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4T, ¿democracia o autoritarismo?
Así se tituló una interesante mesa de debate que moderó el inteligentísimo Nicolás Alvarado en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara. La mesa tenía dos ponentes inclinados a pensar que vivimos una situación no sólo lejos de ser alarmante, sino con elementos de consolidación democrática. Otros dos se inclinaban a argumentar la escalada de riesgos y amenazas a la democracia mexicana.
El formato fue interesante y los participantes se ciñeron a él casi siempre, con brevísimas intervenciones para responder a las provocadoras preguntas de Alvarado sobre libertades, democracia, organismos autónomos y el rol del Presidente, con fugaces instantes para hacer réplicas a lo que ponían los demás sobre la mesa.
Los presentes fueron Jesús Silva Herzog, Ricardo Becerra, Hernán Gómez y Viridiana Ríos. Fue, de verdad, una buena mesa, pero las reacciones en redes o de parte de los espectadores no fueron precisamente benévolas. Me parece que hubo mucha gente enojada, principalmente entre el público, y que nadie quedó conforme con una charla en la que no se llegó a una conclusión. Parece que no hubo espectador contento con haber escuchado a Viridiana Ríos asegurando que la división de poderes, no estaba en entredicho, mientras que Ricardo Becerra advertía que el Estado de derecho, con sus normas y sus instituciones autónomas, se derretía al calor de los decretos del Presidente.
La virtud de la mesa fue precisamente esa, la de confrontar variables. La anterior, por ejemplo. Si la división de poderes se mantiene formalmente pero el ejecutivo comienza a gobernar por decreto (como Obama, por ejemplo), ¿ahí entonces qué? ¿Se necesitan otros elementos para advertir la democracia se ha roto o es suficiente con eso?
Esa es la virtud de un debate así. En un país en el que muy pocos leen un libro de alguien que piense diferente, me sorprendió gratamente que los panelistas accedieran a enfrentar posturas. No diría que opuestas. Distintas. Sin militancia. Ni Hernán Gómez ni Viridiana Ríos hicieron loas al presidente (lo cuestionaron, de hecho), ni Silva Herzog ni Becerra partían de loas al pasado (lo cuestionaron duramente, de hecho), pero mientras Ríos veía un Poder Judicial fuerte, Silva Herzog veía una concentración de poder preocupante. Mientras Hernán Gómez advertía libertad de expresión, Jesús señalaba el acoso.
Me extraña la reacción negativa ante la mesa. Yo levanté las cejas varias veces ante los argumentos de Hernán, que no comparto, y otras tantas ante los argumentos de Ricardo, que en el fondo comparto, pero detecto débiles. Por eso fue una buena charla: porque pude advertir que Ríos tenía puntos sólidos al hablar de una democracia relativamente saludable y que, si creemos que estamos en la antesala (o en la sala) de un régimen autoritario, entonces el registro de indicios debe ser más detallado, más acucioso, más contundente. Silva Herzog lo dijo bien: no hay batallones reprimiendo en las calles (ya lo estoy parafraseando), pero hay persecución política (lo estoy parafraseando otra vez). ¿En qué momento a eso se le puede considerar un muro a la libertad de expresión a pesar de que se escriba una y otra vez en contra del presidente sin que haya represalias físicas?
Me gustó la mesa por eso. Porque no hay conclusiones, porque pude escuchar puntos atendibles, porque pude detectar puntos flacos, porque me reí ante las exageraciones de un lado y del otro.
Para eso sirven estas mesas. Para poner a prueba las ideas propias, meterlas a pelear, encontrarles agujeros y, en su caso, fortalecerlas con más y mejores músculos. En una mesa de debate así no se decide el voto, no hay ganadores ni perdedores. En una mesa así se ejercita la capacidad de análisis. Es todo. Y es muchísimo.