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Harp Helú, un empresario que no imaginó vincularse al beisbol

El Economista presenta un perfil de Alfredo Harp, emprendedor del beisbol mexicano y un hombre de negocios, dueño de dos equipos de la LMB, accionista de los Padres de San Diego, y ahora pilar para el regreso de los Algodoneros a Guasave. Testigos confirman su entrega incondicional a la inversión en este deporte.

Todos los días, Alfredo Harp Helú escuchaba las transmisiones de radio de los partidos de los Diablos Rojos e imaginaba cómo eran las características físicas de cada uno de los peloteros, lo cual comparaba cuando asistía al Parque del Seguro Social, en compañía de su primo Carlos Helú.

En aquel momento, no imaginó que se convertiría en propietario de un equipo.

Al empresario mexicano le pertenecen dos equipos de la Liga Mexicana de Beisbol (LMB): Diablos Rojos del México (1994) y Guerreros de Oaxaca (1996), los cuales adquirió a medidos de los años 90.

Es accionista de los Padres de San Diego de la MLB (destinó 80 millones de dólares por 10% de las acciones), y su próximo proyecto es colaborar en el regreso de los Algodoneros de Guasave a la Liga Mexicana del Pacífico.

“Las cosas que ha hecho es porque le nace. No espera un agradecimiento. Lo hace porque quiere, porque no podría ser de otra manera, porque él quiere vivir así”, explicó María Isabel Grañén Porrúa, historiadora del arte, presidenta de la Fundación Alfredo Harp Helú y esposa del empresario.

Además, tiene una academia de beisbol desde hace una década, y contribuyó a la edificación del salón de la fama (400 millones de pesos) y concretó que sus Diablos Rojos tuvieran un nuevo estadio.

“A Alfredo no le gustan estas obras monumentales para decir que está presente y es una persona bastante discreta”, añadió María Isabel Grañén.

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Alfredo Harp viaja a Mazatlán para ver los partidos de la Serie del Caribe. Es 1993. Y coincide con el expitcher José Peña, que trabajaba para Diablos Rojos como buscador. Tras una larga plática, le expresa el deseo de conocer a Roberto Mansur, propietario de la franquicia.

Roberto, su hermano José Antonio y su papá, Chara Mansur, adquirieron a la novena capitalina en 1981.

Vuelven a coincidir para el juego inaugural de Tigres contra Diablos (1993), al que Alfredo asiste de invitado para lanzar la primera bola, y lo hace enfundado en los colores de los Tigres. En pláticas posteriores, Alfredo le comenta el deseo de ser socio de la franquicia, y Roberto accede a venderle la mitad de las acciones de la organización.

Previo al inicio de la fase regular de 1994, se da a conocer que la organización contaba con nuevos socios. Ese año fue de contrastes para Harp Helú, porque pasó 106 días secuestrado, pero al final de la campaña el equipo suma un campeonato. Los Diablos han obtenido 6 de sus 16 títulos bajo su administración.

Grañén Porrúa comentó que los Diablos le han dado satisfacciones y dolores de cabeza: “En el fondo es alguien que disfruta tener el equipo. Es un directivo que participa hasta un cierto grado. No se mete con el mánager, no regaña a los peloteros. Él va, les da ánimos y se mantiene como un espectador más”.

El personal que ocupa puestos directivos en la organización afirma que confía en ellos, porque seleccionó a cada uno y está seguro de que pueden desempeñar cierta labor. Cuando va al estadio, pasa por el clubhouse para estar al pendiente de los peloteros, de los coaches y el mánager.

En esas charlas, suele decirles que no se rindan, que no bajen la cabeza, y que si los derrotan deben seguir adelante. Fuera del deporte siempre les cuestiona si están bien en el tema personal. Se da el tiempo en algunos casos para convivir en celebraciones de cumpleaños, como fue en la celebración de los 40 años de José Luis Sandoval.

También está pendiente de los peloteros que firmaron con una organización en Estados Unidos y los suele visitar. Un día los llama para destinar una tarde y convivir con el pelotero, con el fin de saber cómo están.

Cuando las cosas no salen bien en el diamante, no es un directivo que azote la puerta o deje de hablar, se enoja como cualquiera, pero es un estado de ánimo que no va más allá del estadio.

De acuerdo con Roberto Mansur, exdueño y expresidente de los Diablos, lo que le ha permitido a Alfredo Harp continuar como propietario es su pasión por el beisbol, y añade: “Nunca se ha aprovechado de su capacidad económica para desnivelar la Liga. La idea en la que siempre coincidimos es en desarrollar peloteros mexicanos”.

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Desde el 2009, Alfredo Harp opera la Academia de Beisbol, que ha atendido a más de 900 jóvenes. Para su operación se requieren 10 millones de pesos al año, y trabajan en tener un modelo que les permita registrar ganancias y no pérdidas, como hasta ahora sucede.

Es un proyecto que le hubiera gustado empezar desde que se involucró en el deporte. La academia la visita dos veces por mes. Siempre tiene la intención de saber el nombre de todos los chicos, porque a él todos los conocen.

“Tiene la intención de conocerlos todos, de verlos a todos y de saber sus nombres. Su filosofía y la de la organización es creer en el talento mexicano”, mencionó Jorge del Valle, director de la academia.

El empresario buscó tener las mejores instalaciones para los jugadores. Procura que sean personas íntegras, y entre las exigencias está que continúen estudiando. También les va inculcando ciertos valores y los chicos tienen como tarea, de vez en cuando, limpiar los campos, levantar la basura y ordenar ciertas áreas.

La justificación de esta petición es que cuando las cosas no se le estén dando al pelotero evite equivocarse, porque en su momento todo lo tuvo. A esos chicos los procura y los domingos le manda 100 pesos.

Jorge del Valle describe que Harp convirtió el beisbol en su filosofía de vida.

“Eso lo ha llevado a que ni él se dé cuenta de todo lo que ya está haciendo. Pasó de ser el propietario de un equipo al hecho de ser la persona que más impulsa el beisbol en el país”, agregó.

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“Cuando Alfredo (Harp Helú) entra a un estadio o ve un partido de beisbol, saca algo dentro de sí que lo hace sentirse muy pleno”, describió María Isabel Grañén Porrúa.

Su afición y gusto por el denominado rey de los deportes lo fue ratificando poco a poco. Pero es una pasión que ha contagiado a sus hijos y su esposa, que aprendió del deporte a través del empresario.

Su hijo, Santiago, cuando le daban un lápiz, la primera referencia que daba era la de un bat. Incluso fue una de sus primeras palabras, antes de decir “mamá”.

“Para él todo en la vida es beisbol, como su papá, y yo aprendí de ellos”, finalizó.

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