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¿Está listo México para envejecer?
Hay muchos mitos acerca del envejecimiento, decía Maggie Khun: que es una enfermedad, un desastre; que los viejos somos inútiles; que no tenemos sexo; que no tenemos poder y que somos todos iguales. ¿Quién es Maggi Kuhn? Una activista por los derechos de las personas de la tercera edad en Estados Unidos, fundadora de un movimiento llamado Gray Panthers.
¿Por qué empezar esta columna con una cita de la abuelita Maggie? Porque México está envejeciendo y, quizá, no le hemos dedicado el tiempo para pensar y hacer todo lo que eso implica. En México hay 15 millones de personas mayores de 60 años, nos dice el Censo de Población y Vivienda. Son el 12% de la población. Al comenzar este siglo eran un poco más de 7 millones, apenas el 7 por ciento.
Seremos más de 30 millones, cuando se haga el próximo censo en 2030. Los adultos mayores son el grupo de edad que más rápido crece, en buena medida por la convergencia de tres tendencias: la reducción de las tasas de fertilidad; los avances en medicina y salud y la migración de personas más jóvenes.
La vejez, el envejecimiento no ocurre de un día para otro. De hecho, la alta tasa de crecimiento que ahora presenta el número de las personas de la tercera edad en México tiene que ver con las altas tasas de natalidad que nuestro país tuvo en las décadas de los 40’s y 50’s. Tampoco ocurre en todos los países del mismo modo, aunque hay tendencias globales que llaman la atención y tienen grandes implicaciones: las mujeres viven más que los hombres y predominan en el grupo de los mas viejos, quienes superan los 80 años de edad.
El envejecimiento de la población está llamado a ser una de las transformaciones sociales más importantes del siglo XXI, subraya la Organización de las Naciones Unidas en un amplio informe sobre el tema que publicó en 2015. Tendrá implicaciones en casi todos los sectores y actividades de la sociedad: mercados laborales y financieros; demanda de bienes y servicios, como vivienda, transporte y protección social. Estará relacionada también con cambios muy profundos en las estructuras familiares y en la forma en que las diferentes generaciones construyen sus vínculos: solidaridad, apoyo, aprendizaje mutuo y tolerancia ante las diferencias.
¿Estamos listos? A Suecia le llevó 85 años pasar de una pirámide demográfica donde predominaba la población joven a una donde los viejos son protagonistas. En Gran Bretaña y España, este proceso se llevó 45 años. Para los países de América Latina, el proceso se llevará entre 20 y 25 años y está ocurriendo ahora mismo. Ese es el caso de Brasil, Colombia y México. Esto implica que en nuestro continente tendremos menos tiempo para prepararnos y hacer las adaptaciones que requerimos, desde los sistemas de pensiones, hasta la infraestructura urbana y la adopción de las tecnologías más amigables con los viejos. ¿Por qué urbana? El envejecimiento en el siglo XXI está llamado a ser un proceso predominantemente urbano.
Uno de los mayores retos está en el ecosistema laboral. Si el covid no dice otra cosa, en el futuro será “normal” que personas alcancen los 90 años de edad y que estén en posibilidades de estar activos laboralmente más allá de los 70 años. Los sistemas de pensiones no aguantarán si la gente se retira a los 60 y vive hasta los 90.
La sociedad tampoco puede darse el lujo de desperdiciar el talento, la experiencia y los conocimientos de quienes pasan el umbral de los 70 años. ¿Qué planes tenemos para resolver esto como sociedad? Quizá muy pronto estemos hablando de discriminación contra los viejos, en términos muy similares a los que hablamos de discriminación contra las mujeres. Recuerden a Maggie Kuhn y a las Panteras Grises.
lmgonzalez@eleconomista.com.mx