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Arte e Ideas

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Temores que gritan?y nos callan

Dijo Torquemada: ¡Oh infelicísima y desventurada nación, que de tantos y de tan grandes engaños fue por gran número de años burlada, entenebrecida, y de tan innumerables errores deslumbrada y desvanecida! .

Aquí nadie necesita soñar con las cosas invisibles. Siempre hemos vivido entre ellas y las estamos mirando todo el tiempo. Pareciera que esta ciudad tiene sus calles pobladas de fantasmas. Y lo más seguro es que sí.

Desde el principio, triunfar sobre el terror fue la mayor hazaña: el miedo de los conquistadores mirando sacrificios de sangre verdadera; el temor de los habitantes de estas tierras ante hombres con cabezas de metal y varas que escupían fuego. Y por ello, los cronistas y escritores tuvieron el encargo de develar los misterios. Toda noticia se convirtió en presagio y todas las palabras escritas un conjuro.

Cuenta Miguel León Portilla, cronista de lo que decían en nuestras tierras, que ancianas, ancianos, bisabuelas, tatarabuelos y todos nuestros antepasados vinieron a repetir como un discurso su relato de la fundación de Tenochtitlan. Y no sólo por vocación, sino para que nunca se perdiera el legado y la memoria. Y entre muchas palabras llenas de sabiduría, referencias sobre los códices encontrados e interpretados, nos regala la mejor versión de una historia que nos sabemos todos hasta plasmada en la bandera está pero con un nombre diferente: la profecía del gran sacerdote Cuauhtlequetzqui. Y ahí la cosa sí que cambia. Nos provoca cierto temblor y parece proyectarse hasta el futuro. Hasta advierte de nuestra condición:

Si ya hemos estado largo tiempo aquí, tú irás a ver allá entre los tunales, entre los cañaverales, donde tú fuiste a sembrar el corazón del hechicero, como hubo de hacerse, según me ordenó nuestro señor dios Huitzilopochtli. Irás a ver allá cómo ha germinado el tunal del corazón del hechicero. Allí se ha erguido el águila, está destrozando, está desgarrando a la serpiente; la devora. Y el tunal serás tú, tú. Y el águila que tú verás seré yo. Ésta será nuestra fama; en tanto dure el mundo, así durará el renombre, la gloria de México-Tenochtitlan.

Los libros de Sahagún

Ya sabemos que desde el otro lado de la laguna, los conquistadores también se dieron a la tarea de describir las nuevas tierras, las costumbres de los naturales y a tratar de entender toda costumbre por más terrorífica que pareciera. Y después llegaron los frailes, Motolinía, Durán y Torquemada, mientras alababan al creador, con la cruz y el agua bendita en la mano, también escribieron textos enumerando blasfemias y prodigios. Algunos, como fray Bernardino de Sahagún, procuraron hacerlo lo más detallada y piadosamente posible. Sin embargo, ante tanto callejón de una ciudad que tardaba en convertirse en Nueva España y oscuridad hereje de las almas que se resistían a lo cristiano los frailes otorgan advertencia y consuelo. Escribe Sahagún en el prólogo de su libro Historia general de las cosas de la Nueva España:

El médico no puede acertadamente aplicar las medicinas al enfermo sin que primero conozca de qué humor o de qué causa procede la enfermedad (...) para curar las enfermedades espirituales conviene que los predicadores tengan experiencia para distinguir los pecados más grandes y que tienen necesidad de gran remedio: los pecados de la idolatría y ritos y supersticiones idolátricas y agüeros y abluciones tienen remedio, pero es menester saber cómo las usan y saber preguntar lo que conviene y entender lo que digan de acuerdo a su oficios .

Ahí viene la Llorona

Sahagún, inteligente y detallado, lo supo todo.

Escribió 12 libros donde, efectivamente, todas las cosas de la Nueva España quedaron consignadas por su pluma. Fue justamente él quien registra una conseja antiquísima en México al hablar de la historia de la diosa Cihuacoátl y que existía ya cuando los conquistadores entraron en la Gran Tenochtitlan de Moctezuma. Una aparición que aterró a la Ciudad de México que se presentaba muchas veces como una señora compuesta con unos atavíos como se usan en palacio: decían también que de noche voceaba y bramaba en el aire (...) Los atavíos con que esta mujer aparecía eran blancos, y los cabellos los tocaba de tal manera que tenía como unos cornezuelos cruzados sobre la frente .

El muy respetable Artemio del Valle Arizpe consigna lo mismo en su libro Historias de vivos y muertos de la Ciudad de México:

México estaba aterrorizado por aquellos angustiosos gemidos. Cuando se empezaron a oír, salieron muchos a cerciorarse de quién era el ser que lloraba de aquel modo tan plañidero y doloroso.

Varias personas afirmaron, desde luego, que era cosa ultraterrena, porque un llanto humano, a distancia de dos o tres leguas se quedaba ahogado y luego no se oía.

Esto pasaba a mediados del siglo XVI cuando la Llorona, como di en llamársele, henchía el aire de clamores sin fin.

Los hombres se hallaban cobardes y temerosos. A las mujeres les temblaban las carnes. No podían dar ni un solo paso; se desmayaban o, cuando menos, se iban de las aguas.

Y no faltaba quien estuviese persuadido de que la tal Llorona no era otra sino la célebre doña Marina, la hermosa Malinche, manceba de Hernán Cortés que venía a este suelo con la misión divina de henchir el aire de clamores, en señal de un gran arrepentimiento por haber traicionado a los de su raza, poniéndose al lado de los soldados hispanos que tan brutalmente la acometieron...

Atravesaba blanca y doliente por los campos y las calles solitarias .

Todavía lo hace. Disponemos de cantidades ilimitadas de terror y nuestro primer fantasma citadino ya lo sabe.

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