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Aquella frase suya
Yo creo que la verdad es perfecta para las matemáticas, la química, la filosofía, pero no para la vida. En la vida, la ilusión, la imaginación, el deseo, la esperanza cuentan más : Sábato
Apenas fue hace dos años. Se murió en un rincón de Argentina adecuadamente llamado Santos Lugares y dejó truncada la celebración -con fiestas, publicaciones, conferencias y homenajes- que iban a festejar su centenario. También dejó en suspenso y congelada a toda la literatura argentina.
Ernesto Sábato nació en Buenos Aires. Primero estudió Física y Matemáticas en la Universidad de La Plata. Después viajó a París y entró en contacto con el surrealismo. Aquélla fue una experiencia transcendente para su vida y posteriores devociones. Y es que, apoyándose en el lenguaje del inconsciente y los métodos del psicoanálisis, decidió cambiar de afanes ( Yo creo que la verdad es perfecta para las matemáticas, la química, la filosofía, pero no para la vida. En la vida, la ilusión, la imaginación, el deseo, la esperanza cuentan más , dijo alguna vez).
Después de París ya sabemos que nada es igual después de París regresó a Argentina y se dedicó a escribir. Poco a poco se convirtió en un maestro en el arte de las palabras. Con frases cortas, declarativas, desprovistas de ambigüedad, certeras e inteligentes, Sábato creó una obra de profundo contenido, desarrolló un estilo brillante y una manera única de tratar lo inquietante y las incómodas verdades. Fue así como a la dificultad para separar el bien del mal, lo bueno de lo correcto, el eterno concubinato entre amor y la muerte y la sombra de la locura que enceguece las convirtió en frases y palabras.
Sábato no tenía ningún interés en la fama, la fortuna y el prestigio del escritor y fue autor de solamente tres novelas: El túnel, Sobre héroes y tumbas y Abbadón el exterminador. La primera fue la única que quiso publicar y para hacerlo debió sufrir críticas y amargas humillaciones (a nadie le parecía posible que él se dedicara a la literatura y se lo hicieron saber de muchos modos).
Sobre héroes y tumbas fue quizá su obra más conocida. Publicada en 1961, irrumpió en el panorama de la literatura del boom, distinguiéndose entre todas las ficciones de América del Sur y a la vez insertándose, natural y localmente, en la comodidad del habla rioplatense.
El tema, a prueba de todo: una historia de amor y desamor, la saga completa de una familia argentina narrada precisamente desde la Gloria del inicio hasta que se va, literalmente, al infierno. Las reacciones fueron impactantes.
Los adjetivos de la crítica, de tan magníficos casi impronunciables: Inconmensurable, magistral, apoteósica, apocalíptica, caótica, maquiavélica, demencial, mágica, terrorífica, heroica, fabulosa, inolvidable y, sobre todo, única . Sin embargo, Sábato permaneció impermeable a tanto escándalo ( Nunca me he considerado un escritor profesional, de los que publican una novela al año. Por el contrario, a menudo, en la tarde quemaba lo que había escrito a la mañana , dijo algún tiempo después).
Al final de su vida, los ojos le fallaron y decidió pintar. No hizo caso a quien le pedía más textos y renunció a las entrevistas. Sin embargo-todo fuera como eso-, hubo ensayos, apuntes y poemas escondidos ( Me ha costado muchos años llegar a ciertas conclusiones y he necesitado muchas páginas para expresar mis ideas. No quiero que por resumirlas en tres líneas o escribirlas en minutos, se desvirtúen o vulgaricen. O escribo un ensayo que puede resultar tan gordo como una enciclopedia, o mejor me callo y no digo nada , escribió).
Sin pertenecer a un tiempo señalado, con pocas menciones en su bibliografía y sin ser testamento o referencia a su condición, Sábato escribió una pequeña obra llamada Informe sobre ciegos. El párrafo inicial, casi de corte policíaco, atrapa y emociona:
¿Cuándo empezó esto que ahora va a terminar con mi asesinato? Esta feroz lucidez que ahora tengo es como un faro y puedo aprovechar un intensísimo haz hacia vastas regiones de mi memoria: veo caras, ratas en un granero, calles de Buenos Aires o Argel, prostitutas y marineros; muevo el haz y veo cosas más lejanas: una fuente en la estancia, una bochornosa siesta, pájaros y ojos que pincho con un clavo. Tal vez ahí, pero quién sabe: puede ser mucho más atrás, en épocas que ahora no recuerdo, en períodos remotísimos de mi primera infancia. No sé. ¿Qué importa, además? Nada más sé que de ese modo empezó la etapa final de mi existencia.
Llegar al final es muy sencillo. Deshacerse de la sensación de estar leyendo casi sus últimas palabras, no tanto. Leerlo, un justo homenaje para su memoria. Y para el obituario, aquella frase suya: La vida es tan corta y el oficio de vivir tan difícil, que cuando uno empieza a aprenderlo, ya hay que morirse .