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Opinión

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Daniel Ortega juega al negociador con México y Argentina

La improvisación es la constante.

Daniel Ortega fabrica expectativas a México y Argentina para armar una fantástica mesa de diálogo en su intento de simular puertas de emergencia en el laberinto nicaragüense.

Pero la confianza y el valor de la palabra no es el fuerte de ningún dictador.

En la resolución aprobada por amplia mayoría desde el mecanismo de la OEA, el régimen de Daniel Ortega recibió una condena por su actuar político y, en particular, por la aprehensión de líderes opositores. México y Argentina se abstienen. Equidistantes ante la violación de derechos humanos debido a una “respetuosa” costumbre de la diplomacia que consiste en la “no intervención”.

Una semana después, México y Argentina dan un giro al llamar a consultas a sus respectivos embajadores asentados en Managua.

No se requiere un doctorado en diplomacia para concluir que Ortega se burló de los presidentes López Obrador y Alberto Fernández; les tomó el pelo o, en versión política-no ficción a la mexicana, los chamaqueó.

El presidente López Obrador tiene la fortuna de gobernar un país que ignora por desinterés la política exterior. Con la excepción de Estados Unidos, la política exterior no aparece en agendas políticas ni mediáticas.

Con una simple llamada telefónica al embajador Miguel Díaz Reynoso, el gobierno de México se hubiera evitado pasar de la abstención al llamado a consultas en menos de una semana. La anomalía, en parte, nace de la improvisación.

Miguel Díaz Reynoso fue embajador en Managua y actualmente lo es en La Habana. Su altura diplomática observa y estudia los movimientos políticos de la región desde hace décadas. Nadie mejor que él para conocer los reflejos políticos de Ortega y de su esposa Rosario Murillo. Díaz Reynoso sabría que Ortega no va a negociar antes de las elecciones presidenciales de noviembre.

El costo político de la represión en las calles de Nicaragua en 2018 ya lo pagó Ortega: el aislacionismo internacional. A Ortega poco le importa lo que diga o deje de decir la OEA o Michelle Bachelet desde Ginebra. Lo único que desea es reelegirse en noviembre y comenzar a negociar la liberación de los opositores hacia diciembre o enero del próximo año. 

En este tipo de escenarios brota el costo de aprendizaje que implica enviar como embajadores a funcionarios que desconocen el tema. El presidente López Obrador envió al que fuera Director General de Jurídico y de Gobierno de la Delegación Xochimilco. Gustavo Alonso Cabrera Rodríguez pudo haber sido un gran funcionario durante su etapa en la delegación, pero de que el régimen de Ortega lo está pasando por alto a través de falsas expectativas, es un hecho.

Ayer, nuevamente México y Argentina se desmarcaron de criticar al régimen de Ortega desde el mecanismo de Derechos Humanos de Naciones Unidas encabezado por Michelle Bachelet. Al hacerlo, apuestan por un momento de gloria de Ortega. Intentan caminar por otras vías.

Sergio Ramírez recuerda palabras de Octavio Paz sobre el realismo mágico en una reciente entrevista con Clarín. El poeta mexicano la definía como “la distancia entre la realidad que debió haber muerto hace tiempo, con la que sigue viva”. Ramírez define al régimen de Ortega como “una dictadura del estilo más clásico, más tradicional del Caribe” (Clarín, 19 de junio).

La talla de un líder también se trabaja desde el exterior. Amanda Mars recordaba el pasado domingo a Zbigniew Brzezinski, consejero de Seguridad Nacional de Jimmy Carter. Decía que pocas veces lograban embriagar a un presidente de Estados Unidos como la política exterior. 

Es evidente que al mexicano AMLO no le interesa, pero eso no impide que el mundo evalúe su Gobierno con acciones lamentables como la de Nicaragua.

@faustopretelin

Fue profesor investigador en el departamento de Estudios Internacionales del ITAM, publicó el libro Referéndum Twitter y fue editor y colaborador en diversos periódicos como 24 Horas, El Universal, Milenio. Ha publicado en revistas como Foreign Affairs, Le Monde Diplomatique, Life&Style, Chilango y Revuelta. Actualmente es editor y columnista en El Economista.

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