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Arte e Ideas

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El poeta y su desayuno

El nombre literario de José Emilio Pacheco es multitud: es un narrador excelente, ensayista profundo, antologador insuperable, inimitable crítico. Pero su vocación más profunda -nos sospechamos todos- es la poesía.

Y ahora ¿qué clase de palabras va a decir José Emilio? ¿Cómo habrá sido su desayuno cuando se enteró que había ganado el Premio Alfonso Reyes?

Porque en otro de sus premios, quién sabe el Reina Sofía o el Cervantes –porque ya son muchos, siempre insuficientes, no los necesita para nada y se los merece todos-, confesó que la noticia de que era el ganador dejó helado su café, suspendió la rutina matinal y lo conmovió todo.

El mundo – el que importa, sus lectores- estaba feliz también. Y no faltó quien murmurara, durante su homenaje Nacional en Bellas Artes, que muchas veces cuando los regalos divinos llegan tarde, llegan todos al mismo tiempo. Había sido cumpleaños del poeta y no había manera de agotar las celebraciones. La mejor, quizá los nuevos fanáticos que, leyéndolo, descubrieron la inmensidad en una sola línea y los compañeros fieles de sus letras habituales, de sus libros de siempre.

¿El género predilecto? No importa. Y es que el nombre literario de José Emilio Pacheco es multitud: es un narrador excelente, ensayista profundo, antologador insuperable, inimitable crítico. Pero su vocación más profunda -nos sospechamos todos- es la poesía. Pero él, inteligente y de palabra precisa, no se ha rendido al canto de las sirenas que han pretendido clasificarlo. En alguna entrevista -dando un correctivo manazo a los que sólo piensan en versos- dijo:

Siempre he querido escribir cuentos. La novela me parece inalcanzable y me conformo con leer, a menudo admirar, las que otros hacen. Algunos me han reprochado que escriba cosas tan diversas, que no me centre en un solo género. Yo diría que los géneros no son incompatibles, un cuento es lo más cercano a un poema, no en términos de prosa poética , sino de concentración e intensidad, y con frecuencia se me ocurren historias que, según creo, pueden interesar. En mi caso, la poesía no basta; el relato es un complemento necesario. Hay grandes periodos de esterilidad: la lírica no puede nacer voluntariamente. Entonces vuelve el deseo de escribir narraciones...

Es cierto. Como poeta José Emilio Pacheco nos ha dejado sin palabras. Pero como novelista –aunque él diga que no sabe hacer novelas- nos ha inspirado desde hace más de 20 años-, tenemos mucho que leer y releer y más cosas que decir. Las batallas en el desierto, su novela más famosa, publicada en 1981 es ya es un clásico de insuperable metáfora: el alma joven a la que le toca librar la más solitaria de las batallas: el primer encontronazo con el amor, el principio de todos los placeres y dolores (Libro que, por cierto, tuvo también su fiesta de cumpleaños. Y la hermosa Mariana de Las batallas, dijo Pacheco en aquella ocasión, si hoy viviera tendría casi 90 años. ¡Yo la conocí ya de 60! ).

Pero Mariana sigue aquí y con él, el próximo 13 de octubre, en el Colegio de México el galardonado ofrecerá una conferencia magistral titulada A 30 años de Las batallas en el desierto .

Entonces todo se vuelve mejor para el poeta. Por culpa de Alfonso Reyes otra fiesta se organiza. Quizá una celebración más entrañable. Y es que además de haber sido premiado por su reconocida trayectoria literaria, así como por su invaluable aportación a las humanidades y la cultura hispanoamericana -como dijo el Colmex-, es José Emilio Pacheco quien mejor ha comprendido el pensamiento, la obra y la necesidad de leer a Alfonso Reyes. Hace mucho bien , ha dicho. Pero también dijo que Reyes abrió la posibilidad moderna de escribir en México. Arrojó al surco la semilla para que el campo verdeciera. Todos, hasta quienes no lo leyeron, hemos salido de él; y si nos apartamos es para regresar con mayor fuerza. Su obra es un camino y lo contrario de un camino: nadie puede rechazar su lección ni volver a escribir, a pensar, como antes de Reyes; nadie puede ser Reyes de nuevo, seguir su sombra, porque tras él las aguas se cerraron y no conducen a ninguna parte .

José Emilio Pacheco ha recorrido mil caminos pero nunca se ha ido. Ante él no se cierra ni una puerta. Se asoma otra vez para nosotros, para Reyes, para la literatura misma, para hacernos felices otra vez.

(Dijeron por ahí que Pacheco no estuvo precisamente sorprendido cuando se enteró de noticia de su premio. Pero todo fuera como eso. Nadie puede saberlo, ni siquiera si fue a la hora del desayuno.)

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