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Opinión

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¿Izquierda progresista o populismo dogmático?

No se puede promover la fraternidad del hombre incitando el odio de clases”.

Abraham Lincoln

En la primera parte de esta serie, comenté sobre diversos gobernantes de la “izquierda progresista” que respetaron la vía democrática y que buscaron herramientas efectivas para mejorar el bienestar de su población en general, sin aferrarse a la ideología de su partido, actuando con una visión de largo plazo. Mencioné los casos de Willy Brandt en Alemania Occidental, Olaf Palme en Suecia, Ricardo Lagos y Michelle Bachelet en Chile, Felipe González en España y Shimon Peres en Israel.

Ahora describiré a varios gobernantes que llegaron al poder utilizando los argumentos ideológicos de la izquierda, que hicieron promesas imposibles de cumplir y que, ante la falta de resultados, se dedicaron a polarizar a la población con discursos populistas y a debilitar las instituciones democráticas. Su objetivo principal, a pesar de sus múltiples promesas, fue retener y concentrar el poder aún a costa de perjudicar gravemente a las clases desfavorecidas, a las que aparentemente defendían.

El líder egipcio Gamal Abdel Nasser, héroe de la guerra en el conflicto árabe israelí de 1948, dirigió a los 34 años de edad, junto al general Naguib, el golpe de estado de los Oficiales Libres contra el Rey Farouk y su corrupta monarquía en 1952. Al tomar el poder, este grupo de militares constituyó una República con sesgo socialista, cuyos principios fueron resumidos en el libro “Filosofía de la Revolución”, escrito por el coronel Nasser. Estos principios pugnaban por la liquidación del feudalismo, la terminación del dominio del poder capitalista, la formación de un poderoso ejército del pueblo y la necesidad de lograr la igualdad social. Después de 6 meses en el poder, estos oficiales establecieron las bases para una dictadura militar, eliminando cualquier tipo de oposición. En 1954, Nasser hizo a un lado al general Naguib, haciéndose del control absoluto del gobierno, quedando al amparo de una nueva Constitución que le daba poderes ilimitados.

Nasser, quien alguna vez fue un orador tímido e incluso tedioso, se dio cuenta que podía manipular a las masas utilizando el lenguaje de la calle, lo que lo convirtió en un maestro de la propaganda y en el comunicador árabe más exitoso en los tiempos modernos. En sus discursos por radio y televisión, utilizaba el lenguaje del pueblo para burlarse de los políticos occidentales y denunciar al imperialismo y a los reaccionarios que lo defendían. Aun cuándo despreciaba a la burguesía, le permitió a los empresarios favoritos del régimen jugar un papel creciente en la industria que había nacionalizado. En poco tiempo concentró todo el poder en sus manos. De acuerdo a su biógrafo Panayiotis Vatikiotis: “Nasser logró abolir la diferencia entre estado y gobierno, ya que, en vez de separar los poderes de gobierno, los fusionó”. Para el dirigente egipcio, el requisito principal de sus funcionarios era la lealtad. Martin Meredith en su libro “The State of Africa“ señala: “El Consejo de Ministros bajo su mandato se convirtió en su audiencia…. Los ministros escuchaban atentamente, tomaban notas y recibían instrucciones”.

La Nacionalización del Canal de Suez en 1956, le dió gran prestigio y poder, lo que Nasser aprovechó para imponer su liderazgo sobre el mundo árabe, buscando unificarlo, en un movimiento que se conoce como Panarabismo. Sin embargo, sus triunfos en los primeros 5 años de gobierno, fueron seguidos de un conjunto de decepciones y desastres. Sus ambiciones Panarabistas y su esperanza de una “Revolución Socialista Arabe” fracasaron. Su mayor fracaso fue la derrota contra el ejército israelí en la Guerra de los Seis Días en 1967, que culminó con la ocupación israelí de la península del Sinai, la pérdida de los pozos petroleros de dicha zona y el cierre del Canal de Suez. Poco a poco el idolatrado Nasser fue perdiendo poder. Mientras tanto, la situación económica de Egipto se fue deteriorando. El ambicioso programa económico financiado con un déficit presupuestal y el aumento en la deuda pública, resultó en una elevada inflación y en escasez de bienes básicos. Su retórica de defender a los pobres fue muy poco efectiva en la práctica, deteriorándose severamente el nivel de ingresos de las clases desfavorecidas.

Otro ejemplo representativo del populismo dogmático es el del líder africano Kwame Nkrumah, quien obtuvo de los británicos la independencia de Ghana (anteriormente llamado Costa de Oro) en el año de 1957, siendo Ghana el primer país africano en lograr su independencia. Este país parecía ser el mejor ejemplo de una colonia lista para independizarse, ya que contaba con un buen sistema de educación y una élite preparada de profesionistas locales (abogados, doctores, maestros y comerciantes), además de ser el mayor productor de cacao en el mundo y un importante productor de oro, madera y bauxita.

Nkrumah era un anticolonialista extremo que afirmaba: “Ghana heredó una economía colonial… No podemos descansar hasta demoler esta miserable estructura”. Desde el principio de su gobierno se inclinó por adoptar el socialismo y la planificación económica, afirmando: “Debemos avanzar en la preparación de un crecimiento económico planificado para remplazar la pobreza, la ignorancia, las enfermedades y el analfabetismo que nos dejó el desacreditado colonialismo y el imperialismo“. Además declaró: “El círculo de pobreza sólo puede romperse con una intervención industrial masiva y planificada…El socialismo es el único patrón que puede traer buena vida al pueblo en el menor tiempo”.

La primera generación de lideres nacionalistas africanos, entre la que sobresale Kwame Nkrumah, tenía un gran prestigio que fue aprovechado para consolidar su poder. En 1961, el líder ghanés promulgó una nueva Constitución que le permitía gobernar por decreto, rechazando las decisiones del Parlamento. Logró un control absoluto sobre la radio, la televisión y la prensa. Además creó un aparato de control a través de su partido, subordinando todas las agrupaciones gremiales a este. El país se fue debilitando por la creciente corrupción que abarcaba todos los estratos de la sociedad y aunque Nkrumah prometió erradicarla, nunca hizo nada por combatirla.

Con el objetivo de cumplir con la modernización del país, Nkrumah se embarcó en diversos proyectos de infraestructura, mucho de ellos carentes de viabilidad. Estos proyectos fueron financiados con deuda externa. Ante el desplome de los precios del cacao, su principal producto de exportación, Nkrumah implementó controles a las importaciones, que afectaron la cadena de suministro, frenando su programa de industrialización. Su política agrícola fue desastrosa, dedicando recursos a ineficientes granjas mecanizadas administradas por el gobierno que subsidiaban el precio del cacao. En el periodo 1965-1980 la producción de cacao se redujo a la mitad. De ser uno de los países africanos más prósperos en el momento de independizarse en 1957, Ghana pasó a ser un país casi en quiebra, con elevada deuda, elevados impuestos y escasez de alimentos. En febrero de 1966 el líder ghanés fue depuesto. En las calles de Accra, la capital de Ghana, muchos de los jóvenes que habían sido entrenados para apoyar a su líder, cambiaron su mensaje; sus nuevos cartelones decían “Nkrumah no es nuestro Mesías”.

A diferencia de los gobiernos de Nasser o de Nkrumah comentados previamente, México ha mostrado disciplina en Finanzas Públicas, manteniendo el “grado de inversión”, sin embargo, como lo señalan en un artículo reciente Alejandro Werner y Alexis Milo, “aún cuando las finanzas públicas no señalan un riesgo de liquidez o solvencia elevado, esto no quiere decir que la implementación de la política fiscal haya sido adecuada”.

En el periodo 2018 a 2022, la inversión en infraestructura, comunicaciones y transportes ha caído el 12% anual, el gasto en educación pública se ha reducido 3% y las cifras de salud pública están muy lejos del “modelo nórdico”, al mostrar un deterioro en la vacunación infantil, una escasez de medicinas y un aumento en la tasa de mortalidad materna. Si además se consideran los fallecimientos por covid durante la pandemia, es evidente que estamos muy lejos de los objetivos planteados en temas de salud y bienestar de la población.

En cuanto al crecimiento económico y la inversión, cabe aclarar que el contar con un Tratado de Libre Comercio y tener una frontera de casi 3,200 kilómetros con Estados Unidos, nos ha permitido aprovechar las dificultadas que nuestro país vecino tiene con China y beneficiarnos del “nearshoring”. México ha sido capaz de atraer flujos de corto plazo de los inversionistas extranjeros e incluso inversión de largo plazo, pero ésta ha sido principalmente extranjera y predominantemente en la zona norte del país. Parece, sin embargo, que nos conformamos con poco; la falta de seguridad jurídica y la incertidumbre en las reglas para la generación de energía provocan que la inversión esté lejos de su potencial, lo que tiene un impacto sobre el crecimiento del PIB.

En México, como en varios países latinoamericanos, la izquierda llegó al poder por el descontento de la sociedad hacia los gobiernos anteriores, mismos que son identificados con un empeoramiento en la distribución del ingreso, una inseguridad creciente y una corrupción descontrolada. Por primera vez en la historia, la izquierda en México tiene la oportunidad de demostrar que es capaz de aplicar medidas que beneficien a la población. Sin embargo, los resultados son bastante deficientes; la obsesión de regresar al pasado, el premiar la lealtad sobre la eficiencia, rechazar opiniones divergentes y desechar políticas que han funcionado en otros países, tienen y tendrán un costo importante.

Como señalan Ricardo Lagos, Jorge Castañeda y Héctor Aguilar Camín en su libro La nueva soledad de América Latina: “Pocos gobiernos de izquierda en America Latina están en condiciones de ver el mundo sin una visión anacrónica e ideologizada, lo que los ha ido aislando”. Si a esto sumamos la reforma para desmantelar el INE y la polarización entre los diferentes sectores de la sociedad, que es alimentada en gran medida desde Palacio Nacional, observamos a un gobierno que cada vez más se inclina hacia el populismo dogmático, aunque le guste ostentarse como un gobierno de izquierda progresista.

El presidente tiene grandes retos; si en verdad se quiere asemejar a lideres como Palme, Brandt, González, Bachelet, Peres o Lagos, tendrá que respetar las instituciones democráticas, frenar la polarización inducida y abrirse a políticas que sean realmente efectivas para mejorar los niveles de vida de la población. De otra forma, pasará tristemente a la historia de la mano de líderes como Nasser, Nkrumah y otros muchos, que solo utilizaron la ideología y la demagogia para afianzarse en el poder.

Termino esta serie de dos partes con una reflexión de Gary Becker, premio Nobel de Economía en el año 1992: “Los países escapan de la pobreza únicamente cuando tienen instituciones económicas apropiadas. Éstas se desarrollan con mayor probabilidad en un sistema político plural, con un amplio electorado y con líderes políticos con apertura”.

El autor

Moises Tiktin

Sus opiniones son personales y reflejan su interés en aprender de la historia.

Moisés Tiktin, economista, consultor y consejero independiente.

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