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El rol de todos en la salud universal
Este sábado 7 de abril se conmemorará el Día Mundial de la Salud con el lema anual “Todo mundo tiene un papel que desempeñar”.
En el marco del Día Mundial de la Salud, promovido por la Organización Mundial de la Salud (OMS), cada año se dedica un lema a un tema de salud pública que atañe a los diferentes países miembros de la organización. El lema de este año: “Todo mundo tiene un papel que desempeñar” busca involucrar a autoridades públicas en materia de salud, en la importancia de las iniciativas públicas y en la manutención de un diálogo estructurado para poder alcanzar la cobertura sanitaria universal.
Concretamente en este sentido, la OMS propone un papel que desempeñar a los gobiernos, a los partidos políticos, a las asociaciones civiles, a los medios de comunicación y a los individuos. En este sentido, suenan muy interesantes en el papel las ideas y propuestas sobre el rol que a cada instancia le toca en la búsqueda de mejores condiciones de salud pública para la población.
Sin embargo, el lema de la participación de todo el mundo nos hace reflexionar no sólo sobre el rol que cada quien tendría que desempeñar y que en la realidad no funciona de esa manera, sino también en cómo los mensajes de salud pública se conciben de una manera en la que la responsabilidad total sobre la salud se deposita única y exclusivamente en el individuo. Ejemplos de estos mensajes sobre la responsabilidad individual en asuntos de salud pública se cuentan por miles, pero en la prevención y tratamiento de enfermedades crónico-degenerativas, como hipertensión, diabetes o en el sobrepeso, la manera en la que se dirigen los mensajes a la población hace pensar que si uno está enfermo, es por decisión y responsabilidad propia, cuando la misma OMS está reconociendo que en efecto a nivel institucional, también existe una gran responsabilidad.
Los mensajes generados hacia la responsabilidad pululan por doquier, pero hacen creer que la cuestión de estos problemas radica en la voluntad propia, como si las personas viviéramos en sistemas políticos, de seguridad, de desarrollo poblacional o de salud dignos de países como Finlandia o Noruega. Luego entonces, el individuo enfermo u obeso “está así porque así quiere estar”, “es negligente”, “es ignorante”, en pocas palabras: el enfermo hoy en día pareciera pertenecer a una escala social inferior a los que supuestamente sí se responsabilizan de su salud, sí saben lo que les conviene y sí tienen un estilo de vida saludable. Estos últimos son quienes sí tienen acceso a cubrir sus necesidades básicas, quienes sí pueden acceder a los costos que implica procurarse cierto tipo de alimentos, cierto tipo de actividad física o, en otras palabras, cierto estilo de vida que pondera a la salud individualizada como un valor exclusivo de unos cuantos.
En este sentido, la reflexión tiene que ir más allá de cómo cada quién está desempeñando su papel, sino también en el reconocimiento de que la salud no está a expensas de una responsabilidad individual que exime al Estado, a las instituciones, a los medios y otras organizaciones civiles, de cualquier responsabilidad en problemas de salud pública. Reconocer este rol, pero al mismo tiempo generar mensajes donde se culpabilice al individuo y se laven las manos a la Poncio Pilatos, resulta una contradicción ineficaz en la búsqueda de que finalmente todos puedan tener acceso a sistemas de salud que de verdad mejoren su calidad de vida.