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El paso a paso para empezar a invertir (III)
(Tercera parte)
Hemos aprendido que en realidad, sólo hay tres grandes clases de activos en los que podemos invertir nuestro dinero. Cada uno conlleva diferentes riesgos y se comporta de manera diferente dependiendo del momento económico que estamos viviendo. Si el panorama pinta bien para las empresas, el valor de ellas tenderá a apreciarse; en épocas de alta incertidumbre otros activos tendrán un comportamiento más favorable.
También hemos entendido que las expectativas económicas pueden cambiar en un instante y de manera inesperada. Hay demasiadas cosas en el mundo que son completamente impredecibles y que ni los analistas más prestigiosos, aquellos que pasan la vida revisando datos económicos, podrían presagiar. Por ejemplo: una pandemia como la de Covid-19, una guerra o simplemente una nueva regulación o decisión gubernamental.
Por ello, un inversionista con horizonte de inversión de largo plazo no debe guiar su toma de decisiones con base en expectativas que podrían tener relevancia –o no– en el corto plazo. Por el contrario, debe enfocarse en mantener su riesgo bajo control. Es decir, armar un portafolio tal que independientemente de lo que pase en el mundo, el valor de su portafolio no tendrá variaciones que excedan su tolerancia al riesgo. Recordemos que en la segunda parte de esta serie (columna anterior) hablamos extensivamente sobre esto y concluimos: primero el riesgo, luego el rendimiento.
Hablemos ahora sobre las tres grandes clases de activos y el rol que cada uno de ellos puede tener en un portafolio de inversión. Empecemos por los instrumentos de deuda: prestar nuestro dinero a alguien más, quien promete pagarnos intereses periódicos y devolver nuestro capital en un periodo determinado. Estos instrumentos son por lo general emitidos por gobiernos o por empresas (incluyendo bancos) a muy diferentes plazos: desde 28 días hasta 30 años o más (incluso existen algunos en perpetuidad).
Los bancos y empresas que eligen financiarse de esta manera desde luego buscan pagar la tasa de interés más baja posible. Esta tasa depende de muchas cosas, como la oferta y la demanda que exista para estos títulos, el riesgo crediticio del emisor (por ejemplo, el gobierno de un país pobre como Nicaragua tendría que pagar una tasa más alta que el de un país rico y poderoso como Suiza). Pero también depende de las tasas de referencia fijadas por los bancos centrales de los países. Por eso a veces escuchamos que en un entorno de bajo crecimiento económico y estabilidad de precios, el Banco de México baja su tasa de referencia. Cuando el costo del dinero es más barato, las empresas tienden a pedir prestado para aumentar su capacidad productiva –eso incentiva el crecimiento económico. Por el contrario, en entornos de alta inflación y/o crecimiento económico acelerado, los bancos centrales tienden a incrementar sus tasas de interés para promover estabilidad de precios y desincentivar el uso del crédito como motor del crecimiento.
Ahora bien, muchas veces vemos que los instrumentos de deuda, en México y en otros países, pagan rendimientos inferiores a la inflación. En algunos países, incluso, la tasa que pagan es negativa (lo cual a primera vista no tiene sentido, pero aún así hay demanda suficiente). Un ejemplo son los Cetes a 28 días, que hoy pagan una tasa de 6.50% antes de impuestos (el rendimiento que recibe el inversionista es aún menor) comparado con una inflación del 7.45 por ciento.
Desde luego, los instrumentos a mayor plazo (por ejemplo 30 años) tienden a pagar más. El bono a 30 años en México hoy está pagando una tasa fija de 8.59% que puede ser muy atractiva a largo plazo, suponiendo que la inflación regrese a niveles de 3 o 4% anual en un futuro.
Ahora bien, los bonos como cualquier instrumento financiero se pueden comprar en cualquier momento y su valor depende, principalmente, de la tasa de interés que paguen versus la que puede encontrarse en el mercado en ese momento. Por ejemplo, si hoy compramos un bono de 30 años con una tasa fija de 8.59% y de repente las tasas de interés en el mercado, para instrumentos con duración similar, bajan a 6.50% (como estaban hace algunos meses), nuestro bono se va a volver más valioso, porque paga más. Desde luego, puede suceder lo contrario. Por eso los instrumentos de deuda de largo plazo pueden tener también una volatilidad amplia en su precio, a pesar de que pagan una tasa fija. Este es otro riesgo, conocido como riesgo de mercado o de tasa de interés. Más en la siguiente entrega.