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El complot para asesinar a George Washington
De no haber sido por un acto casual en una cárcel, Estados Unidos seguiría tomando té británico.
Fue el inicio de la guerra de independencia. Boston se había deshecho de su té, Thomas Jefferson estaba terminando de redactar la Declaración de Independencia, y George Washington había trasladado el ejército continental a Nueva York, donde se esperaba en cualquier momento una invasión británica.
Y si todos los planes del gobernador de Nueva York hubieran seguido en marcha, pronto estaría muerto Washington.
Este es el entorno que describe Brad Meltzer, quien junto a Josh Mensch, publicó su primer libro de no ficción, The First Conspiracy (La primera conspiración), en el que narra un complot poco conocido para asesinar al general George Washington.
“Nos encanta en Estados Unidos contar la historia de la independencia estadounidense, donde todos nos tomamos de la mano, soñamos con la democracia y nos enfrentamos a los británicos”, dijo Meltzer. “Es una gran historia. No es la historia real”.
En esa época no existían datos de encuestas, pero los historiadores estiman que, en el verano de 1776, aproximadamente uno de cada cinco colonos blancos era leal al rey. La mayoría de los leales estaban en las colonias de Nueva York y Nueva Jersey, e incluían al gobernador de Nueva York, William Tryon.
Tryon se había visto obligado a protagonizar un exilio muy extraño a bordo de un barco atracado en el puerto de Nueva York, donde esperó la invasión británica al tiempo que recibía a visitantes.
Uno de esos visitantes fue David Mathews, el alcalde de la ciudad de Nueva York. Juntos, trabajaron detrás de las líneas enemigas para ayudar a los británicos.
“El plan era que iban a volar ciertos puentes, iban a robar cañones y algunos dijeron que iban a matar a George Washington. Otros dicen que iban a secuestrarlo y colgarlo”, aseguró Meltzer.
Obviamente, los dos necesitarían de una gran ayuda para lograr tal objetivo. Fue de esta manera que Mathews se dedicaría a reclutar a conspiradores. Consiguió al menos a cuatro de ellos pertenecientes a la élite Life Guard de Washington, una especie de servicio protosecreto responsable de proteger al comandante en jefe.
Boca suelta
Siguiendo el plan, ¿qué parte falló? La boca suelta de uno de los conspiradores que ocupaba un cargo menor dentro de la cadena.
Thomas Hickey era un joven irlandés que había desertado del ejército británico para cambiarse al bando estadounidense. La realidad es que realizó trabajó de contrainteligencia.
Hickey fue arrestado por un tema de dinero falso, y mientras estaba en la cárcel, habló con otros prisioneros sobre el complot. Uno de ellos alertó a las autoridades.
Un consejo de guerra se reunió rápidamente. Hickey fue declarado culpable de motín, sedición y traición, y sentenciado a muerte. Fue ahorcado el 28 de junio de 1776, en lo que hoy es el vecindario Bowery de Manhattan, ante una audiencia de 20,000 personas.
Washington exigió a sus hombres que asistieran a la ejecución, y en una carta a John Hancock, que Meltzer destacó en su libro, escribió: “Tengo la esperanza de que este ejemplo se convierta en un ejemplo para disuadir a otras personas para que no intenten traicionar a la nación”.
Por razones desconocidas, ninguno de los otros conspiradores murió como Hickey.
Mathews fue arrestado en su casa, pero escapó antes de que pudiera ser ahorcado. Y una vez que las tropas británicas invadieron y ocuparon Nueva York, Tryon luchó junto a ellos antes de regresar a Inglaterra al final de la guerra.
¿Y si la trama hubiera tenido éxito? ¿Estaríamos todos bebiendo té británico en el trabajo en lugar de celebrar el Día de los Presidentes (President’s Day, que se celebra el tercer lunes de febrero en honor de George Washington, primer presidente de Estados Unidos)?
Meltzer cree que bajo ese escenario los estadounidenses aún podrían haber ganado la guerra, ya que Washington nunca fue el mejor táctico militar.
“Cuando terminó la guerra, Washington fue tan popular que tuvo la oportunidad de ser el primer rey de Estados Unidos”, afirmó Meltzer. Se convirtió en presidente y después de dos periodos al frente del gobierno, renunció.
“Washington se aleja del poder y decide tener fe en nosotros como país. No sé si podrías encontrar a alguien más con ese comportamiento. Ahí es donde siento que toda la historia ha cambiado”, agregó.