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Opinión

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Ceremonias y rituales: sobreviviendo un festival a la vez

Festival Ceremonia. Foto: Balbina T. Clasing

“But I’ll come running just to do it again”

Like a friend, Pulp.

Este Mixtape se ha construido a dos voces para romper un poco con la monotonía, como han visto en el crédito de autor. Hemos sido mejores amigos por casi 15 años y sin duda la música ha sido una de las cosas que nos acercó y nos ha mantenido juntos a pesar de la distancia y el trajín diario de la vida adulta.

Este sábado compartimos un festival más en una lista de la que ya perdimos la cuenta. Los festivales, para las personas que amamos la música, son como tu día de cumpleaños: una fiesta anticipada por meses, desde que se anuncia el cartel y compras tus boletos. La espera para la fecha especial se pasa lento siempre que piensas que faltan más de 100 o 200 días para que suceda o cuando escuchas una canción de tu artista favorito y te emociona saber que ya lo vas a ver, hasta que una mañana te despiertas y llegó el día.

¿Por qué les gusta ir a festivales? Una pregunta que nos han hecho cientos de veces y todavía más conforme avanzamos hacia arriba en nuestros treintas —y es una pregunta que tiene sentido si lo piensas desde un lugar absolutamente racional: ir a caminar 10 horas bajo el sol entre multitudes, hacer filas infames por un trago o por un baño apestoso, respirar polvo hasta secarte la garganta y luchar por encontrar la manera de regresar a casa sanos, salvos y exhaustos… Nada de eso suena al picnic de tus sueños.

Suponemos que hay un elemento de romanticismo importante que hace funcionar la ecuación. Quizá la emoción por ver a tus bandas favoritas rodeado de tus amigos es la gasolina para hacer de algo que podría parecer un deporte de alto riesgo el mejor día del año. Y eso hace que todos los obstáculos parezcan sólo pequeños detalles a resolver.

Asistir a un festival es un acto ceremonioso, un ritual que empieza desde antes de llegar y te reúnes con el equipo antes de lanzarse a la aventura. Un factor importante a considerar es que la experiencia será más divertida mientras más empeño ponga el equipo. A esa mezcla siempre hay que sumarle buena comida, buena bebida, buena actitud y algo de planeación, aunque, como en todo, uno tiene que estar listo para los imprevistos.

¿Metro o coche? Hemos tomado ambas opciones. El metro te resuelve llegar más o menos fácil y rápido al lugar, aunque puede ser que de noche llegues rayando antes de que termine el servicio o de plano tengas que ingeniártelas de otro modo para volver a casa. Ir en transporte privado puede parecer mucho mejor idea, pero no estás exento de que la camioneta en la que vas te deje tirado a medio camino a ti y a otras ocho personas. Lo cierto es que nada nunca te detiene.

Parte de la magia del festival está en simplemente ver a la gente pasar. Disfraces, máscaras y otras prendas (no tenemos idea de cómo se llaman) que por momentos te hacen sentir en el desfile de modas de un circo en la Glorieta de Insurgentes o en un lugar que no existe fuera de ese espacio en el tiempo.

El día transcurre entre conciertos, sol (a veces lluvia) risas y encuentros con los amigos que no veías en mucho tiempo. La música sigue y te acompaña de un escenario a otro. Para cuando llega el atardecer la euforia está a tope y te da energía para seguir brincando hasta que de alguna manera llegas a la salida, sorteas la multitud y te quitas las botas llegando a tu casa, medio dormido, medio despierto, medio borracho.

A la mañana siguiente empiezas a reconstruir poco a poco lo que ocurrió, piensas que quizá mantenerte bien hidratado y comer bien hubiera sido buena idea para no colapsar a medio show del artista que esperabas, o que tener como punto de encuentro un bote de basura no es una buena referencia para no perderte de tu grupo. Entre todos esos pensamientos llegan a tu cabeza flashazos de momentos en los que sentiste el corazón latir a mil y que ahora ya viven ahí en ese recuerdo para siempre.

La música y las historias se quedan y las ampollas que te salieron por caminar se van. Al cabo de unos días se te olvida el cansancio y sonríes cuando piensas en las canciones que cantaste a todo pulmón. La angustia de la camioneta que te dejó tirado a medio camino se vuelve una historia de la que te vas a reír la siguiente vez que veas a tus amigos y revivan eso que ahora los hace más amigos.

Después de muchas misiones exitosas y otras fallidas, pensamos que hay que estar un poco loco para repetir la experiencia una y otra vez. Pero nos encanta esa sensación, como a los pilotos de F1 les encanta la velocidad.

Nota final: Se agradece enormemente cuando, además de todo lo anterior, el festival está bien planeado y los organizadores piensan en consentir al asistente. Esta vez, una de nuestras amigas iba en silla de ruedas y la excelente planeación hizo, literal, una caminata en el parque. Sobrevivimos a otro festival y ya queremos que venga el siguiente. ¡Felicidades, Ceremonia!

@balbitat

@tonebecerril

antonio.becerril@eleconomista.mx

 

 

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