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Sueños líquidos y espíritus patronales
Las filas son entes vivos, microsociedades. Llueve un poco, hace calor. No importa, es día de ver a Pablo Picasso. Ah, y a Diego Rivera.
Las filas son entes vivos, microsociedades. Llueve un poco, hace calor. No importa, es día de ver a Pablo Picasso. Ah, y a Diego Rivera.
Empiezo esta reseña con una nota personal: soy admiradora de Pablo Picasso. El nombre de mi columna es Garage Picasso porque imaginé a Picasso apareciendo de pronto en los lugares inusuales.
La inspiración me la dio el poema Postcards of the gone world de Lawrence Ferlinghetti, mi ?beatnik preferido.
Les decía que las filas son microsociedades. En esta fila en particular hay gente que viene porque nunca ha visto en vivo un Picasso, o al menos eso oigo de pasada.
Pero no hay que olvidar a Rivera. Esta exposición va de la relación entre ambos: Diego y Pablo, BFF. Not quite, en realidad Rivera y Picasso tuvieron una relación corta, los dos jóvenes y pretenciosos.
Al mismo tiempo, ambos estaban experimentando con el cubismo y otras de las llamadas vanguardias. Mejor: la estaban inventando.
De obras que no se?verán en México
El recorrido es largo y, si me permiten la palabra, sabroso. Lo digo porque es un deleite ver la obra de caballete de Rivera en contrapunto con las de Picasso. Esta delicia de selección es posible gracias a la colaboración entre Bellas Artes y el Los Angeles County Museum of Art que consiguieron obra que no sólo está en su acervo sino también en colecciones privadas.
Es urgente visitar esta exposición. Muchas de estas piezas no volverán pronto a México. Pero eso la gente ya lo sabe, por eso la fila.
Con la cantidad de asistentes es difícil escoger una sola obra, detenerse ante ella en contemplación. Yo, con mi cuadernito, trataba de hacer notas hasta que la gente de seguridad me pedía que avanzara porque no es día para los lentos.
Sin embargo, logré escoger mi pieza favorita: La flauta de pan , de Pablo Picasso, 1923. Es una obra fascinante porque Picasso estaba experimentando con una nueva paleta de colores. Dios mío, ese azul del cielo, esos muchachos semidesnudos que podrían estar parados en Grecia, en Barcelona, cobijados por el sol mediterráneo. Es un sueño húmedo de mi espíritu patronal, que era mujeriego, pero siempre supo ver el erotismo en el cuerpo masculino.
La mayor parte de las piezas exhibidas son de Diego Rivera (ninguna sorpresa), pero no hay que despreciar al paisano. Creemos que nos sabemos de memoria a Rivera porque hemos visto sus murales, y nos olvidamos del artista que se formó en Europa y que estuvo en el pináculo del arte durante una década.
Las obras de caballete de Rivera son piezas que raramente se exhiben. Hay una joya escondida: la Naturaleza muerta con botella de anís , mostrada por primera vez en público. Nos explican que es la primera vez que se exhibe y que forma parte del archivo de Pablo Picasso, pues a él se la regaló Rivera.
El resto del recorrido está inflado, me parece, con obras precolombinas y reproducciones de arte clásico innecesarias. Prefiero imaginarlos como revolucionarios que como creadores estancados en el pasado.