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Algo de aire en medio de la catástrofe
He leído que 2020 se puede resumir en enero, febrero, cuarentena y diciembre, pero es falso y para muestra basta una semana: ésta. Enfilados a la crisis económica, dando vueltas adentro del huracán Covid y llorando las peores decisiones de gasto público en décadas, nos topamos con una hilera de sucesos distintos:
El INE tiene nuevos jugadores, el avión de la venganza está en suelo mexicano, el ex director de Pemex juega a las cartas con sus perseguidores y las jubilaciones amenazan con cambiar del desastre absoluto a algo medio malo. Todo en unos cuantos días.
Lo del avión es anecdótico y enfurecedor, tanto contra Peña como contra López Obrador, pero las demás son tres piezas importantes de una normalización institucional que parecía lejana. Eso hay que saludarlo.
¿A qué me refiero con normalización institucional? No al desarrollo óptimo de decisiones públicas, ojo. No confundamos. Se puede hacer mejor lo de Lozoya (infinitamente mejor), se puede tener un mejor INE y claramente se puede, y debe, aspirar a otro sistema de pensiones. Pero esto es lo que hay y no es menor: en los tres casos ha habido notables avances institucionales y de diálogo entre sectores.
Repasemos lo que pasó con el Instituto Nacional Electoral. Este tiene cuatro nuevos consejeros, pero lo importante es que los gritos y sombrerazos fueron decorosos y nadie se salió del tablero. La indignación y los reclamos estuvieron en el marco de lo normal (nadie espera que todo sean sonrisas) y los errores, abusos y reclamos fueron subsanados con las vías adecuadas previstas para ello. Los quejosos pudieron interponer recursos desde el principio, el sinodal inconforme tuvo toda la libertad de dar rebozazo en público y los ofendidos por él estuvieron en posibilidad de mostrar pruebas de integridad y erudición públicamente. ¿No les gusta alguno de los elegidos? Es normal, a mí tampoco; me hizo falta el perfil de un científico social como Javier Aparicio pero el proceso fue correcto y el propio Aparicio hizo gala de talante demócrata al escribir que si se aceptan las bases y los procedimientos, se deben aceptar los resultados. Con eso, el académico resume bien la normalización institucional de un proceso subóptimo pero democrático.
Pasemos al caso de Emilio Lozoya. Para empezar, la extradición fue un éxito de negociación y uso de herramientas jurídicas y de seducción. No es fácil un procedimiento así, y el hecho de que Lozoya y sus abogados (o su padre, da igual) hayan quitado obstáculos para que el ex director de Pemex esté aquí es de aplaudirse. Otra cosa es la anemia y muy otra el desenlace de esta historia que apenas empieza a contarse. No sabemos aún si el último capítulo trae la palabra justicia o usará el vocablo impunidad, pero la extradición ya fue y las posibilidades de encontrar la verdad, resarcir daños y evitar la impunidad están abiertas.
Finalizo con la reforma al sistema de pensiones. Primero hay que entender que el actual es una catástrofe de proporciones dantescas por tres razones principales: no se ahorra lo suficiente para las jubilaciones, los salarios son bajos y reina la informalidad laboral. ¿Qué parte se arregla? Ninguna, pero se mejora la primera. Los empleadores pondrán el triple de lo que aportan actualmente para que el trabajador tenga un mejor ahorro. Si eso tiene impacto en una mayor informalidad laboral, ya se verá, pero por lo pronto el fantasma de la estatización de las afores como método para regodearnos en el desastre, ha quedado eliminado y eso es un triunfo de la negociación y una señal de que las instituciones están procesando adecuadamente los demandas de los sectores involucrados.
Quizá ustedes no se den con eso y hacen bien, pero algo de optimismo de rango medio en el marco de una centena de indicadores ruinosos es alentador. Es un poco de aire.