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Muebles desaforados
Cuando uno recorre la exposición de Don S. Shoemaker en el Museo de Arte Moderno (MAM) una cosa salta a la vista: lo mucho que brillan los muebles.
Cuando uno recorre la exposición de Don S. Shoemaker en el Museo de Arte Moderno (MAM) una cosa salta a la vista: lo mucho que brillan los muebles.
Por supuesto, el efecto se debe a la iluminación de la sala pero también a la propuesta estética de Shoemaker. Que es decir: la propuesta estética del diseño moderno de muebles en México.
Don Shoemaker llegó a México a finales de la década de los 40 después de haber peleado la guerra, en la que despuntó como guerrero mortífero.
Como tantos otros veteranos de guerra, Shoemaker necesitó un cambio de escena. Ésta es una historia que no se ha contado con suficiencia, la de los exsoldados estadounidenses que llegaron a nuestro país para dedicarse al arte. Don fue uno de ellos. Llegó al Bajío y se formó a sí mismo primero como ebanista y luego, ya más establecido, como diseñador de muebles y dueño de una fábrica en Morelia.
Los muebles de Shoemaker parecen lógicos pero son más bien emocionales. Shoemaker, como un artista hecho por sí mismo, no creyó las argucias que le decían sus colegas académicos acerca de que la madera debía trabajarse así y asado. Ahí donde los muebles de esos colegas son cuadrados, matemáticos, los de Shoemaker siguen la matemática más bella: la de la naturaleza.
Porque sus creaciones son el equivalente de diseño al de la arquitectura de Gaudí: un adaptarse a la forma nativa de la madera, seguir sus curvas como el amante que recorre las formas de una damisela. Los muebles Shoemaker son edificios para sentarse.
Ahora, una explicación: si se recorre la exposición como quien recorre un piso de ventas, no hay maravilla. Los tradicionales Shoemaker, producidos hace 60 años el XX todavía corría frenético no impresionan más allá de su brillo refulgente, como si los acabara de tallar el artesano. La que esto escribe, amateur del diseño, acudió al texto de sala para entender que estos muebles que ahora parecen tan normales, tan de compra del domingo, fueron fundadores de toda una forma de crear. Nadie hacía muebles Shoemaker hasta que llegó Shoemaker. Y menos en México, tan apegados que somos al pasado y a lo que siempre se ha hecho.
El modernismo de las maderas Shoemaker equivale a Las señoritas de Avignon de Pablo Picasso. ¿Suena desaforado? ¡Son creaciones desaforadas! Ésta y aquélla, la del mueblero de Nebraska (moreliano por adopción) y la de Picasso.
Inspirado por lo que tenía a su alrededor, por las maderas tropicales y por el aire de una era del nuevo siglo, que después se conocería como la estética atómica, Shoemaker refinó el diseño mexicano hasta llevarlo, una tallada a la vez, a la primera división.
Shoemaker también fue un visionario de los negocios: era un artista que también sabía vender. La empresa que creó sigue aún después de su muerte: una fuente de empleo y un referente para todos los diseñadores industriales mexicanos, tan en boga en estos días. Se lo deben a Shoemaker.
El MAM entrega este recorrido breve pero sin tregua hasta el 17 enero. No hay que dejar de pasearlo.