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Opinión

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Filantropía 5.0

Apenas dos semanas atrás, el señor Yvone Chouinard redefinió el paradigma de la filantropía. El ahora mundialmente famoso dueño de Patagonia trastocó la filosofía de quienes promueven que una empresa puede “hacer el bien, haciendo bien las cosas”.

Hace casi quince años, a partir de la crisis financiera del 2008, comenzó a ponerse de moda un espíritu más responsable y moral desde el sector privado. Robert Reich publicó en 2015 su libro sobre cómo salvar al capitalismo y que éste fuera benéfico para muchos, no solo para pocos. Ronald Cohen en 2020 publicó otro sobre inversión de impacto.

En agosto del 2019, preCovid, la Business Round Table de Estados Unidos hizo pública una carta con sus nuevos principios y valores desde el corazón del capitalismo para que sus empresas fuesen motores de cambio, equidad y sustentabilidad.

En su último libro James O’Toole hace un recuento de casos ejemplares de capitalistas que conducen sus empresas con congruencia y responsabilidad social. Asimismo, desde el 2016 el World Economic Forum le ha dedicado paneles a la discusión sobre stakeholder capitalism, y en el 2021 Klaus Schwab, su presidente, publicó un libro titulado Stakeholder capitalism. A global economy that works for progress, people and planet.

Éstos son tan solo algunos ejemplos de los ríos de tinta que han corrido sobre la esperanza que, desde el sector privado, las empresas sean la solución a los problemas que amenazan las sociedades contemporáneas.

Paralelamente han nacido importantes iniciativas como B Corps, los ESGs o el índice de sustentabilidad en Wall Street para empresas que cotizan en la bolsa, que son códigos de conducta para hacer mejor las cosas.

Todo lo anterior no es sino el reconocimiento desde el sector privado de que es posible tener una actividad empresarial exitosa con prioridades como el beneficio de los colaboradores y sus familias, la protección de las comunidades en las que operan y el cuidado del medioambiente.

Sin embargo, y a pesar de estas tendencias, el señor Chouinard y su familia nunca quisieron hacer de Patagonia una empresa pública, que cotizara en el mercado, porque estaban convencidos de que Wall Street le hubiese castigado su filosofía a favor de las personas, la sociedad y la sustentabilidad. El matrimonio Chouinard, que fundó la empresa a mediados de los años setenta, prefirió conservarla como una empresa privada, antes sacrificar sus valores y principios. Afirman, además, que esos valores son lo que les permitió construir una marca premium (en calidad y precio), que transformó la categoría del outdoors en el mundo entero.

Pues ahora una asociación civil dedicada al rescate del medioambiente es la dueña de la totalidad de la compañía. Los Chouinard siguen innovando, pero en esta ocasión en filantropía. No se trata de un fondo al cual se le donan millones de dólares para que sus utilidades se destinen a actividades de medioambiente. Ahora, el 100% de las utilidades anuales de Patagonia serán para que esta asociación civil invierta en proyectos de sustentabilidad para rescatar el deterioro ambiental del planeta. Es decir, Patagonia seguirá siendo fiel a sus valores y propósitos corporativos, además de que sus ganancias ya no son de una familia.

¿Será éste un parteaguas en el mundo de la filantropía? ¿El caso de los Chouinard es un extremo? O, por el contrario, ¿es un ejemplo concreto de que, efectivamente, los mercados bursátiles y las metas trimestrales pueden ser un obstáculo para promover mayor equidad social y la sustentabilidad?

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