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¿Será Ómicron el final de la pandemia?

Micrografía electrónica de barrido coloreada de una célula infectada con una cepa variante del virus SARS-CoV-2. Flickr

Después de más de dos años de pandemia, hemos llegado a una situación en la que el número de infecciones causadas por el SARS-CoV-2 es más alto que nunca. Muchos de nosotros, a pesar de haber recibido la pauta completa de vacunación, hemos sufrido la covid-19 recientemente y/o conocemos a personas que en estos momentos están en cuarentena debido a la infección.

Sin embargo, a pesar de las alarmantes cifras de contagios, el hecho de que la variante ómicron aparentemente cause síntomas más leves que sus predecesoras podría estar conduciendo a una trivialización de la enfermedad. Todo el mundo parece resignado a que, antes o después, se contagiará, lo que hace que incluso haya quien piense que cuanto antes mejor.

¿Es esto correcto o nos estamos anticipando en nuestras predicciones sobre el comportamiento del virus?

Los virus se optimizan gracias a su gran potencial evolutivo

Para que un virus procedente de animales cause una pandemia en la población humana, necesita superar una serie de barreras.

En primer lugar, debe poder interaccionar con una molécula de la superficie de nuestras células que permita su entrada en ellas, nada sencillo. Una vez dentro, el virus se encuentra con un ambiente que es menos favorable para su multiplicación que el que existía en el animal que infectaba habitualmente. Por último, es necesario que encuentre vías de salida al exterior que le permitan transmitirse eficientemente entre individuos, de modo que se genere una cadena de transmisión estable.

Para superar todas esas barreras, los virus disponen de una herramienta muy potente que es su gran potencial evolutivo. Cada vez que un virus penetra en un nuevo individuo, durante el curso de la infección va a producir miles de millones de copias de su genoma. Y prácticamente cada vez que se produce una de estas copias se genera al menos un error, una mutación, empleando un término un poco más técnico. Por tanto, cada persona infectada no solo es que contenga un número inmenso de virus, sino que la mayoría de esos virus son diferentes unos de otros.

Sobre ese conjunto tan heterogéneo operan diversas fuerzas. Por un lado, la selección natural va a hacer que los virus que contengan alguna mutación beneficiosa sean los más abundantes y, por tanto, los que tendrán más éxito a la hora de ser transmitidos.

Sin embargo, una epidemia es un fenómeno muy complejo que está también sujeto al azar. Un ejemplo es que, de toda esa variedad de virus que existe en un organismo infectado, solo unos pocos serán transmitidos durante un contagio, lo que arroja cierta incertidumbre sobre la evolución posterior. Otro hecho que influye en qué variantes serán más exitosas es el comportamiento de los individuos. Una persona muy activa y con muchas relaciones tendrá más éxito a la hora de transmitir sus virus que otra que apenas se mueva.

¿Podemos predecir la evolución de los virus?

La respuesta corta es que no. Sin embargo, se pueden establecer ciertas regularidades. En general, la mayoría de los virus, de un modo natural, tienden a mejorar su transmisión, algo que no ha sido una excepción en el caso del SARS-CoV-2. Muy pronto, al inicio de la pandemia, se impuso una mutación (el cambio D614G) en la espícula del virus, cuyo efecto parecía ser aumentar su multiplicación en las vías respiratorias superiores, favoreciendo así el contagio.

Posteriormente fueron apareciendo nuevas variantes, las denominadas alfa, beta, gamma y delta, que contenían mutaciones que, en algunos casos, favorecían la interacción con el receptor celular y, en otros, dificultaban la acción de los anticuerpos generados en infecciones previas o inducidos por las vacunas que ya se estaban aplicando masivamente en muchos países.

Sin embargo, ninguna de esas variantes parecía ser menos agresiva que el virus original. De hecho, los datos indicaban más bien lo contrario: un incremento en el riesgo de hospitalizaciones y muertes. Algo que no encajaba con el comportamiento de la mayoría de los virus respiratorios, que con el tiempo tienden a disminuir la gravedad de los síntomas.

Esta tendencia a la atenuación es fácilmente explicable si pensamos que un virus que consiga multiplicarse de forma óptima, sin causar una enfermedad grave, tendrá más éxito a la hora de propagarse, ya que es más probable que la persona portadora continúe con sus contactos normales, a los que podrá transmitir el virus.

Y de pronto llegó ómicron

Cuando en algunos países la incidencia parecía haberse estabilizado en unos niveles realmente bajos, tuvimos noticias de una nueva variante con un número inusitadamente alto de mutaciones (más de treinta solo en la espícula). Esa variante se ha impuesto rápidamente en casi todo el mundo, infectando también a personas vacunadas o que ya habían pasado la enfermedad.

El hecho es preocupante puesto que está mostrando la elevada capacidad del virus para generar mutantes capaces de eludir respuestas inmunes previas. Sin embargo, a pesar de las dificultades para comparar la gravedad de ómicron respecto al virus original, hay varios estudios que indican que esta variante sí causa síntomas más leves.

El virus se está multiplicando más

Parece que la esperada atenuación del virus podría haber llegado, pero a costa de un número tan alto de infecciones que sus consecuencias son imposibles de valorar. El virus se está multiplicando más que en cualquier otro momento de la pandemia y eso supone que está experimentando también un número elevadísimo de mutaciones.

Puede que la mayoría sean irrelevantes. Pero no se puede descartar que alguna de ellas dé alguna ventaja al virus en un sentido perjudicial para nosotros. No olvidemos que, cuando hablamos de grandes números, lo aparentemente imposible puede hacerse probable.

El número de mutantes que puede generar un virus es inmenso, pero la buena noticia es que no todos son viables y no todas las propiedades del virus son mejorables. Por ejemplo, el virus del sarampión posee muchas restricciones para generar variantes que eludan la respuesta inmune generada en una primera infección, simplemente porque los cambios requeridos son incompatibles con la entrada del virus en la célula. En el otro extremo tenemos el virus de la gripe, cuya capacidad de reinfección todos conocemos.

Algunos estudios recientes indican que uno de los coronavirus endémicos que afectan a nuestra especie, el denominado 229E, es capaz de causar reinfecciones frecuentes, debido a su capacidad para generar variantes que no son neutralizadas por los anticuerpos producidos frente a versiones anteriores del virus.

¿Cómo será la evolución del SARS-CoV-2? En mi opinión es pronto para aventurar nada, pero banalizar una enfermedad de la que todavía desconocemos mucho puede ser precipitado. Que el miedo no nos paralice, pero que tampoco nos lleve a comportamientos cuyas consecuencias todavía no podemos valorar.

Ester Lázaro Lázaro, Investigadora Científica de los Organismos Públicos de Investigación. Especializada en evolución de virus, Centro de Astrobiología (INTA-CSIC)

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

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