecable. Por otro lado, las encuestas tuvieron razón. Nadie pudo decirse engañado sobre los resultados; sólo no vieron los que no querían ver.

Los electores no confían en los partidos políticos

En principio, el fenómeno de los independientes fue artificialmente magnificado, y decayó por la mala gestión de sus candidaturas. Los resultados electorales revelaron que los electores no confían en los partidos, pero sí en los candidatos apoyados por un aparato institucional estable. Me atrevo a decir que si Andés Manuel López Obrador hubiese sido independiente, no habría ganado con ese amplísimo margen. Y creo que si Pedro Kumamoto hubiese contado con un aparato institucional más sólido, habría ganado. Guardando las proporciones, los dos fueron candidatos carismáticos que conocían muy bien el terreno a ras de suelo. La diferencia está en el aparato institucional y organizativo. De ahí que la decisión de AMLO de fundar Morena fue sumamente acertada.

Consciente de que los partidos ya no son del todo creíbles pero siguen siendo necesarios, Andrés Manuel tomó como pretexto la suscripción por parte del PRD del Pacto por México para concretar la separación de su propia organización política del partido que lo cobijó desde 1988.

El Movimiento de Regeneración Nacional, fundado por AMLO en el 2011 como asociación civil, se convirtió en partido político sui generis, porque su existencia depende absolutamente de su persona. Más que un partido, Morena es un movimiento y por eso puede ser sumamente incluyente. En términos ideológicos, se trata de un centro izquierda con muchos tintes conservadores y un innegable carácter moralizante, a imagen y semejanza de su fundador. Morena logró registrarse en el año 2014, por lo que pudo participar en las elecciones intermedias del 2015.

Tomando en cuenta su reciente fundación, hizo un trabajo extraordinario en cuatro años; o mejor dicho, el trabajo lo hizo  López Obrador al recorrer varias veces todo el país fuera de los tiempos de campaña electoral, con lo que adquirió un contacto directo con la gente, lo cual por supuesto el resto de candidatos y partidos políticos no hicieron con antelación.

La masiva votación en favor del exjefe de Gobierno de la Ciudad de México y candidatos de su partido frente a la derrota de aspirantes como Pedro Kumamoto y otros independientes de prestigio, me hacen pensar que el elector mexicano aún tiene un profundo apego a las instituciones, especialmente cuando se observa la distribución del voto por edad en favor de Andrés Manuel López Obrador.

Votación por grupos de edad

Me parece sorprendente que según algunos sondeos (Cfr. Ana Francisca Vega, 3 julio 2018, El Universal,) 45% de jóvenes entre 18 y 25 años votaron por López Obrador, pero me resulta entendible porque para ellos, nacidos en pleno neoliberalismo, la propuesta de Morena resulta novedosa; lo mismo puede decirse de los nacidos entre 1973 y 1992, que más de la mitad votaron por AMLO, aunque algunos podrían recordar cómo era el país antes de la liberalización económica y política. Me resulta más difícil entender que la siguiente generación —la mía, que se encuentra entre los 46 y los 55 años, que recordamos perfectamente el régimen priísta clásico, el carro completo, al presidente omnímodo y que nos tocó luchar por la democratización del sistema— haya votado en 60% por López Obrador, un priista más clásico que los propios priistas actuales. Resulta natural que la votación favorable al Revolucionario Institucional se concentrara en la población mayor de 65 años.

Si de los menores de 40 se puede decir que se decantaron por una opción que de algún modo es el retorno al “idílico” pasado anterior al neoliberalismo, el que no conocen más que por referencia, en los mayores me parece que se trata de nostalgia, un deseo de retorno a la estabilidad.

La propuesta lopezobradorista de gobierno y su partido-movimiento, Morena, me recuerdan en mucho a la relación del PRI-Gobierno antes de 1988.

El acercamiento a los empresarios es interesantísimo, pues se trata del último sector arropado por el pacto corporativo clientelar del Revolucionario Institucional, ya en las postrimerías de la etapa clásica del sistema posrevolucionario y resulta ser el primer pacto de AMLO-Morena.

El Movimiento de Regeneración Nacional no es propiamente un partido de masas, sino de ciudadanos agrupados en torno agendas específicas, que provienen de la sociedad civil, algunos previamente identificados con el Partido de la Revolución Democrática.

 Ahora, Andrés Manuel López Obrador supo aprovechar los errores de sus oponentes políticos, atrayendo a su partido y gobierno a aquellos rechazados, inconformes y rebeldes. Con ellos ganó y gobernará durante los próximos años.

Por eso, hoy considero que asistimos a una nueva forma de corporativismo clientelar, signo de una transición fallida del México de mis recuerdos.

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