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Arte e Ideas

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García Márquez y sus discursos desconcertantes

Gabriel García Márquez (Aracataca o Macondo, como se prefiera, Colombia, 1927) es el escritor contemporáneo más leído, famoso e influyente en, por lo menos, los últimos 30 años.

Gabriel García Márquez (Aracataca o Macondo, como se prefiera, Colombia, 1927) es el escritor contemporáneo más leído, famoso e influyente en, por lo menos, los últimos 30 años.

Suele frecuentar -o lo suelen frecuentar, invitar, cortejar- reyes, líderes religiosos, dictadores, presidentes y demás laya que gusta mover los hilos de la historia. Su sola palabra es noticia en el lugar del mundo en el que se encuentre. Por ello, algunas de sus ponencias de la reciente recopilación Yo no vengo a decir un discurso (2010, Mondadori, 151p., $229.00), que recoge sus disertaciones públicas en un lapso de seis décadas, son desconcertantes.

No me refiero a que las alocuciones en sí lo sean. Por el contrario, se tratan de conciertos que en su brevedad, buen decir, ritmo y propuestas son portadoras de lo que sentimos y pensamos la mayor parte del género humano, pero que caen en el desconcierto de oídos tapiados, nada menos que en las orejas de los poderosos, de los pocos que deciden sobre los muchos.

No es posible que las palabras de quien es un dios vivo de la palabra hablada y escrita no sean consideradas una revelación cuando toca temas antimilitaristas y, por lo tanto, humanistas ( El cataclismo de Damocles , Ixtapa-Zihuatanejo, México, 6 de agosto de 1986, 43-49pp.), o ecológicos ( Una alianza ecológica de América Latina , Guadalajara, México, 19 de julio de 1991, 61-63pp.) y que desde que las dijo no haya ocurrido nada sustantivo en el terreno político y económico para vivir en un mundo menos injusto y peligroso.

Yo no vengo a decir un discurso no es, sin embargo, sólo las arengas señaladas; es una guía de la no ficción de García Márquez, su postura ante la vida, la fama, asombros cotidianos, inteligencia (a pesar de que él podría ser considerado un sentimental en vez de un intelectual, según la taxonomía de Federico Mayor) e incluso, de sus coqueteos con los poderosos.

Empieza con un reconocimiento a sus compañeros de estudios en la adolescencia, del que se extrae el título del libro. Sigue con un breve tratado de cómo empezó a escribir, en el que señala: el oficio del escritor es tal vez el único que se hace más difícil a medida de que más se practica ; además de exponer los mecanismos de un cuento sobre el mal, que, la sola evocación de la desgracia sirve para tejer un destino aciago.

Continúa con su disgusto por los homenajes; dice: ... todo homenaje público es un principio de embalsamiento .

Luego recoge los discursos de cuando fue nombrado Águila Azteca y Nobel de Literatura, en el que recuerda una anécdota del navegante florentino, Antonio Pigafetta: Contó que al primer nativo que encontraron en la Patagonia le pusieron enfrente un espejo y que aquel gigante enardecido perdió de la razón por el pavor de su propia imagen , entre otras historias.

Gabriel García Márquez, ¡qué ganas de poderle decir sólo Gabriel o Gabo!, en sus discursos más portentosos, reinventa a dos escritores: Álvaro Mutis y Julio Cortázar.

Del primero apunta: Cómo es que esta amistad ha podido prosperar en estos tiempos tan ruines. La respuesta es simple: Álvaro y yo nos vemos muy poco, y sólo para ser amigos . Y de Carolina Jaramillo, madre de Mutis, recuerda: … una mujer hermosa y alucinada que no volvió a mirarse en un espejo desde los veinte años porque empezó a verse distinta de como (sic) se sentía . Mientras que al segundo lo considera el ser humano más impresionante que he tenido la suerte de conocer .

Y así sigue, hablando de periodismo, amistad, propuestas gramaticales, hoy en día más vivas que nuca, poesía y ese realismo mágico irrepetible en cualquier otro escritor que no sea el propio García Márquez.

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