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Arte e Ideas

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La fragancia de Rosario Castellanos

Ganadora de premios y becas, creyente de que las palabras eran el único modo de alcanzar lo permanente en este mundo, Rosario Castellanos vivió escribiendo.

¿Qué se hace a la hora de morir?, se preguntaba Rosario Castellanos ¿se vuelve la cara a la pared?, ¿se agarra por los hombros al que está cerca y oye?, ¿se echa uno a correr, como el que tiene las ropas incendiadas, para alcanzar el fin? ¿Cuál es el rito de esta ceremonia?, ¿quién vela la agonía?, ¿quién estira la sábana?, ¿quién aparta el espejo sin empañar? .

Nunca contestó. No tuvo tiempo. Porque dejó este mundo como todos demasiado pronto. El 7 de agosto de 1974. Sin embargo, 43 años después, el aroma de sus palabras permanece.

Rosario Castellanos cultivó todos los géneros, especialmente la poesía, la narrativa y el ensayo; colaboró con cuentos, poemas, crítica literaria y artículos de diversa índole en los suplementos culturales de los principales diarios del país y en revistas especializadas de México y del extranjero. En Excélsior colaboró asiduamente en su página editorial. Se inició en la literatura como poeta; y desde 1948 hasta 1957 sólo publicó poesía. Después vino un periodo de narradora y compromiso social. Balún Canán, su primera novela, con un gran número de ediciones y traducida a muchas lenguas. Esta obra junto con Ciudad real, su primer libro de cuentos, y Oficio de tinieblas, su segunda novela, forman la trilogía indigenista más importante de la narrativa mexicana del siglo XX.

Empezó a escribir poemas en 1940. Sus primeras influencias, según confesó en una célebre entrevista que le hizo Carballo, fueron las más fáciles de adquirir, las primeras cosas que leía, ya que creía que su formación literaria había sido muy deficiente. Pero ya sabía de lo esencial, que las palabras eran el único modo de alcanzar lo permanente en este mundo.

En 1948 siguió diciendo en la entrevista encontré un libro revelador: la antología Laurel Ahí leí Muerte sin fin, de José Gorostiza, que me produjo una conmoción de la que no me he repuesto nunca. Bajo su estímulo inmediato, aunque como influjo no se note, escribí en una semana Trayectoria del polvo .

Este, su primer libro, era una especie de resumen autobiográfico de sus conocimientos sobre la vida que eran literarios, filosóficos y hasta antropológicos sobre los derroteros de su corazón y sobre sus impresiones sobre los demás.

Ganadora de premios y becas, creyente de que las palabras eran el único modo de alcanzar lo permanente en este mundo, vivió escribiendo, tranquila, algunos años. Pero la realidad la injusticia, el desamor, los dolores de su pueblo chiapaneco la sumieron en una profunda crisis religiosa. Y entonces lo dijo por escrito y en voz alta dejó de creer en la otra vida .

A Dios, lo he perdido le dijo a Carballo , y no lo encuentro ni en la oración, ni en la blasfemia, ni en el ascetismo ni en la sensualidad.

A aquella desolación se sumó su inútil anhelo de congraciar al género femenino con el mundo. En Los convidados de agosto, como en muchos otros de sus textos, ilustró la actitud de las mujeres, representadas en esos personajes femeninos abnegados, burlados, maltratados y engañados por sí mismos, ubicados en mundos sentimentales. Mujer que sabe latín fue quizá su máxima reflexión sobre la condición femenina. Una obra que, a pesar de augurar nunca tener buen fin, cambió el destino de muchas.

En aquel texto escribió: A lo largo de la historia la mujer ha sido más que un fenómeno de la naturaleza, más que un componente de la sociedad, más que una criatura humana, un mito .

Cierta furia fundamental existía en sus palabras. Una rabiosa decepción por la desigualdad, la discriminación, la estupidez. Y en su momento fue, más que un escándalo, un primer momento feminista. De avanzada. Porque todavía es difícil darle vuelta a la hoja, mucho más andar diciendo que las mujeres tienen la condición fantástica de ser un mito y debería celebrarse la naturaleza casi sobrehumana de lo femenino. Difícil. (Sobre todo si la pregunta que subyace es ¿Y qué me habrá hecho de cenar mi mujercita? ).

No para decir la clásica banalidad de que todos los días, pero la igualdad sigue siendo una quimera. Una falta gramatical extrema, una suerte de sueño guajiro también de una minoría. Pero que las cosas han cambiado desde los tiempos de Rosario Castellanos es innegable. La participación de las mujeres en el mercado laboral, por ejemplo, ha ascendido en las últimas cuatro décadas: en 1970 de cada 100 mujeres de la fuerza laboral, 17 estaban insertas en el mercado de trabajo. Actualmente son 45. Pero por esa pichicatería no vamos a saltar de gusto.

Ya del trabajo intelectual ni hablamos. Pero sí escribimos. Además de la falta de oportunidades y todo el melodrama que usted guste y mande, el cambio de nuestro habitual papel social se convirtió en una amenaza. Atestigua el cronoscopio que hasta el mismo Shakespeare dijo que a mayor talento en la mujer, era mayor su indocilidad. (Y tenía razón). Desde los tiempos más primitivos, la rebeldía mujeril tuvo mucho que ver con el estudio y las ganas de las féminas de emprender el camino de la razón. (Piense en Sor Juana cortándose el pelo y renunciando a comer queso hasta no aprender todas las declinaciones latinas).

Parecería que Rosario Castellanos lo puntualizó todo en la famosa y desafortunada frase mujer que sabe latín ni nunca se casa ni tiene buen fin ; ella no lo creía y nosotros tampoco. No se sorprenda al saber que solamente cuatro de los 10 libros más vendidos corresponden a mujeres. Alégrese. Vamos por más.

Reaccione ante la sabiduría misógina y popular que dice que el hombre reina y la mujer gobierna y apele a nuestro corazón ya no rosa, sino fragante y multicolor, para pensar que Rubén Darío tuvo razón cuando dijo que sin la mujer la vida es pura prosa. Sepa que por la mujer hay verso, poesía, pero también crónica y ensayo. Periodismo también. Ensayo y ciencia. Y pregúntese también, en honor a Rosario Castellanos: ¿de que servirían la imaginación y la escritura si acaso tuvieran sexo?

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