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El doble beneficio de la inversión en bonos catastróficos
En las últimas semanas nos hemos despertado frecuentemente con noticias de la devastación dejada por los huracanes, Harvey, Irma, José, Katia, y María, que han azotado las costas del Caribe y el golfo de México.
En las últimas semanas nos hemos despertado frecuentemente con noticias de la devastación dejada por los huracanes, Harvey, Irma, José, Katia, y María, que han azotado las costas del Caribe y el golfo de México. Pero los desastres naturales no se limitan a los huracanes. Terremotos como los recientemente ocurridos en México, inundaciones, incendios, tsunamis, etcétera, se producen a lo largo de todo el año, y a lo ancho de toda la geografía.
El impacto de estas catástrofes sobre la población y la economía no sólo depende de la envergadura en sí del propio desastre natural, sino de la mayor o menor exposición y vulnerabilidad que los elementos presentes en la zona (población y bienes materiales) tengan frente al mismo. Los gobiernos deben velar por que el impacto sea el menor posible, proporcionando el marco legal e institucional adecuado para permitir mitigar los riesgos —tanto de pérdidas humanas como económicas— y facilitar la rápida reconstrucción y recuperación económica de las zonas afectadas.
Los riesgos derivados de los desastres naturales tienen una frecuencia relativamente baja —aunque existe cierta preocupación ante la mayor incidencia que muchos de ellos parecen registrar y que podría ser fruto del cambio climático— pero un gran impacto económico. La industria de seguros es sin duda un actor fundamental en este contexto, ofreciendo protección a la población frente a las enormes pérdidas que se derivan de estos siniestros, cuando dicha población o los poderes públicos han suscrito las pólizas pertinentes. Pero existe además un instrumento financiero que permite que aseguradoras, gobiernos o instituciones supranacionales puedan transferir a su vez parte de estos riesgos a los mercados de capitales, y por tanto a los inversionistas, que buscan rentabilidad a cambio de la asunción de riesgos. Estos instrumentos son los llamados bonos catastróficos o cat bonds.
Los cat bonds pagan un interés generalmente bastante alto como contraprestación al riesgo asumido por el inversionista frente a la ocurrencia de un determinado desastre natural en una zona específica. En caso de producirse el siniestro, el inversionista perdería parte o la totalidad del dinero invertido en el bono, que iría a sufragar los costos del mismo. Si el desastre no se produce, el inversionista recupera su dinero junto con la rentabilidad recibida. Estos bonos son diseñados por reaseguradoras que utilizan modelos de probabilidad que estiman el riesgo (tasa de ocurrencia e impacto) de los sucesos relativos a los desastres naturales que cubre el bono, en función de variables climatológicas, de población, históricas, de ocurrencia, etcétera. La ventaja para el inversionista es que constituyen un elemento de diversificación del patrimonio, debido la baja correlación de los cat bonds con otros grupos de activos financieros, al no estar su rentabilidad relacionada con la evolución de la rentabilidad de los activos financieros clásicos, generando de esta forma un importante valor añadido para los inversionistas.
Al igual que existen fondos de inversión que invierten únicamente en empresas tecnológicas o en determinados sectores, existen fondos que invierten exclusivamente en cat bonds y que constituyen una alternativa para diversificar el riesgo. Uno de los índices que se puede emplear para seguir el mercado de cat bonds o invertir en el mismo es el “Mercury investible Catastrophe Risk Index (MiCRIX)” (http://www.artemis.bm/mercury_micrix/). Mercury Capital lanzó en el 2012 un fondo de inversión que replica dicho índice.
Un ejemplo reciente específico de bonos catástrofe es el referido a los cat bonds emitidos por el Banco Mundial el pasado 4 de agosto por valor de 360 millones de dólares para hacer frente a posibles catástrofes naturales en México (identificados como IBRD/FONDEN 2017). Dichos bonos se emitieron en tres estructuras o clases —terremotos, huracanes en el océano Atlántico y huracanes en el Pacífico—, pudiendo los inversionistas adquirir cualquiera de ellas. La cobertura de cada clase se activa cuando el terremoto o huracán cumple con los criterios paramétricos de severidad y ubicación especificados en los términos y condiciones de la emisión del bono. El terremoto registrado el pasado 7 de septiembre en México de una magnitud de 8.2 ha activado la cobertura de la Clase A, que tiene un valor de 150 millones de dólares para cubrir desastres ocasionados por terremotos. Dicha Clase A ofrecía un interés de 4.5% (416 puntos básicos por encima del tipo de interés del dólar en el mercado interbancario londinense). Curiosamente las otras dos Clases, B (cobertura de huracanes del Atlántico) y C (cobertura de huracanes del Pacifico) ofrecían intereses superiores a los de la Clase A, 9.3 y 5.9%, respectivamente, dado que la probabilidad de huracanes se estimaba superior a la del terremoto.
Un cat bonds novedoso emitido también recientemente —julio del 2017— por el Banco Mundial es el identificado como “IBRD CAR 111-112” que cubre riesgos de pandemias en el tercer mundo. Es la primera vez que un cat bond va destinado a este tipo de catástrofe humanitaria, en el que el objetivo es prevenir la catástrofe más que paliarla una vez que ocurre, y que está directamente relacionado con la salud y la vida. El cat bond se ha estructurado en dos Clases, la Clase A (111), con una emisión de 225 millones de dólares y un tipo de interés de 6.9% que va ligada a brotes de gripe pandémica o infecciones por Coronavirus y la Clase B (112) con 95 millones de dólares y un interés de 11.5% ligada a un amplio espectro de riesgos pandémicos (Coronavirus, fiebre hemorrágica de Crimea-Congo, Filovirus, fiebre de Lassa, y fiebre del Valle del Rift). Los pagos de intereses de estos bonos se financian con donaciones recibidas por el “Pandemic Emergency Financing Trust Fund” que es el que a su vez recibiría, en caso de activarse el mecanismo de cobertura de los cat bonds, los fondos de los inversionistas y los destinaría a paliar y frenar la pandemia.
El doble beneficio de la inversión en cat bonds es evidente, contribuyen a la reconstrucción de las zonas devastadas por los desastres naturales y frenan las catástrofes humanitarias, al mismo tiempo que diversifican las carteras de los inversionistas reduciendo su riesgo. En este sentido se pueden considerar por tanto como una inversión socialmente responsable.
(*) Laura Núñez Letamendia. Profesora de Finanzas de IE Business School, Madrid. Directora académica del ie Center for Insurance Research (https://cir.ie.edu)
Ana Cristina Silva. Profesora de Finanzas y directora del Financial Capability Center de Merrimack College, North Andover, MA. Investigadora afiliada al ie Center for Insurance Research.