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El futuro del PRI
De cara a las elecciones de 2022 y 2023, el PRI enfrenta un panorama poco alentador. A juzgar por los resultados de 2021, se enfila a perder Oaxaca e Hidalgo en 2022.
Tras perder la presidencia de la República en el 2000, el PRI pudo adaptarse al nuevo entorno político. Resistió el avance del PAN en los estados y en la siguiente elección recuperó su posición como primera fuerza política en la Cámara de Diputados.
En las elecciones presidenciales de 2006 recibió un nuevo revés. Cayó a tercer lugar, en unos comicios marcados por la polarización en torno al Partido Acción Nacional y una coalición encabezada por el PRD. Desde ese punto tan bajo supo labrar su camino de regreso a Los Pinos.
El PRI aprovechó la radicalización del Partido de la Revolución Democrática tras la cerrada derrota en las elecciones de 2006. La izquierda, que había tenido un gran avance, dilapidó su capital político con el bloqueo del Paseo de la Reforma, la intentona de impedir a la fuerza la toma de protesta de Felipe Calderón y la autoprocalamación de López Obrador como “presidente legítimo”.
A partir de entonces, el PRI subió como la espuma. Aprendió a vivir sin la presidencia de la República. Se refugió en los gobiernos estatales que controlaba. Sacó provecho a los errores de la izquierda y al fracaso de las políticas del gobierno de Felipe Calderón para enfrentar la violencia criminal y acelerar el ritmo de crecimiento de la economía.
Al mismo tiempo, el Partido Revolucionario Institucional empezó a construir una candidatura presidencial desde el gobierno del Estado de México. Ricardo Montiel lo había intentado seis años antes, pero Roberto Madrazo le cerró el paso desde la dirigencia nacional del partido. En 2012, sin embargo, Enrique Peña Nieto consiguió la candidatura presidencial del PRI prácticamente sin ninguna resistencia.
La derrota que sufrió el PRI en 2018 ha sido la peor en su historia. Al igual que 2006, cayó a tercer lugar, pero con las bancadas parlamentarias más pequeñas que jamás haya tenido. El PRI perdió la capacidad para vetar por sí mismo cambios a la Constitución, posición que había mantenido hasta el 2018 sin interrupción.
Pero la mayor amenaza la enfrenta en la disputa por el poder político local. A diferencia del PAN, Morena ha tenido la capacidad de arrebatarle al PRI el control sobre los gobiernos estatales. En las pasadas elecciones del 6 de junio, el tricolor perdió ocho de las 12 gubernaturas que aún conservaba.
De cara a las elecciones de 2022 y 2023, el PRI enfrenta un panorama poco alentador. A juzgar por los resultados de 2021, se enfila a perder Oaxaca e Hidalgo en 2022. La única forma en que puede meterse en la pelea es en coalición PAN y PRD. El resultado dependerá de la selección de candidatos, pero el PRI parte de una posición de desventaja.
En 2023, el PRI defenderá Coahuila y Estado de México. En el estado fronterizo, mantiene su posición como primera fuerza política. Ganó cinco de siete distritos, sin necesidad de coaligarse con otros partidos. Pero en el Estado de México –la joya de la corona–, el PRI quedó como segunda fuerza electoral, a pesar de su notable recuperación.
El nuevo reto que enfrenta el PRI es aprender a sobrevivir sin el soporte que otorga el control de un grupo significativo de gubernaturas. En un escenario base, el PRI llegaría al 2024 con un solo gobierno estatal emanado de sus filas. Para retener Hidalgo y Estado de México, tendría que superar las expectativas. Pero si la fuga de cuadros y las divisiones internas se exacerban, podría incluso perder Coahuila.
En suma, el futuro inmediato del PRI depende de su alianza con el PAN y PRD; a largo plazo, tiene un camino tortuoso, que pasa por recuperar plaza por plaza su presencia en la política local.
*Profesor del CIDE.
Twitter: @BenitoNacif