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Opinión

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Après moi, le déluge (Después de mí, el diluvio)

“Después de mí, el diluvio”, es el famoso presagio que hizo en los últimos años de su vida Luis XV, Rey de Francia, cuando vislumbró el inminente estallido social que se cristalizó con la revolución.  

Su sucesor Luis XVI enfrentó crisis de régimen, hambrunas y una revolución que no solo lo asesinó a él, a su esposa, a su hijo y a una parte de la familia real, sino que le costó la vida a casi un millón de franceses. 

Hoy, parece que AMLO se apropia de la frase del monarca galo, que representa la máxima del egoísmo político: no importa lo que ocurra después de mi mandato.  

A solo dos meses de las elecciones presidenciales, el inicio del mandato de la primera presidenta de México se le está complicando enormemente. Las consecuencias económicas de las reformas pretendidas están siendo catastróficas. El peso es la moneda más devaluada de 2024, y esto parece ser solo el inicio de una fuga de capitales que se prevé masiva y que afectará a los más pobres debido a la crisis económica que provocará.  

¿Qué necesidad tiene AMLO de dañar su legado macroeconómico en el último mes de su mandato con reformas constitucionales que ponen en juego la certidumbre jurídica del país? ¿Por qué será? Los bien intencionados sugieren que es para que el poder judicial no le impida a su sucesora desarrollar sus proyectos emblemáticos, como se lo aplicaron a él; es decir, que el poder judicial, nunca más se vuelva a imponer sobre el poder ejecutivo, aunque sea de una manera inconstitucional. 

Su propuesta de reforma más controversial es la de elegir jueces, lo que conlleva la amenaza de que el poder judicial acabe en manos de los únicos grupos capaces de financiar sus campañas o de movilizar electores (narcos, sindicatos, Morena). El sistema actual es notoriamente corrupto y opaco, pero el remedio presenta riesgos que pueden ser peores. Todo pareciera que se desea romper el fundamento esencial de la democracia moderna: la división e independencia de poderes.  

¿Por qué se desea controlar a los jueces? Los más desconfiados consideran que es para continuar gobernando tras bambalinas y asegurar impunidad para sus aliados. “Piensa mal y acertarás”, reza el dicho popular. 

Varios grupos se han levantado en contra de la maniobra de AMLO: no solo los propios jueces, sino también los principales empleadores del país, estudiantes de derecho, notoriamente de la UNAM y dos socios estratégicos vitales: nada más y nada menos que Estados Unidos y Canadá. Lo hacen porque la reforma propuesta tendría como resultado acabar con el frágil estado de derecho actual, bajo cuya regla invirtieron en México. 

La inconformidad canadiense y estadounidense con los cambios que alteran el marco legal en el cual operan sus empresas en México podría darle el tiro de gracia al nearshoring y dar más argumentos para que quien gane la Casa Blanca presione a México de manera radical. Migración, aranceles, remesas, considerar a los narcos como terroristas. 

Como respuesta, AMLO se envuelve en la bandera e invoca la soberanía nacional. El casi expresidente omite el hecho de que las relaciones comerciales celebradas con los tratados de T-MEC —y NAFTA en su tiempo—, imponen implícitamente condiciones de funcionamiento y límites a la soberanía de sus integrantes, especialmente del más débil y el más interesado en que el tratado funcione. 

Las consecuencias de lo que parece ser la última voluntad del casi expresidente dañan profundamente al país. Por un lado, regresan al todopoderoso Estado al estilo del PRI dictatorial y, por otro, debilitan la economía, entorpecen relaciones internacionales esenciales y hacen muy complicado el mandato de la presidenta electa. Empezar un sexenio con una crisis de confianza, un enfrentamiento con socios estratégicos y una crisis económica reducirá los márgenes de maniobra de la señora presidenta y de su equipo, y perjudicará al país y a sus ciudadanos más vulnerables. 

En consecuencia, la pregunta que se hacen la mayoría de los observadores políticos es si la primera presidenta de México, con el bono democrático de su inigualado éxito electoral, sacará el paraguas para enfrentar al inminente diluvio; o si, más bien, conforme a la tradición mexicana, se independizará de la tutela de su predecesor y ejercerá el poder que legítimamente le corresponde.  

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