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Inequidad de género
“Hemos comenzado a criar a las hijas más como hijos... pero pocos tienen el coraje de criar a nuestros hijos más como nuestras hijas”. Gloria Steinem.
La semana pasada se llevó a cabo la conmemoración del Día Mundial de la Mujer (anteriormente denominado Día Internacional de la Mujer Trabajadora), así como las marchas alusivas a esa fecha y, al día siguiente, el 9 de marzo, el paro de actividades también conocido como “Un día sin nosotras”.
Todos estos eventos están orientados a dar visibilidad y protestar por los distintos factores que, de manera evidente –excepto para aquellos de comprensión acotada– representan fenómenos de discriminación, inequidad, desigualdad de acceso y de oportunidades, así como de violencia generalizada que enfrentan las mujeres a nivel mundial, pero con mucho mayor crudeza en nuestro país de lo que enfrentan en países con similar nivel de desarrollo económico y social.
Los datos que hacen evidente la desigualdad y la violencia son públicos y contundentes. Sin embargo, persisten argumentos que, bien tratan de reinterpretarlos con poco conocimiento estadístico o franca mala intención o, tratan con más estridencia que contundencia, desviar la discusión hacia otros aspectos laterales que descalifican de manera global la lucha por la reivindicación de los derechos de las mujeres.
Estas conductas, frecuentemente están enraizadas en fenómenos que ciertos sectores de la sociedad expresan en su visión del mundo y que limitan su capacidad para comprender el tránsito permanente y constante de la mayoría de las sociedades a lo largo de su historia, hacia la apertura de nuevos espacios de libertad. Tránsito que no es lineal ni perfecto, frecuentemente en el proceso no alcanza a incorporar otros espacios fundamentales para la libertad y en ocasiones, de manera transitoria, enfrenta choques coyunturales de oposición a la expansión de las libertades, que están anclados en el miedo a lo diferente y a los cambios en las condiciones que las personas consideran como inherentes a su estilo de vida o como resultado de retornos a fundamentalismos, frecuentemente vinculados con un pasado que de forma acrítica se añora y que muchas veces es expresados a través de principios religiosos.
Un argumento frecuente en este sentido, es aquel que trata de señalar que estos movimientos y demandas reivindicatorias hacia las mujeres o los relacionados con reivindicaciones de identidad sexual, están asociados a una “agenda de género”. Esta visión, que por momentos raya en lo conspiracionista, parte de la premisa de que existe una fuerza o movimiento a nivel mundial que trata de imponer normas, estilo de vida, ideología y hasta cambiar la mentalidad de la sociedad, impulsando condiciones que, de acuerdo con esta visión, son contrarias a la sociedad y naturaleza humanas.
Si pudiésemos hacer el ejercicio de extraer citas textuales de esta argumentación y ponerlas en el templete de argumentos utilizados en el pasado, veríamos la similitud de construcción lógica (o mejor dicho ideológica), que tiene hoy esta visión, con los argumentos que hace cerca de 60 años expresaban aquellos que se oponían a las libertades civiles e integración racial en EU, como George C. Wallace, ex gobernador de Alabama y férreo defensor del segregacionismo racial.
Para ellos, también se trataba de una forma moderna de conspiración que buscaba imponer cambios en su estilo de vida y que creían eran antinaturales para la sociedad y contrarios a sus valores fundamentales. Tampoco resultan muy diferentes de argumentos que antes de ello, trataban de evitar que los practicantes de ciertas religiones diferentes tuviesen los mismos derechos de aquellos que tenían la religión imperante. O de aquellos que consideraban que la esclavitud era un fenómeno justificable y que su abolición representaba la destrucción de los valores fundamentales de la sociedad.