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Arte e Ideas

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Sin delicadeza

No hay complacencias en Le Carré, ni romanticismo o apología del idealismo moral individual. Lo que hay es una visión descarnada del poder, del poder político, económico y su estructura de ambiciones.

David Cornwell es más conocido por su seudónimo, John Le Carré, y por ser el rey de la novela de espionaje. Digamos, la tabla rasa con la que se mide todo lo que se escribió antes y después en el género. Para muchos, su reinado terminó con la caída del muro de Berlín, como si el fin de la utopía en papel que era la cortina de hierro deviniera en el derrumbe de su particular monarquía literaria.

Para esos lectores existe el Le Carré AGF y el DGF. Con la guerra fría como el centro de sus novelas más famosas y representativas (El espía que vino del frío, El topo, El espía perfecto, El honorable colegial), y su faceta posterior sufre la misma suerte que el cine de Hollywood cada vez que necesita identificar un nuevo conflicto, un nuevo enemigo para la paz y la democracia.

Sin embargo, Le Carré no dejó de escribir con el glasnost, ni mucho menos. Tampoco dejó su prosa y sus temas en la congeladora de la nostalgia o la novela histórica. Quizá porque su interés, además del literario, siempre ha estado en la realización de un balance directo de la situación geopolítica, en la mirada ácida, y a últimas fechas indignada, sobre el Foreign Office y sus enemigos, los reales, los creados y los imaginarios.

Sus novelas desde 1990 han abordado toda una suerte de conflictos políticos, arenas poscoloniales, la mafia rusa y el terrorismo. Vienen a la mente la estupenda The night manager (El gerente nocturno) de 1993 sobre el tráfico de armas, o El sastre de Panamá, de 1996 con ecos de Nuestro hombre en la Habana de Graham Greene, sobre la tenue línea entre los intereses políticos transoceánicos y la ficción.

De la parodia a la denuncia directa, como los juegos económicos de compañías farmacéuticas en África (El jardinero fiel, 2001), las novelas de Le Carré son más que tópicos de prensa política internacional, gracias a una voz narrativa y un dominio del estilo y las voces literarias que lo ponen, no como uno de los grandes del género, sino como uno del puñado de mejores escritores británicos del siglo veinte y el que corre.

Su más reciente libro es A delicate truth (Una verdad delicada, Plaza Janés, 2013), una novela que muchos han calificado como una especie de vuelta hacia la forma, aunque si hay algo que se puede asegurar sobre Le Carré es que la forma nunca ha sido uno de sus problemas. na de las razones por las que esta entrega ha llamado tanto la atención, es por la propia afirmación del autor que declaró que es su trabajo más británico y más autobiográfico.

La novela inicia con un operativo en Gibraltar, una operación ultrasecreta para detener a un buscado terrorista internacional. Sin embargo, algo huele mal. Primero, que el encargado de supervisarla es elegido entre la burocracia del Foreign Office por su mediocridad. Segundo, porque toda la operación parece estar en manos de una compañía estadounidense que presta servicios de seguridad y mercenarios bajo demanda. Tercero, porque todo parece más un juego de poder entre un funcionario entusiasta y una serie de sujetos con ganas de facturar y pocos escrúpulos. Cuarto, porque nadie sabe qué sucedió esa noche.

En el primer Le Carré, el espionaje se desmitificaba. Alejándose de las explosiones, glamour y testosterona de Ian Fleming. Había una batalla ideológica detrás, pero antes había que librar una de orden burocrático. Donde en cada engranaje, en cada ser humano participante, había un punto flaco, una posibilidad de error, debilidad, traición o altruismo. Una visión al mismo tiempo desencantada y humorística, flemática y terrenal de los seres humanos y sus limitadas ambiciones.

En sus trabajos más recientes, sin embargo, se percibe algo cercano a la franca indignación, al rechazo de ciertas prácticas geopolíticas inmorales, la corrupción entre ellas. En La verdad delicada, toca a Tony Bell, secretario del ministro que organiza la misión, funcionario prometedor en su momento de la estructura de inteligencia, decidir si plantarle cara a una maquinaria que parece más efectiva encubriendo sucesos vergonzosos que otra cosa.

Por otro lado está Paul, quien desde el retiro recuerda aquella operación en Gibraltar como un punto alto de su carrera, aunque sea incapaz de compartirlo con nadie y violar el secreto profesional. Lo que no evita que se pregunte qué fue lo que realmente sucedió esa noche.

No hay complacencias en la mirada de Le Carré, no hay romanticismo o ni una apología del idealismo moral individual. Lo que hay es una visión descarnada del poder, del poder político y económico, y su estructura construida de pequeñas ambiciones y miserias. Conspiraciones que permean fronteras y se suman en todo tipo de complicidades detrás de las cuales fluye el solvente universal: el dinero.

La verdad delicada es una lectura apasionante e inteligente, con la prosa precisa, hilarante y dura, de un autor imprescindible, que podrá tener 82 años y haber dejado la Guerra Fría atrás, pero aún tiene mucho qué decir sobre los avatares del mundo contemporáneo.

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