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Opinión

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El temor de los maestros

“Si tenemos acceso a esta vacuna, hay que usarla. Eso no significa que sea la opción preferida en el futuro”. Así responde Esper Kalles, investigador de la Universidad de Sao Paulo, a un reportaje de la revista Nature en mayo pasado sobre la eficiencia de las vacunas chinas.  

Su actitud es la misma que tienen las autoridades en México sobre la vacuna Cansino y en realidad es la actitud de las autoridades de todo el mundo, sobre las 12 vacunas aprobadas. 

Lo que tenemos que comprender, concluyo después de una breve charla con el infectólogo Antonio Luévano, de la Universidad de Guadalajara, es primero que no hay ni vacuna perfecta ni vacuna mala y, segundo (¿por qué lo olvidamos?) que estamos en una emergencia. 

Si se registra eso con seriedad y se comunica con claridad, habrá menos muertos en el futuro. Ninguna de los laboratorios que fabrican vacunas tienen hoy todos los pelos de la burra en la mano, pero ojo, tienen bastantes. 

Lo que se sabe hasta ahora es suficiente para impulsar las vacunas de emergencia en todo el mundo porque es lo que hay y porque es científicamente extraordinario: muy superior a nada. 

Los maestros en este país fueron vacunados con Cansino. Ese biológico fue fácil de conseguir, es fácil de almacenar y requiere una sola dosis. El gobierno mexicano tomó la decisión de usarlo con los educadores, en un limitado y deficiente esfuerzo por  detener lo más pronto posible la tragedia educativa nacional.  

Y es lo que hay. Me repito. Es lo que hay y es absolutamente superior a nada. Los profesores tienen dudas y temores, con mucha razón. La eficiencia de Cansino es inferior a la de otras vacunas, pero según me explica el doctor Lúeváno, está por encima de la eficiencia reportada por la vacuna contra la influenza el año pasado. No ponérsela no es una opción. No debe ser. 

La vacuna Cansino tiene un buen acarreador (adenovirus 5, se llama) y evita la infección grave en un 90 por ciento de los casos. Eso es información comprobable y comprobada. 

En Estados Unidos, la vacuna Johnson mostró efectos secundarios. Las autoridades de salud detuvieron su distribución un par de semanas, pero la reactivaron al comprobar que el porcentaje de afectaciones era muy pequeño (hay más posibilidades de tener trombosis en un avión) y el beneficio muy grande. 

Esto viene a colación porque en todos los países se han aceptado las vacunas con carácter de urgencia, evaluando las ventajas y los perjuicios de su aplicación. En ningún caso se ha encontrado una vacuna irreprochable, pero en todos los casos, las ventajas superan -de lejos- los porcentajes de inefectividad  y los efectos secundarios. 

Los maestros en México tienen temor y tienen razón. La Cansino quizá no sea la opción preferida en el futuro, pero ninguna lo es y su aplicación está aceptada por estamos viviendo una emergencia. Esto último es lo más importante. Todos los focos siguen prendidos. Cien millones de personas se han contagiado, más de dos millones han muerto, menos de 800 millones están vacunadas y las vacunas no son perfectas. 

El temor de los maestros es fundado, y debe ser el temor de todos, independientemente de la marca de vacuna que nos apliquen. Sin embargo, la respuesta a ese temor no es dejar de vacunarse. Es vacunarse y seguir con protocolos estrictos de cuidado. La sirena de emergencia sigue sonando.

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