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¿De qué hablan cuando hablan de dolor?

Se trata de los calambres en las piernas, de las ampollas en los pies, del ardor en los ojos por el sudor, de cinco o seis horas de suplicio... de correr los 42.195 kilómetros de un maratón.

Emiliano, Camila y Ricardo animan a su mamá y esposa, respectivamente, a eso de las 9:30 de la mañana cerca del World Trade Center. Ánimo mami, tu puedes , grita Camila. Y Emiliano, asombrado, mira el rictus agonizante de su madre, sudorosa, agotada... a punto del desmayo.

Los corredores más rezagados iban en el kilómetro 13 cuando el etíope Daniel Aschenik ya había atravesado la meta en 2:19.24 horas, mientras que su compatriota Shewarge Amare se quedó con la corona femenil al detener el reloj en 2:41.09, logrando así su tercer título de la competencia y ambos consiguiendo los 250,000 pesos de premio que otorga la organización del evento a los vencedores.

Araceli, como gran parte de los 26,000 corredores, corrió el primer maratón de su vida, el de la Ciudad de México. Ayer, un domingo templado y gris en la capital del país, la hermosa vegetación del Bosque de Chapultepec y los inmensos edificios que adornan la ciudad observaban silenciosos la carrera de miles de personas que subían y bajaban por las calles de la Condesa, por la avenida Insurgentes y por el mítico estadio Olímpico Universitario.

Solo unos cuantos, aquéllos que corren vestidos de Mickey Mouse, de Flash, con máscaras del Santo, y hasta una novia que en los últimos kilómetros se unió a la carrera ataviada con su vestido nupcial, sonríen. Corren con ese gesto de extraña felicidad.

Quería animar a los corredores , ha confesado Nancy Figueroa, la novia. Pero el resto, Carlos, Iván, Pedro, Julieta, Andrea, César... todos llevan una máscara de dolor no fingido, hacen un esfuerzo agónico, apelan a su orgullo para no parar.

Al lado de la carrera deportiva, las bandas musicales también viven su propio maratón. Rebel Cats, Claxons, Kinky, Playa Limbo y Kalimba son sólo algunos de los que han tenido que tocar por horas animando a los corredores en esta edición dedicada a la música.

Aquéllos que se inscriben a la carrera para disfrutar esa experiencia de los 42.195 kilómetros sin duda disfrutan. Y arrancan a las 7 de la mañana, 7:15, 7:45... Y todo bien, pero parte del disfrute implica también una dosis de dolor.

¿Qué es ese dolor inexplicablemente disfrutable? Es sentir el frío en el cuerpo, los nervios antes de la carrera, el dolor atroz de tener que abandonar al kilómetro 10 por un tirón que impide seguir. Es el dolor de los pies descalzos que pertenecen a un corredor de León que tomó prestado el número y recorrió por primera vez la carrera.

El dolor es eso que sientes en el kilómetro 30, cuando al dejar atrás la colonia Condesa aún faltan 12 kilómetros y las piernas parecen no responder. Es la resequedad en la boca, los puños apretados, el ardor en los ojos debido al sudor, la camiseta pegada al cuerpo, las ampollas en los pies, los calambres en las piernas, en las manos.

¿Qué es el dolor maratonista? Es sentir que me muero, que las piernas, las manos, tu cuerpo ya no te pertenecen. Es, después del kilómetro 33, del 38, echarte a la boca las uvas, la Coca-Cola, el plátano que los voluntarios te ofrecen... Es un dolor que se desborda hasta las lágrimas , cuenta Araceli.

Los atletas coinciden en señalar los últimos siete u ocho kilómetros como los más difíciles de la carrera capitalina, que muchos terminan más por orgullo que por ganas.

¿Por qué es tan maravilloso correr un maratón? Hay quienes dicen que lo fantástico de una carrera como ésta, en donde se tienen garantizadas cuatro o cinco o seis horas de suplicio, es que, a diferencia de los atletas elite, en el grueso del pelotón no hay competitividad, sólo ésa que existe con uno mismo.

Pese a lo duro que puede ser físicamente, hay un sentimiento de solidaridad en todo el trayecto hasta la meta. Y es que atravesar la meta es llegar allí solo, pero también gracias al impulso de los 2,800 voluntarios no remunerados que toman su día libre para flanquear a los corredores; a esa valla humana de familiares que durante el recorrido lanza gritos de apoyo, y vaya que ayudan.

Allí, cuando doblas a la derecha sobre avenida Insurgentes y entras al estadio Olímpico Universitario tras salir del túnel, y subes una rampa que parece interminable y queman los calambres muslos, aparece el verdadero dolor, el más delicioso agotamiento: cuando el cuerpo protesta a gritos y las piernas parecen llevar unas botas de plomo.

¿Qué es pues el dolor? Es aquél que se desborda por los ojos en forma de lágrimas, aquél dolor del hombre al que apodan El Olímpico y que a sus 53 años ha corrido 185 maratones, entre ellos Chicago y Londres, y que por cuestiones de salud no podrá correr uno más y rompe en llanto por el cruel destino. Pero es también, sobre todo, ese mágico sentimiento que siempre te impulsa a llegar a la meta.

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