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Opinión

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En el peor momento de Pemex, una ventana de oportunidad

A pesar de toda la fanfarria de lanzamiento que las ha acompañado, ni las desesperadas inyecciones de nitrógeno en Cantarell, ni los contratos de servicios múltiples, ni la creación del IFAI (hoy INAI), ni la reforma de 2008, ni las exorbitantes inversiones de Chicontepec, ni la creación de la, ni la introducción de las contratos incentivados, ni la reconfiguración del organigrama de Pemex, ni el inicio de la exploración en aguas ultra-profundas, ni las reconfiguraciones de algunas refinerías, ni la reforma de 2013, ni su reconfiguración como “empresa productiva del Estado”, ni la posibilidad de los primeros joint-ventures petroleros, ni la hiperactividad en el desarrollo de nuevos estudios de sísmica en el golfo de México, ni la rearticulación de la apuesta petrolera en 21 campos terrestres prioritarios, ni la introducción de los CSIEEs, ni el desarrollo de Dos Bocas, ni el muy presumido rescate del Sistema Nacional de Refinación, ni el más de billón de pesos en apoyos fiscales del último sexenio han logrado darle la vuelta a la decadencia de Pemex. Ni siquiera juntas. Siendo sinceros, estamos muy lejos de sus días de gloria.  

Esto no significa que todos los esfuerzos en torno a Pemex de este siglo hayan sido un auténtico desperdicio. Algunas de estas iniciativas han servido y creado algo de valor.

Pero en el plano macro, hay que reconocer que los planes de todos los presidentes para Pemex han fracasado. Fox no logró entregar un Pemex de 3.4 millones de barriles diarios (de crudo), como en el pico que le tocó administrar. Calderón ni de chiste logró detener la declinación petrolera. Peña Nieto por supuesto que se quedó ridículamente corto de los 2.5 millones de barriles de crudo que prometió para Pemex (de los 3 que prometía del sector entero). López Obrador igual. Por más que haya cambiado su discurso, como presidente electo prometió 2.5 millones de barriles diarios para estas alturas y sigue atascado en torno a los 1.8. Tampoco estamos cerca de dejar de importar gasolinas.

La presidenta electa Claudia Sheinbaum va a recibir el peor Pemex de la historia moderna de México: sin grado de inversión y produciendo menos de 2 millones de barriles diarios. El perfil de vencimientos de sus pasivos (considerando no sólo los bonos, sino las líneas bancarias revolventes y los pasivos con proveedores) es escandaloso. El porcentaje de pasivos de corto plazo es francamente insostenible.

Pero, si sigue así, la presidenta electa también va a llegar a la presidencia sin promesas grandilocuentes sobre Pemex. Va a ser la primera vez que alguien llega a la silla sin este lastre.

Su presentación al CCE de la semana pasada con trabajos sí promete que no va a haber gasolinazos. Su discurso de cajón menciona la soberanía energética; de vez en cuando, menciona algo de continuar el rescate de Pemex. También ha hablado de impulsar a Pemex hacia nuevas tecnologías y energías limpias, pero hasta ahora sin desbocarse prometiendo un Pemex solar, o algo equivalente. Hasta ahí.

Unas semanas antes de ganar la presidencia, Sheinbaum insistió que ya estaban en marcha planes para dejar los problemas de corto plazo de Pemex atendidos justo antes de que arrancara su sexenio. Eso fue justo cuando se empezó a especular que Hacienda estaba contemplando aventarle un nuevo salvavidas de hasta 40 mil millones de dólares, exigiéndole a cambio cumplir con condiciones más estrictas de operación hacia adelante.

Claro que la ausencia de promesas sobredimensionadas de Pemex –que en principio permitiría trabajar en un paquete de mejoras no mesiánicas pero sustantivas, en una transformación sistémica que evite poner todos los huevos en muy pocas canastas– no es en sí ninguna solución. En realidad, no es más que una ventana de oportunidad. Pero es algo que todos los presidentes previos se cerraron antes de portar la banda presidencial.

@pzarater

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