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¿Gula, glotonería o gourmandise?
Históricamente, la alimentación ha estado relacionada con la moralidad, ya sea a través de los significados de los alimentos, como también de los efectos del comer y los placeres que de ello emanan. Porque la alimentación es un placer en diferentes instancias, también ha sido y es objeto de múltiples interpretaciones que buscan limitarla, condicionarla, o incluso, circunscribirla a ciertas normas o parámetros que se deben de seguir, en función de diferentes instancias: desde las normas médicas de cómo comer “bien”, hasta las normas sociales sobre la etiqueta o los alimentos aceptados como comestibles, pasando por las normas religiosas, que condenan la glotonería y el consumo de ciertos alimentos bajo ciertas circunstancias.
En este sentido, la gula y la glotonería como el gusto por comer mucho, con apetencia, con ansiedad, social, cultural y religiosamente han sido objeto de estudio, pero también de condena. La gula por ejemplo es un pecado capital en la religión católica y la glotonería es en muchas ocasiones, relacionada incluso con fallas de la personalidad, como la poca capacidad de auto limitarse o de disciplinarse. Pero en esta línea que divide lo bueno de lo malo (que en la realidad ninguna circunstancia cae por sí misma en una división francamente delimitada), entra la gourmandise. En realidad, este es un término francés que cuando se traduce al español, generalmente se hace como gula o glotonería. La sutil pero profunda diferencia está, en que en ciertos contextos la gourmandise es celebrada, aceptada y hasta promovida.
La gourmandise fue objeto de ensayos de Jean Anthèlme Brillat- Savarin, considerado el padre de la gastronomía. No la reducía, sin embargo, a una función del placer: “La gourmandise es uno de los principales vínculos de la sociedad, es ella quien extiende gradualmente este espíritu de convivialidad que reúne cada día los diferentes estados, los funde en un solo todo, anima la conversación y suaviza los ángulos de inequidad convencional”. De esta manera uno de los gastrónomos más importantes de la historia no sólo reconoce la función social primordial de la gourmandise, o del hecho de disfrutar una buena comida con una buena compañía, sino que también establece que en estas situaciones, siempre existen también inequidades, tensiones, desigualdades que se pueden disminuir cuando se comparte la mesa.
Ante esta gran descripción de la gourmandise como la manera en la que disfrutamos los alimentos, sentarse a la mesa, tener una gran compañía y llegar a emocionarse por un menú dispuesto en la mesa, debemos preguntarnos cómo las pequeñas diferencias sutiles de percepción pueden significar algo totalmente diferente. En una realidad cada vez más plagada por el “deber ser”, el concepto de la gourmandise nos invita a no sólo ver la alimentación como el conjunto de normas de “no se debe de comer …” , “no se debe de hacer….”. La gourmandise o el placer de comer, sin poses, sin buscar alimentos de moda, o posicionados en ciertos sectores sociales es el más auténtico gusto por comer. La gourmandise es pues, esa cara de la moneda que muchas veces se olvida cuando la alimentación se reduce a algo altamente normativo, o a algo solamente accesible para unos cuántos en términos de prestigio social en función de lo que se come. La gourmandise es entonces, la parte más espontánea, celebratoria y satisfactoria en la relación que podemos tener con los alimentos y todos los significados alrededor de su consumo.