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Opinión

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Gigantismo estatal

El tea party movement no es un partido político, sino una causa contra el gigantismo estatal y la ola de controles tributos que se manifiestan.

Un efecto inmediato de la crisis financiera fue la expansión del intervencionismo estatal en la vida de los ciudadanos. Al principio, la sabiduría convencional vio este fenómeno como un hecho inevitable, digamos, la única forma de descongelar los mercados de capital, o la única forma de revivir la expansión de la demanda.

Acto seguido, presenciamos gigantescos programas de estímulo fiscal y expansión monetaria, mismos que siguen en pie a la fecha, mismos que la misma sabiduría convencional (¿confundida?) ve como los salvavidas macroeconómicos que evitaron otra depresión económica mundial. Empero, a casi dos años del estallido de la crisis, se empiezan a conformar movimientos que se oponen al aparente cheque en blanco en materia de intervención estatal. Hay conciencia de que las facturas fiscales alcanzarán los bolsillos de los ciudadanos, y por la vía del impuesto inflacionario, el más injusto de los impuestos.

El más sobresaliente de estos movimientos es el tea party movement en EU.

Ya no es oposición a emergencias macroeconómicas, sino a la masiva expansión del intervencionismo estatal en áreas como finanzas populares, consumo, inversión, y el sistema de salud. Pero esta causa no tiene un líder inidentificable, lo que hace muy difícil atacar al nombre, como típico método mediático, ad hominem, para desacreditar a la oposición.

El tea party movement no es un partido político, sino una causa contra el gigantismo estatal. No es un proyecto identificado con una persona o una institución, sea esta Sarah Palin, o Newt Gingrich, o los grupos conservadores. Su objetivo no es lograr el poder o generar recursos. Su palabra base es no.

No al gigantismo estatal, no al control estatal de las decisiones individuales, no a pasar la factura del déficit fiscal a futuras generaciones. Sin duda, no basta con vociferar que no . Habrá que esperar las señales de los próximos episodios electorales. Además, este principio de no es aplicable tanto a los demócratas como a los republicanos. Vaya, durante la administración de Bush, hubo una gran expansión de controles regulatorios, al tenor de 1,000 páginas por año, lo cual ahora requiere un ejército de 250,000 burócratas para implementar las normatividades.

El gigantismo estatal es solamente una expresión de una cultura fiscal que no cree en equilibrar el gasto con el ingreso. Aquí, las historias de horror fiscal van desde camionetas de casi 1 millón de pesos a mansiones inmobiliarias inexplicables. Aquí también es tiempo de cultivar un movimiento generalizado de desobediencia fiscal.

rsalinas@eleconomista.com.mx

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