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Cincuenta para jugar rayuela
Novela que no es novela; un libro atemporal no sólo por ser ya un clásico, sino porque nunca se acaba de leer.
El 17 de diciembre de 1958, desde París, con su gato asomándose a la página, Julio Cortázar le escribía una carta a sus amigos Jean Bernabé y esposa que decía: Terminé una larga novela que se llama Los premios y que espero leerán ustedes algún día. Quiero escribir otra, más ambiciosa, que será, me temo, bastante ilegible, quiero decir que no será lo que suele entenderse por novela, sino una especie de resumen de muchos deseos, de muchas nociones, de muchas esperanzas y también, por qué no, de muchos fracasos. Pero todavía no veo con precisión el punto de ataque, el momento de arranque; siempre es lo más difícil, por lo menos para mí. Estaba hablando de Rayuela.
Novela que no es novela y sí un hito de toda la literatura escrita en español, texto favorito, libro que se puede leer por todos lados y que, además, este año cumple los 50. Un libro que es atemporal no sólo por ser ya un clásico, sino porque nunca se acaba de leer, aunque se lea de tres maneras diferentes. Y también porque todavía no nos alcanza el medio siglo para hablar sobre Rayuela.
Desde la primera línea del capítulo uno -más que una frase, una pregunta: ¿encontraría a la Maga?- no hemos parado. Y tampoco hemos tenido tiempo para callarnos la boca. ¿Cómo no hablar de un libro que transcurre de la sorpresa al alivio; del rompimiento al feliz hallazgo y de la crítica al fanatismo a ultranza? ¿Cómo ignorar el dato curioso y los datos duros ¿cuántos capítulos hay de la primera parte a los capítulos prescindibles? -, los rigores académicos, los lugares comunes, las palabras que nunca antes se habían escrito? Imposible.
Porque Rayuela empieza fuera y antes de nosotros, pero siempre acaba siendo personal (que lance la primera piedra el que se haya topado con el capítulo siete- toco tu boca, con un dedo toco el borde tu boca- sin haberse derretido de insólito erotismo, anhelado haber escrito esas palabras, haberse caído de bruces ante todo amor presente, perdido o anhelado).
La construcción de Rayuela tomó tiempo. Cortázar, en algún momento agosto de 1961-, le escribe a Francisco Porrúa: ¿La Rayuela? Pero si estoy apenas en la casilla tres y a cada rato tiro la piedrita para afuera. Terminé la obra gruesa del libro y lo estoy poniendo en orden, es decir que lo estoy desordenando de acuerdo a unas leyes especiales cuya eficacia se verá una vez que me anime a releer de un tirón las 600 páginas .
En etapas de felicidad, mientras escribía, Cortázar llegó a decir que Rayuela iba a ser una bomba atómica en el escenario de la literatura latinoamericana ; en otra ocasión confesó: La verdad, triste o hermosa, es que cada vez me gustan menos las novelas, el arte novelesco tal y como se practica en estos tiempos. Lo que estoy escribiendo ahora será (si lo termino alguna vez) algo así como una antinovela, la tentativa de romper los moldes en que se petrifica el género. Los instrumentos usuales del lenguaje ya no sirven .
Corrigiendo, escribiendo, volviendo a leer una y otra vez, Cortázar, como si además de escribirla también jugara rayuela, dibujó en el suelo su cuadrícula y saltando siempre y siempre recogiendo su piedrita pudo llegar hasta el fin.
Fue a su amigo Paul Blackburn a quien le escribió la feliz noticia: Casi he terminado la larga novela de la que te he hablado varias veces. Como es una especie de libro infinito (en el sentido en que uno puede seguir y seguir añadiendo partes nuevas hasta morir), pienso que es necesario separarme brutalmente de él. Lo leeré una vez más y enviaré el condenado artefacto a mi editor .
Así lo hizo. Y a finales de 1962 puso el punto final. Había roto tal cantidad de diques y de puertas, se había hecho pedazos de tan distintas maneras que, todo fuera como eso, en lo que a mi persona se refiere confesó- ya no me importaría morirme ahora mismo . Pero nada de eso. El libro salió publicado, con su rayuela dibujada en la portada, en el mes de junio de 1963.
ckuhne@eleconomista.com.mx